Salvan ríos, accidentes geográficos, heridas urbanas. Acortan distancias y, sobre todo, acercan personas. Son, lo habrás adivinado, los puentes. Recientemente, el Área de Obras y Equipamientos ha suscrito un convenio con la Fundación Miguel Aguiló para difundir la plataforma online que te permitirá descubrir esos elementos clave de ingeniería que ayudan a ‘coser’ nuestra ciudad. Como no podemos incluir todos, te contamos algunos de los que ‘sobrevuelan’ el río.
La plataforma online, accesible desde cualquier dispositivo, te permite geolocalizar los puentes madrileños y conocer, a través de fotografías, planos, memorias y modelos tridimensionales, no solo su historia sino también la de la ciudad y sus habitantes. Asimismo, esta plataforma te propone diversos itinerarios para recorrer Madrid de puente en puente.
Contorneando la ciudad
El Manzanares en su contorneo por la ciudad reúne un buen número de ejemplares por los que los madrileños han transitado de orilla a orilla a lo largo del tiempo. Río modesto, fueron las mofas continuas sobre él las que inauguraron una duradera vinculación de los puentes a la cultura.
Empezamos por un puente ferroviario, el de los Franceses, construido en piedra y ladrillo durante la segunda mitad del siglo XIX por la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España para el paso del ferrocarril del Norte (Madrid-Venta de Baños-Irún). Con sus 112 metros de longitud y sus 11 de altura máxima, le debe el nombre a la nacionalidad de los ingenieros que lo diseñaron. Más allá de la estética, el puente de los Franceses tiene una fuerte vinculación musical y literaria con la ciudad. Clave en el desarrollo de la Batalla de Madrid durante la Guerra Civil, protagonizó numerosas canciones que volvieron a popularizarse con la democracia en voces como la de Serrat o, más recientemente, de grupos como Vetusta Morla, y está presente en el imaginario de Sabina (Yo me bajo en Atocha) o Xoel López (álbum Sueños y pan).
Siguiendo el curso del río, llegamos al puente de la Reina Victoria, obra de José Eugenio Ribera y Julio Martínez-Zapata, construido entre 1908 y 1909 en hormigón armado para sustituir al anterior, firmado por Pedro de Ribera y conocido como uno de los ‘puentes verdes’ que cruzaban el río y debían su nombre al color de su madera. Este es un puente asociado a fiestas como la verbena de San Antonio, o el Entierro de la Sardina, ya que forma parte de su recorrido, y también cinematográfico pues no ha faltado en películas como La flaqueza del bolchevique o en series como Caronte.
A menos de un kilómetro espera el puente del Rey, construido durante el reinado de Fernando VII para comunicar los jardines del Palacio Real con la Casa de Campo. Se trata de un puente de fábrica mixta, con sillería de granito en tímpanos, roscas, pilas y pretiles, y con ladrillo en las bóvedas. Como tantos otros, está indiscutiblemente unido a la vida de cientos de lavanderas que se acercaban al Manzanares, acompañadas de sus hijos, y pasaban el día dejándose las manos, como narraba Arturo Barea en La forja de un rebelde. Está ligado también a las fiestas madrileñas pues forma parte del recorrido del cortejo del Entierro de la Sardina y de la Fiesta de la Trashumancia.
El de Segovia, el más antiguo
Y más cerca, apenas a ocho minutos andando, el puente más antiguo de la ciudad, el de Segovia, iniciado en 1574 y terminado en 1584 por encargo de Felipe II a Gaspar de la Vega y, al morir éste, a Juan de Herrera. Salida durante años hacia Segovia, en 1933, al construirse el puente de Viveros para dar acceso a la carretera de Castilla, quedó relegado como principal salida hacia el noroeste. Destruido prácticamente durante la Guerra Civil, no pudo volver a utilizarse hasta el final de la contienda, realizándose el paso a través de una pasarela de madera que estuvo en uso más allá de 1939.
Muy presente en la literatura del siglo de Oro, también ha sido el favorito de pintores, fotógrafos y cineastas. Baste recordar Muerte de un ciclista (Bardem), Don Lucio y el hermano Pío (José Antonio Nieves Conde), El cielo abierto (Miguel Albaladejo) o El Bola (Achero Mañas).
El de Toledo, el más inspirador
Dejando atrás los de San Isidro y el ramal oeste del de Toledo, llegamos a uno de los mejores exponentes del Barroco español, el puente de Toledo, firmado por Pedro de Ribera. Aunque las obras comenzaron en 1683, no finalizaron hasta 60 años después, tras encargar el marqués de Vadillo, entonces corregidor de Madrid, su finalización a Pedro de Ribera.
Su importancia radica no solo en su estética y decoración sino en su concepción de obra pública de utilidad y ornato en uno de los más importantes accesos a la Corte desde Toledo.
Con sus nueve ojos y sus más de 13 metros de altura, es uno de los iconos madrileños indiscutibles. Sus dos hornacinas barrocas aparecen en la cubierta de vidrieras del Patio de Cristales de la Casa de la Villa; su imagen ha aparecido en sellos de Correos (1938, 2013); billetes de banco como el de dos pesetas puesto en circulación en 1938; carteles promocionales de la ciudad como el que hizo José Robledano en 1929 por encargo del recién creado Patronato Nacional de Turismo, o ha dado nombre a premios como el de la Semana de Cine de Carabanchel.
Es también uno de los más literarios: Galdós, en Misericordia; Baroja (La Busca) o Umbral (Trilogía de Madrid), y más cinematográficos: Mi Calle, de Edgar Neville; Y si no nos enfadamos, de Marcello Fondato; El crack II, de José Luis Garci, y de nuevo El Bola, de Mañas.
Los más vanguardistas
Y del barroco a la actualidad con el llamado puente monumental de Arganzuela, o también conocido como’ la pasarela de Perrault’ que, desde su inauguración hace poco más de una década, se ha convertido en otro de los iconos del Madrid moderno.
Con una estructura de acero inoxidable, son en realidad dos pasarelas: una de 150 metros de largo que salva el cauce del río, y otra, de 128 m, que cruza sobre el Parque de la Arganzuela para confluir ambas en una colina artificial, a través de la cual los peatones y ciclistas acceden a Madrid Río. Junto con los puentes Cáscara, se considera uno de los ‘puentes-espectáculo’ y de hecho ha sido escenario de numerosos rodajes publicitarios y videoclips.
Los puentes Cáscara nos los encontramos un poco más adelante, una vez superado el de Praga. Son dos pasarelas, realizadas durante la reforma de Madrid Río, que se llaman Graciano y San Zacarías, aunque también se les conoce como del Invernadero y del Matadero. Con una novedosa estructura -una lámina de hormigón de la que se suspende la pasarela– las bóvedas de su interior están adornadas por mosaicos de Daniel Canogar como parte de un proyecto titulado ‘Constelaciones’. Pequeñas teselas de vidrio reciclado representan imágenes de los vecinos de Usera y Arganzuela, unidos definitivamente gracias a ellos.
Y para terminar el recorrido por el río, el puente de la Princesa de Asturias, cuya primera piedra la colocó la princesa de Asturias, primogénita de Alfonso XII en 1901. Aquella primera estructura quedó pronto obsoleta y fue sustituida por otra que también resultó insuficiente para un tráfico cada día mayor. En su lugar se erigió el actual, un puente de vigas prefabricadas estrictamente funcional sin apenas valor estético, aunque eso lo he ha impedido aparecer en películas como El Puente (Bardem, 1977) o Hermosa Juventud (Jaime Rosales, 2014).