Este barcelonés de 41 años lleva toda su vida académica y profesional venerando el lenguaje. Estudió Humanidades, Dirección y Dramaturgia y fue profesor de literatura y de teatro. Ahora aúna todos esos campos “en pro de la sabiduría del escenario”. Ya lo demostró con Los que hablan, brillantemente interpretada por Malena Alterio y Luis Bermejo. Otros de sus títulos más reconocidos son Castroponce y Asesinato de un fotógrafo. Esta vez, Pablo Rosal aterriza en la Nave 10 de Matadero Madrid con A la fresca, en la que sigue reflexionando sobre lo que le apasiona: nuestra forma de comunicarnos.

Los encargados de defender su texto en esta ocasión son Alberto Berzal, Luis Rallo e Israel Frías, que se meten en la piel de tres vecinos que encuentran un inusitado placer en simplemente reunirse al fresco para charlar. Rosal ha vivido siempre en grandes ciudades, pero ha visto mucho esa costumbre cuando ha viajado a pueblos del Mediterráneo y siempre le ha generado mucha atracción: “Salir al fresco lo hace todo el mundo naturalmente. A todos les apetece un receso, salir a un grupo tranquilo, charlar de cualquier cosa con alguien cercano o alguien a quien pesques”.
Rosal tiene clara su respuesta al eterno debate sobre la utilidad del arte: “Es el único lugar ahora mismo donde podemos entrever una calma que hemos perdido”, afirma. Se refiere a la sociedad actual hiperestimulada, que ha quedado “huérfana de tantos ritos y tradiciones” y carente de “alimento bueno, espiritual”. “Se nos ha ido de la mano, hemos perdido mucha capacidad mágica, hemos arrasado con muchas tradiciones: la de disfrutar de los sitios naturales, del propio ciclo del día…”
El arte cumple una función de alfabetizarnos, de volvernos a sensibilizar, de darnos las herramientas para volver a apreciar las cosas, saberlas observar y saber estar
En contraposición a ese panorama, cree que el teatro “es de los pocos lugares donde se puede generar cierta pausa, cierto reposo”. El arte cumple según el autor una función “de alfabetizarnos, de volvernos a sensibilizar, de darnos las herramientas para volver a apreciar las cosas, saberlas observar y saber estar”.
El director de las palabras

No es la primera vez que predica sobre las palabras, la comunicación y el reposo. Y no va a dejar de hacerlo, porque prefiere insistir en lo que considera “su misión y su propósito” que ir tras la tan alabada originalidad. “Si algo no tiene este mundo es paciencia. El arte tiene otro tiempo, y yo voy a repetir lo mismo mientras me queden ganas y encuentre estímulos. Voy a seguir insistiendo”, comenta. Y añade: “La única manera de dignificar la palabra es seguir usándola con conciencia, enjundia y disfrute”.
Los espectadores podrían encontrar cierta semejanza entre los personajes de sus distintos títulos. Esto es porque lejos de trabajar la psicología, él trabaja desde el arquetipo y el estereotipo. El autor explica así esta constante: “Es como volver al símbolo. Son personajes que piensan, cuyo motivo de estar y de estar vivos es crear. Pero por debajo todos son payasos. No saben vivir, no saben quiénes son; no saben nada”.
La única manera de dignificar la palabra es seguir usándola con conciencia, enjundia y disfrute

No solo es autor, actor y director, sino que ha trabajado muchos años como profesor de lengua y literatura en secundaria. Esa experiencia ha sido, en su opinión, fundamental a la hora de crear. “Es el oficio más bonito que cualquier persona puede hacer. Todo el mundo debería pasar por ello. Dar una clase a niños tiene mucho que ver con seducir, con conducir, guiar…” Y también tiene, según el artista, mucho que ver con el sacrificio. “No eres tú lo más importante. Es un ejercicio de amor sin límites, de transmisión, de continuidad. Cuando uno es profesor se siente vehículo, forma parte de algo muy grande que no le pertenece”, añade, refiriéndose a la responsabilidad de transmitir conocimientos, valores y sensibilidades (tarea que completa tanto en el aula como en el escenario).
“Hay algo bonito en ir a Matadero”
Rosal ya lleva seis años en Madrid, pero es tajante con el efecto que causa la ciudad en él: “Aún sigo en el embrujo”. Llegó aquí sin saber si podría dedicarse a lo que le apasionaba, el teatro, pero en seguida Madrid obró “su milagro”, que según el autor fue gracias a “la curiosidad y la generosidad que aquí se respira”. A los cuatro meses de llegar alguien confió en él para llevar a cabo Los que hablan, y desde entonces no ha dejado de cosechar éxitos. Fuera del terreno profesional también ama esta ciudad: “Me gusta muchísimo pasear, en invierno está preciosa. Me excita, me seduce” afirma.

La sala Max Aub de Nave 10 es una arena desconocida para él. Solo tiene palabras de alabanza hacia ese nuevo proyecto que pone la dramaturgia contemporánea por encima de todo: “Es un sitio muy especial, muy cargado de cosas. Muy particular y horizontal. Un espacio que se presta mucho a escuchar, a decir bien las cosas. Al ser un espacio apartado, sin coches ni ruido, ayuda a centrar la atención”. Y sobre el entorno de Matadero Madrid en el que se ubica esta Nave 10, Rosal comenta: “Hay algo bonito en ir a Matadero, porque está al lado del río y el cielo está grande allí”.
Todos estos años ha vivido por el centro. Ahora está encantado de vivir cerca de la plaza de la Paja y de las Vistillas. “Al Campo del Moro voy casi cada día, es un paseo rutinario muy agradable”. Otra zona que le gusta son los alrededores del Mercado de Antón Martín. “Me gustan mucho los bares y allí tengo muchos lugares amigos”, confiesa.
A quienes aún no estén decididos a acercarse a ver A la fresca, les lanza el siguiente mensaje: “Que no teman las obras en las que aparentemente no sucede nada. Que vengan a estar un rato a gusto, a favor de la nada”.