Le gusta, aunque no le quema la afición porque reconoce que le falta cultura jazzística y eso hace que lo escuche “a dosis”. Sin embargo, le apasiona el mundo y la cultura visual que rodea este género. “Me fascina la estética, los personajes, el atrezo, esa idea romántica de los clubes de jazz, oscuros, llenos de humo…”. Y lo ha dejado claro en JazzMadrid, el festival de jazz de esta ciudad del que, por tercer año consecutivo, Jorge Arévalo es responsable de su identidad visual y sus ilustraciones. Hoy nos cuenta un poco más de su proceso creativo y de su Madrid particular.

A Arévalo el calificativo de ilustrador le queda corto.  Y es que este «gatillo», como se autodenomina por ser madrileño de tercera generación, solo empezó a ilustrar profesionalmente en distintos medios de comunicación casi en la treintena de su vida. Hasta entonces, su trabajo se centraba en la dirección creativa de proyectos. Hoy ambas facetas forman una alianza inseparable. “Son complementarias y se nutren una de otra. De hecho, cuando me dejan asumir la dirección de la campaña y hacer también la parte artística, el resultado es mucho mejor, casi se respira”, afirma.

JazzMadrid 20, la sofistación de la década de los 60

Eso, reconoce, no es muy frecuente en su mundo donde la figura del director de arte y del ilustrador están muy delimitadas. Por eso JazzMadrid es una de esas gratas excepciones. “El festival no sólo está ilustrado, está diseñado, la identidad visual, la marca, los logotipos…todo son míos y creo que eso se traduce en un proyecto más sólido, más compacto”. Como ejemplo pone a los grandes referentes del diseño en España: Mariscal, Mariné y Cruz Novillo, todos con esa doble formación, todos en esa misma línea de asumir el proyecto en su conjunto, no solo la parte artística. “Es la forma de que tengan unidad, una misma línea porque, si no, se corre el riesgo de que el todo parezca un conjunto de parches”.

Ahora tocaba color

Un recorrido por las tres últimas campañas de JazzMadrid confirma que el festival ha adquirido una identidad propia. Este año llama poderosamente la atención ese ‘asalto’ de color a nuestra retina, ese ‘jazz de todos los colores’ del que habla el festival, que tan bien ha reflejado Arévalo. “Había que meter una referencia a los años 80, una época tan estéticamente marcada, con nombres como Paco de Lucía, Jorge Pardo o Chick Corea”. De ahí esos colores tan puros, tan vivos, esa referencia al pop, esa evocación latina, mediterránea, frente a la más sofisticada del año pasado, inspirada en la década de los 60.  “Tocaba el color, había que darle más luz… y más ahora”, dice en clara alusión a esa vuelta a la normalidad tras un año y medio tan triste.

El Madrid de las papelerías, de las boticas…

Tras tres años como ‘padre’ de la identidad gráfica de JazzMadrid, si se le pregunta por otras grandes citas propiamente madrileñas a las que le gustaría ‘vestir’, Arévalo no lo duda, San Isidro. “Es como un hito, un referente y lo tengo claro. Sería como cerrar el bucle de pasar de una fiesta más sofisticada como es el jazz, a otra mucho más castiza”.

Dibujando desde pequeño, en su memoria no faltan esas papelerías, esas tiendas de bellas artes, gran parte de las cuales siguen en pie, y que él, ahora plenamente digital, no se resiste a seguir visitando. “Gran parte de las tiendas clásicas siguen abiertas. Todo el entorno de la calle de Fuencarral, la propia tienda de la Facultad de Bellas Artes… Son como de cuento, tienen ese aire de botica, ese olor tan peculiar, tan fascinante”.

Por eso, entre bromas, propone un mapa ilustrado o un recorrido dentro del Programa de Visitas Guiadas del Ayuntamiento por estos establecimientos de siempre que, para él, no están en riesgo de extinción. “Siempre puedes comprar online, pero no creo que el artista que busca un pincel de marta, un color, un óleo, una determinada acuarela lo compre por Internet sin el asesoramiento, la complicidad de unos dependientes que llevan toda la vida tras esos mostradores y se conocen todo. ¡Si muchos se jubilan ahí!”.

JazzMadrid 21, otra imagen de Arévalo

Es difícil sonsacarle un lugar preferido. La ciudad le gusta demasiado. “Siempre el centro, soy muy del centro, allí siempre necesito volver para coger el pulso, me costaría vivir en las afueras”. Haciendo un esfuerzo, acota: la zona del museo del Prado y de los Jerónimos. Vivir al lado le facilita disfrutarla en horas en las que los turistas no la han tomado. “Cuando a las ocho de la mañana paseo a mi perra y hay tan poca gente, puedo recrearme con esos árboles, los magnolios, los plátanos… ver cómo van cambiando de forma, de color. La he recorrido de todas formas, montando en bici con mi hija, paseando a mi perra, haciendo skate… y me sigue encantando”.

Al final, se le arranca una confesión, un lugar para hacer un alto, Bodegas Rosell, en General Lacy, un lugar cada vez más conocido pero que guarda la esencia de siempre porque “no se ha vendido al efecto guiri, al turista”. “Madrid -prosigue-te da un pulso vital, que no te da ningún otro sitio. Yo necesito recargar pilas en Madrid. Me nutre igual que un paisaje de los Alpes”.