A lo largo de nuestra vida tenemos como compañeros de viaje un reloj y una agenda que marcan el ritmo de nuestras actividades. Estudios, reuniones de trabajo, recoger a los niños, ir al gimnasio, clases de baile, salir a la compra… y así todos los días. Pero una vez llegamos a la edad de jubilación, muchas personas mayores se encuentran con que todas esas tareas desaparecen y cada vez tienen menos obligaciones. Es por eso que instituciones públicas como el Ayuntamiento de Madrid, decidieron llevar a cabo un proyecto que cuidara de nuestros mayores y les hiciera seguir sintiéndose válidos. Así es cómo nacieron las clases de teatro para mayores, impartidas en los distintos centros culturales de la capital.
Entre todos ellos encontramos el Centro Municipal de Mayores La Guindalera, donde hay un pequeño grupo de teatro dirigido por Margarita Plaza. En uno de sus ensayos, decidimos reunirnos con ellos para conversar acerca de esta actividad tan apasionante y descubrir, por boca de cada uno de ellos, todo lo que se esconde entre bambalinas.
Margarita Plaza, “empecé como alumna y me convertí en profesora”
Su experiencia en el teatro comenzó hace más de veinte años, cuando una antigua profesora del centro le insistió para que hiciera de apuntadora porque no tenían a nadie en el grupo. Desde hace dos años la eligieron para dirigir al grupo. Según nos cuenta, “al principio no estaba muy segura de tomar esta responsabilidad, pero quería darme una oportunidad a mí misma y que el grupo no desapareciera”. Precisamente ahora están preparando un homenaje a Gloria Fuertes y los hermanos Machado, que han preparado en menos de un mes.
De sus compañeros dice que “al principio no sabían muy bien a qué venían, pero poco a poco iban cogiendo papeles pequeños, y ahora ya representan a personajes principales”. Porque como en la vida real, lo más importante es quitarse el miedo, actuar y disfrutar.
Para Margarita, “la responsabilidad es grande aunque en el patio de butacas haya sólo tres personas”. De todo este tiempo recuerda con cariño una obra que hicieron en el mismo centro a la que sólo acudieron dos señoras. Estaban entre bambalinas y decidieron tomárselo como si fuera un ensayo general que había que disfrutar. Al final de la obra las dos señoras aplaudieron y Margarita bajó a darles las gracias, “entonces me enteré de que una de ellas era sorda y la otra ciega, ahí te das cuenta de que el teatro es una medicina para cualquier persona”, subraya.
Después de estos dos años destaca que está un poco apenada porque el grupo cada vez es más pequeño. No puede dejar de comparar lo que fue este grupo años atrás, y le entristece que no haya esfuerzo por hacer teatro y que desaparezcan estos grupos. “A este centro acuden cientos de hombres a jugar a las cartas y a otros talleres, y cuando nos hemos reunido todos para tratar algún tema del centro, me he subido al escenario, he cogido el micrófono para pedir que probaran esta actividad tan bonita y nada. No ha venido nadie”, relata. Aunque tiene la esperanza de que la situación cambie y se apoya en sus compañeros para seguir haciendo o que más le gusta, teatro.
Julio del Brío, “soy la figura del figurante”
Es uno de los pocos representantes masculinos presentes en este grupo. Tal y como nos cuenta, “los papeles masculinos escasean en este tipo de grupos municipales”, pero Julio es un incondicional, siempre acude a los ensayos y si falta avisa con antelación. Habla por boca de sus compañeros, que nos cuentan que es una persona muy introvertida y de pocas palabras. Siempre le ha gustado más estar detrás del escenario que sobre él, preparando decorados, corrigiendo a sus compañeros o haciendo de figurante, pero cuando decide actuar, se crece y llena el escenario.
En el centro municipal le conocen como la figura del figurante, pero después de más de quince años en el grupo, Julio ya es todo un veterano. Él dice que no tiene memoria pero sus actos contradicen a sus palabras, y es que sus compañeros todavía recuerdan cuando hizo de Don Quijote y dejó al público mudo.
Pilar Rodríguez, “el teatro me ha ayudado a salir de casa”
Aunque sólo lleva un año haciendo teatro, Pilar se lo toma muy en serio y es la que más ensaya del grupo. Reconoce que siempre le ha llamado la atención esto de actuar, pero tuvo que esperar hasta la jubilación para vivir esta experiencia, porque tenía claro que, “si no empezaba ya no lo iba a hacer nunca”.
Para Pilar, el teatro es una forma de seguir ocupada y tener un horario, “¡me lo tomo como un trabajo!”, nos cuenta. Es la mejor medicina contra el aburrimiento y las horas muertas en el sillón. Pero si tuviera que destacar algo por encima de todo sería la conexión que se crea con el público, “el teatro te engancha y luego no sabes vivir sin él”. Por eso no duda en recomendárselo a cualquier persona mayor que quiera seguir activo, trabajar la memoria y pasarlo bien.
Carmen Herrero, “he disfrutado toda la vida del teatro como actriz y espectadora”
Su experiencia con el teatro comenzó desde bien pequeña. A los siete años ya hizo de protagonista en una obra de su pueblo. Desde entonces, participaba en las fiestas del pueblo, las campañas de navidad o si había que recaudar dinero para la iglesia. Explica que se reunían en un salón donde antiguamente había que poner bancos, los escenarios y decorados se hacían a mano. Aunque en cuanto se casó dejó de actuar porque “en mi época era un tema tabú”, nos cuenta.
