Lo decíamos antes de las elecciones: “gobernar es escuchar”. Un ejercicio, la escucha, que desgraciadamente es poco habitual en política. La importancia de la frase que repetía la alcaldesa Manuela Carmena está en la práctica: escuchando se puede convencer y seducir, y también es el camino para admitir errores. Desde posiciones de trinchera se construye una política bélica que no favorece a nadie. Creo que sinceramente muchos ciudadanos se cansaron de esa forma de hacer y entender la política.
En España arrastramos una pesada losa en nuestro pasado histórico. La Guerra Civil marcó a generaciones de españoles que vivieron situaciones dramáticas cargadas de enorme violencia. Tras ella vinieron cuarenta años de dictadura, falta de libertades y represión política. Estoy segura que ningún partido político presente en el Ayuntamiento de Madrid admite hoy en día que aquel tiempo de negación democrática fuera bueno para nuestra ciudad, o para nuestro país. Al contrario, como ocurre en cualquier dictadura, lo que se impuso fue la fuerza de las armas, el silencio como marco de convivencia, el miedo como atmósfera. Fue, precisamente, la mayor de las negaciones de la escucha.
La Ley de Memoria Histórica aprobada por el Gobierno de España en 2007 tenía como objeto “fomentar la cohesión y solidaridad entre las diversas generaciones de españoles en torno a los principios, valores y libertades constitucionales”. El actual Gobierno de la ciudad de Madrid está comprometido con esos valores, con la reivindicación de que nunca más vuelva a pasar algo semejante en nuestro país. Creemos que no se puede dejar que un asunto tan triste siga marcando a generaciones, y que es de rigor aplicar una Ley que quiere cerrar definitivamente heridas que traen a la memoria momentos y situaciones de enorme sufrimiento. Nuestro firme compromiso es con la cultura de la paz que pone en valor la democracia como el mejor marco de convivencia.
Así, comenzamos a retirar algunos vestigios relacionados con el franquismo el pasado 29 de enero en distintos puntos de la ciudad, movidos por el estricto cumplimiento de la legalidad. Pero, lamentablemente, hubo un error al retirar una placa en recuerdo de ocho carmelitas fusilados el 18 de agosto de 1936 en Madrid que se encontraba situada en el cementerio parroquial de Carabanchel Bajo. Cuando se comete un error, hay que admitirlo y pedir disculpas. Aquellos fusilamientos fueron precisamente delitos de odio, de los que están contemplados en la propia Ley de Memoria Histórica cuando señala que se cursa “a favor de quienes padecieron persecución o violencia, por razones políticas, ideológicas, o de creencia religiosa, durante la Guerra Civil y la Dictadura”.
La cultura que queremos para Madrid tiene que estar basada en el bien común, el servicio a la ciudadanía, la apuesta por la innovación, el encuentro de diversidades, el fomento de las habilidades y el conocimiento compartido. Obrar con razón es obrar con sustancia, admitir un error es poner en valor la escucha, pedir disculpas es poner la convivencia en primer plano. La placa será restituida, y pedimos disculpas a quien hayamos podido ofender. Todo esto forma parte de los valores por los que yo apuesto, porque creo que solo desde ahí podemos construir una ciudad más justa y tolerante, y en ese sentido la cultura siempre será un apoyo fiel de la democracia.