Recientemente contábamos cómo la situación que habíamos vivido respecto a la alarma sanitaria trastocó muchas de las rutinas y funcionamientos cotidianos de adolescentes y jóvenes en su relación con la tecnología. En el caso de los videojuegos, estos ya eran una elección de ocio desarrollada con más o menos control entre esta población, más entre los chicos que entre las chicas, que prefieren las redes sociales.
Pero durante el confinamiento, los videojuegos no solo fueron una opción de entretenimiento, sino también de evasión ante la incertidumbre, la presión de las restricciones, la distancia social y la convivencia familiar. Y, tal y como ocurrió con el uso de otros dispositivos, a veces se permitió un uso abusivo por la dificultad para controlar normas y rutinas cotidianas, la falta de supervisión adulta o la necesidad de evitar conflictos.
Por estas y otras razones, vemos que en muchos casos el uso de videojuegos se ha instaurado en un uso abusivo, que “amenaza” con consolidarse y que está costando reconducir en estas etapas de desescalada y vuelta a la normalidad, en las que está ocupando demasiado tiempo, compitiendo con otras actividades mucho más adecuadas y necesarias, y favoreciendo en algunos casos el aislamiento y la desmotivación.
Inés González Galnares, psicóloga clínica y responsable del Departamento de Orientación Familiar de Madrid Salud, explica que los videojuegos “no son malos en sí, pueden tener su utilidad. Si un videojuego no es violento y es adecuado a la edad de la persona que lo utiliza, es una herramienta de entretenimiento”. “El problema viene –continúa – cuando monopolizan el tiempo de los adolescentes y jóvenes, y estos comienzan a sustituir parte de sus motivaciones y de actividades que antes les interesaban y prefieren quedarse en casa jugando”.
Pautas para reconducir estas conductas
El punto de partida para abordar esta situación es asumir y transmitir que la excepcionalidad del confinamiento no debe prolongarse más allá del mismo y que es necesario volver a establecer una nueva organización y darle a cada tarea o actividad el sitio adecuado. Por lo tanto, si hay un uso abusivo o limitante asociado a los videojuegos, hay que reconducirlo.
¿Pero cómo? Inés González señala que “en primer lugar, hay que sentarse a hablar con él o ella, escogiendo el momento desde la tranquilidad y la calma. Y de forma conjunta analizar la situación contrastando su percepción de la realidad ya que, a veces, la perciben de forma distorsionada, es decir, no creen que estén dedicando tanto tiempo o no perciben su nivel de alteración con el juego en sí o cuándo habría una necesidad de interrumpirlo”.
Esta psicóloga señala que es importante escuchar su opinión y trata de entender sus motivaciones, “especialmente si esto está ocasionando que se quede en casa, prefiriendo los videojuegos a otras actividades o relaciones sociales. Es importante entender qué está pasando para poder ayudarle mejor, si es por miedo al virus, por comodidad, desmotivación, o cualquier otro motivo”.
Una vez conseguido que el adolescente o joven se sienta comprendido, hay que explicarle los riesgos de los videojuegos. En cuanto a su uso como una pantalla más, comparte los mismos peligros: falta de atención y concentración, pérdida de memoria, bajo rendimiento, impulsividad, dificultades en el manejo emocional, etc. Pero además y, debido a las propias características del funcionamiento de los videojuegos (avatares, presiones, ranking, estrategias), puede que estos adquieran un protagonismo que absorba a la persona en el mundo virtual, haciéndolo más motivador y gratificante que el mundo real. Estas dos últimas características estarían empujando a la persona hacia una conducta adictiva.
“Esta situación es totalmente reversible, no hay que desesperarse o frustrarse –explica González–. Lo primero que hay que hacer es establecer normas y límites adaptándolas a la nueva situación que vivimos, estableciendo de forma clara y consensuada su uso y horario y supervisando su cumplimiento”.
También es importante, añade, “promover actividades alternativas, que no sean virtuales y preferentemente al aire libre para cambiar el contexto: andar en bici, pasear, escribir una canción. Y hacerlo de forma gradual. Una semana un día, a la siguiente aumentarla a dos o tres, o ir cambiando de actividad para que no llegue un momento que se canse”.
Las personas que quieran recibir asesoramiento, sean los propios adolescentes o jóvenes o sus familias, pueden hacerlo poniéndose en contacto con este servicio a través de las diferentes vías que ofrecen (teléfono, correo e incluso vía whatsapp). “A veces es necesaria la ayuda de un profesional porque para muchos padres y madres es una situación nueva a la que nunca se han enfrentado y no saben cómo actuar”, concluye González. /