Ahora, con ochenta años, se ha apuntado a un taller de memoria para poder seguir actuando, “yo soy muy disciplinada porque tuve unos padres muy estrictos, pero ahora me veo un poco mermada por mi edad, no me reconozco”. El año pasado, en el concurso de teatro de mayores cuenta que cometió dos fallos, “eso me hizo perder seguridad porque pensé que no nos habían seleccionado por mi culpa y me sentí un poco responsable”, confiesa. Aunque es cierto que este tipo de contratiempos le ha hecho aprender a buscar recursos para solventar el problema, “como ves, nunca dejamos de aprender”, matiza.
Lo que Carmen tiene claro es que el teatro engancha. Siempre lo ha tenido presente de una forma u otra en su vida, tanto como actriz como espectadora, “recuerdo que mi marido me regalaba entradas para el teatro porque era lo que más me gustaba. Veníamos a Madrid desde Tarancón, y esos momentos los guardo en mi corazón con mucho cariño”. Pero tiene claro que a ellos les da más vergüenza actuar delante de una persona, “son más espectadores que intérpretes”, aclara.
Gloria Atienza, “mi vida es una auténtica comedia”
Gloria es otra de las veteranas del grupo. Ella también empezó en el mundo teatral de ayudante como Margarita, pero en cuanto se jubilaron ella y su marido tuvo claro que tenía que hacer alguna actividad. Se enteró de este grupo porque su marido iba a jugar a las cartas y le dijo que había un grupo de teatro. Gloria nos cuenta que “le daba mucha vergüenza, pero la convenció y se apuntó”.
De joven tuvo la ocasión de trabajar con el director Enrique Gallud Jardiel, nieto de Jardiel Poncela, “él nos decía, tú a hacer esto, tú a hacer lo otro, y así aprendí”. Desde entonces reconoce que le encanta hacer comedia más que drama, “porque lo de llorar es muy difícil”. Precisamente uno de sus primeros papeles fue hacer de tontina, en la obra La casa de los crímenes. Hizo de la hija de la portera, “era un papel poco representativo porque apenas tenía unas líneas, pero se me dio muy bien y desde entonces empecé a hacer papeles con más texto”.
De los años en el centro recuerda con sabor agridulce una actuación que hicieron en una residencia de mayores. Se trataba de mayores con alzhéimer y quisieron actuar para hacerles pasar un rato agradable, “pero nada más empezar comenzaron a llorar y nosotros también. Incluso se me olvidó el texto. Fue muy duro y doloroso”, comenta.
A pesar de todo reconoce que cuando sube al escenario es como si hubiera una cuarta pared delante de ella, “no veo nada ni a nadie, solamente emociones”. Además, nos cuenta que el teatro le ha enseñado mucho, “por ejemplo, muchas de las palabras que vienen en el guión no sé lo que significan y las busco en el diccionario para aprender”. Pero si hay una cosa que tiene clara es que “para saber si te gusta el teatro tienes que probarlo”, concluye.
Rosa Curiel, “en el escenario me transformo, me crezco y soy feliz”
Es la más joven del grupo y ya lleva ocho años en el centro. Aunque su pasión con el teatro viene de lejos, cuando de pequeña actuaba en las obras del colegio. Años más tarde, siendo profesora de párvulos, empezó a organizar pequeñas obras de teatro con niños de tres años que ella misma escribía para adaptarlas a su edad.
Cuando se jubiló decidió que el primer año iba a disfrutar sin hacer nada, pero antes de que terminara el año empezó a sentir que la casa se le caía encima y se apuntó a un montón de talleres, bailes de salón, informática, teatro, sevillanas… Aunque con el tiempo decidió quedarse sólo con teatro porque, “era lo que me había ilusionado toda mi vida”, aclara.
Rosa también empezó entre grupo ayudando y haciendo de suplente cuando faltaba alguien. La primera obra en la que actuó fue en La tetera, sustituyendo a una de sus compañeras y a partir de ahí comenzó a tener más papeles, “siempre he sido muy tímida, pero en el escenario me transformo, me crezco y me siento feliz”, explica.
Al terminar la entrevista todos comienzan a hablar de una compañera suya que no ha podido asistir. Se llama Bene. De ella nos cuentan que no sabía leer y que se aprendía los papeles de memoria porque su hija los grababa en una cinta que escuchaba una y otra vez. Después, con setenta años aprendió a leer y ya se los estudiaba de memoria. Siempre decía que su pasión era ser artista, y siguió actuando hasta los noventa años. Ahora está a punto de cumplir los cien años y sigue acordándose de esos momentos.
Y es que si hay algo en lo que coinciden esas historias es que absolutamente todas llevan marcada la palabra pasión en sus relatos. Pasión por entretener, por disfrutar de la vida, pasión por aprender, por reír y por hacer reír, en definitiva, pasión por el teatro. Porque como dice Charles Chaplin, «La vida es una obra de teatro que no permite ensayos; por eso, canta, ríe, baila, llora y vive intensamente cada momento de tu vida… antes que el telón baje y la obra termine sin aplausos.»