De los muchos tesoros que alberga el parque del Retiro, la Montaña Artificial es uno de ellos. Uno de los ‘caprichos’ que el rey Fernando VII mandó construir tras la huida de las tropas napoleónicas, en enero de 1814, al encontrarse a su regreso a España con un parque destrozado y convertido en fortín del invasor francés. Desde hace décadas la tomaron otras fuerzas, las de una colonia de felinos asilvestrados que le dieron su nombre popular, la Montaña de los Gatos. Ahora la va a rehabilitar el Ayuntamiento para el disfrute ciudadano.
Esta edificación artificial de 15 metros de altura por 20 metros de ancho y otros 20 de fondo, que permanece oculta a ojos de los visitantes, será recuperada por el Área de Medio Ambiente y Movilidad, gracias a la aprobación de un contrato y un gasto plurianual de 2.638.090 euros con los que se rehabilitará y recuperará para la ciudad de Madrid este emblemático espacio actualmente en desuso y cerrado al público por falta de seguridad de la infraestructura. Las obras se ha previsto que comiencen en septiembre próximo y cuentan con un plazo de ejecución de siete meses.
Tras 18 años de inactividad, la recuperación propuesta por el Ayuntamiento primará en todo momento la fidelidad a la construcción original, respetando el volumen de la bóveda -formada por una cúpula de 14 metros de diámetro y 11 metros de altura-, y mejorando su cubrición, ya que fue construida para ser cubierta con tierra y vegetación creando una montaña artificial.
Este interior de la montaña consta de un espacio abovedado de planta circular abierto con un óculo superior del que nacen cuatro galerías abovedadas que discurren por el interior del cerro artificial. El primero de estos pasillos, dispuesto en el eje perpendicular a la calle de O´Donnell, hace las veces de acceso. Los otros tres nacen desde el espacio interior, avanzan bajo la montaña en direcciones opuestas, hacia los estanques del perímetro en busca de la caída de agua de las cascadas exteriores.
La montaña cuenta además con una serie de pequeños senderos ajardinados ascendentes, rodeados perimetralmente de un conjunto de estanques sobre los que vierten tres cascadas artificiales dotadas de un sistema hidráulico de recirculación. La intervención permitirá recuperar las cascadas y láminas de agua; mejorar el trazado y renovar los caminos interiores. Se consolidarán los elementos patrimoniales y se adaptarán las zonas arbustivas y el patrimonio vegetal al espacio, renovando también la iluminación y el sistema de riego.
Las operaciones de limpieza y reparación que se llevarán a cabo sólo incluirán elementos indispensables en sustitución de algunos que fueron introducidos en la década de 1980 para garantizar el correcto funcionamiento de la edificación. Para ofrecer a la construcción las condiciones idóneas, se desmontará también un casquete ejecutado en los años 60, se vaciará el interior de la peana del templete, se levantará el pavimento hasta alcanzar la bóveda, y se construirá bajo el solado una plataforma de cámara ventilada que permita integrar un sistema mecánico de extracción y control de la humedad interior.
El tercer capricho del Rey
La Montaña Artificial se extiende desde la esquina noreste de los Jardines del Buen Retiro, en la entrada de la Puerta de O’Donnell, hasta los parterres colindantes y la Casita del Pescador.
El rey Fernando VII encargó a su arquitecto Isidro González Velázquez la creación de sus jardines reservados y varios caprichos románticos allá por 1817 para disfrute de la familia real. De ellos, la mayoría han desaparecido en la actualidad y solo se conservan algunos como la Montaña Artificial, surcada de empinados caminos que, quizá, le han dado otro de sus nombres populares, la Montaña Rusa.
La montaña está levantada sobre unas bóvedas de ladrillo y mampostería, de planta circular de 14 metros de diámetro y 11 metros de altura, que albergaba en su interior una noria que surtía el agua de la ría que la rodeaba y adornaba. Su cumbre estaba coronada por un templete que se utilizaba de observatorio con tres torres, una central de planta octogonal flanqueada por otras dos más pequeñas cilíndricas unidas por una arquería. Esta construcción fue conocida con los nombres populares el Tintero y la Escribanía por su forma y su entrada tenía forma de castillo.
En 1986, el interior de la construcción fue convertido en Sala de exposiciones con entrada por la zona acastillada de tres puertas de hierro decoradas con azulejos cerámicos realizados en 1989. La sala de exposiciones fue cerrada hace años debido a los problemas que causaba la humedad.
Ahora, gracias a la rehabilitación municipal, la van a ‘tomar’ de nuevo sus verdaderos propietarios, los madrileños.