Es quizá, de todos los certámenes de teatro del país, de los pocos en los que lo de menos es el premio. “Trabajan todo el año por una camiseta”. Lo dice Rosa, responsable de la Unidad de Educación Especial, del Área de Equidad, Derechos Sociales y Empleo. Ella fue una de las promotoras hace tres lustros del Certamen de Expresión Dramática para Personas con Diversidad Funcional, que se organiza desde la Subdirección de Educación y Juventud. Su frase resume un esfuerzo colectivo, basado sobre todo en los sentidos, cuya mayor recompensa es subirse a las tablas. Y sentirse estrellas por un día. “Hoy es su fiesta, su día, se sienten famosos, son felices”. Lo dice Raquel, directora del grupo de teatro de NUMEN, uno de los centros participantes.

El escenario es el sueño. Los aplausos, el premio. Entremedias ocho, nueve meses intensos en los que profesores, con la ayuda de la compañía El Globo Rojo, buscan transmitir “por lo sensorial lo que no se puede hacer llegar de otra forma”. Habla Nené, del Globo Rojo, con una experiencia de años en acercar el teatro al público infantil y a pesar de ello, a lo largo de esos meses, a veces le asalta aún una inquietud. “¿Sirve realmente?” No parece que queden muchas dudas. Al final de cada función el patio de butacas literalmente se cae. Los rostros de los actores, desde los más pequeñitos de entre cinco, seis, siete años, hasta los más mayores, solo refleja una cosa: júbilo.  Una expresión que se repite en cada uno de los rostros de las cerca de mil personas que desfilan, durante los 17 días que dura el certamen (del 1 al 17 de junio), por el escenario del Centro Cultural Antonio Machado.

Actuación de los alumnos del Colegio Numen
Actuación de los alumnos del Colegio Numen

Y es que en veinticinco centros de la capital, –algunos colegios de Educación Especial; otros, centros ocupacionales; otros centros de día, otros colegios de integración– junio no marca solo el final del curso, tiempo de notas y resultados. Junio es sinónimo de teatro. Y teatro significa reto. Reto comprimido en los 20-25 minutos que duran los montajes en los que los alumnos han participado en todo, desde el contenido, el tipo de espectáculo, la escenografía, el vestuario  hasta la compra de los materiales. Cada uno, según sus capacidades. Cada profesor, cada padre, madre, hermanos, amigos…, según su entusiasmo. Y es mucho.

Quizá lo que más asombre sea cómo estas personas, de diversas edades, con distintos tipos de discapacidad, con dificultades a veces de movimiento, a veces de expresión oral, a veces de ambas, cuando no de necesidades de apoyo generalizado, consiguen coordinarse, seguir el guión, representar el papel que en el mismo tienen asignado. “Lo saben. Y eso es lo mejor, su día a día, –relata Raquel–, ver cómo van aprendiendo, cómo se van conociendo, cómo, sin muchas veces poder hablar, saben perfectamente cuándo tienen que salir a escena cada uno”. De hecho, a los pocos minutos del comienzo de cada representación, el espectador se olvida de la discapacidad, de las sillas de ruedas, de que tras muchos pequeños actores hay un monitor ayudándoles a deslizarse por el escenario.  El espectador solo ve teatro, sin etiquetas.

Sin antecedentes

Una estrella en el escenario y, tras los aplausos, también fuera de él
Una estrella en el escenario y, tras los aplausos, también fuera de él
certamen expresion artistica 3
Actuación de La Purísima. La escenografía, el vestuario, todo está realizado por los alumnos

Rosa es psicóloga y hace 15 años estuvo en el origen de este proyecto. Recuerda cómo querían crear “algo que fuera un proceso integral, en el que participaran desde los profesores, hasta las AMPAS, con un alto contenido pedagógico. Más que de teatro tendríamos que hablar de expresión artística como medio de aprendizaje, de movilidad, socialización, de habilidades sociales”.

Partieron de la nada, buscaron antecedentes. Apenas había nada. Dificultad pero también ventaja añadida. El proyecto fue haciéndose solo, aprendiendo de cada una de las experiencias, engordando hasta ser lo que es hoy, una idea que trasciende  la mera actividad extraescolar y curricular. No sólo son actores, hay pedagogos, psicólogos, formadores. Todos los profesores de los centros pasan por los seminarios de formación que organiza El Globo Rojo antes de iniciar el trabajo de campo y se crean entre todos unas “redes participativas, un intercambio continuo de experiencias, de aportaciones”.

Hasta el punto de que en muchos centros es casi una actividad troncal que enlaza con otras enseñanzas. Es el caso del CCEE La Purísima, un colegio donde la educación ordinaria y la especial conviven a diario. El alumnado de la primera aprende a mirar de cerca a la discapacidad y a respetarla; los de la segunda, la especial, a vivir en un ambiente normalizado. Su centro ha movilizado a 55 personas en este certamen. Los mayores,  que están en el programa de transición a la vida adulta, hacen decorados, vestuario, ayudan a transportar, a embalar y son una clac entregada como lo es el resto del público que abarrota el auditorio. El teatro ha sido la excusa para aprender muchas más cosas. Por ejemplo, matemática aplicada. Entre sus muchas tareas “han ido a  hacer la compra de los materiales y allí han tenido que manejarse con los euros, hacer y echar cuentas”, explica Amandi.

 

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La bella y la bestia, uno de los sketch de la propuesta del Colegio La Purísima

Los alumnos empiezan en octubre con uno o dos días a la semana. A partir de enero el ritmo sube a tres días. “Trabajamos emociones, danza, habilidades sociales, vencer miedos, por ejemplo, que es muy frecuente en el caso de los autistas”. Hoy lo han echado todo sobre el escenario. Y se llevan su camiseta. Pero sobre todo una fama que para ellos es cualquier cosa menos efímera.