La primavera de 2025 será testigo de la finalización de los trabajos emprendidos recientemente por el Ayuntamiento de Madrid, para la restauración de los frescos del Oratorio de la Casa de la Villa, obra de Antonio Palomino.

Estas pinturas decoran los muros de uno de los espacios de mayor interés histórico-artístico que alberga la que fuera sede del Ayuntamiento de Madrid desde el siglo XVII hasta su traslado al Palacio de Cibeles en 2008.

El Oratorio de la Casa de la Villa

La Casa de la Villa fue un encargo del rey Felipe IV en 1629, para albergar las reuniones del Concejo, al entonces Maestro Mayor de Obras Reales y de la Villa de Madrid, Juan Gómez de Mora. Las obras dan comienzo en 1644, pero no es hasta el año 1696 que llegan a su finalización, llevada a cabo por Teodoro Ardemans, quien se encargó de proyectar las portadas barrocas, la capilla, el patio, la escalera de honor y el remate de las torres angulares.

Imagen histórica de la Casa de la Villa
Imagen histórica de la Casa de la Villa

En el interior del inmueble destacan el Patio de Cristales, el Salón de Sesiones y el pequeño Oratorio creado bajo la antigua Torre del Reloj, espacio para la oración y la devoción, dispuesto al oficio de ceremonias religiosas y custodia de las reliquias de Santa María de la Cabeza.

En 1696, Antonio Palomino es elegido para proyectar el diseño pictórico del Oratorio, que representa el misterio de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, combinado con el elogio a la realeza y a la Villa de Madrid, a través de pasajes de la vida de Santa María de la Cabeza y San Isidro Labrador.

Desentrañando las labores de restauración

Diversos factores como los cambios de uso y la filtración de humedad procedente de una antigua bajante de hierro afectaron a la conservación del conjunto pictórico, causando daños a uno de los frescos que representa a Santa María de la Cabeza. En 2021 se efectuaron saneamientos y se sustituyó la antigua bajante para garantizar la estanqueidad en dicha zona.

El proyecto de restauración incluye el análisis histórico, fotográfico y medioambiental de la capilla, la caracterización de todos los materiales, el registro cartográfico de las pinturas y la aplicación de todos los tratamientos necesarios para la limpieza de la superficie pictórica. Estos trabajos técnicos consisten en la preconsolidación de capas pictóricas, sujeción de zonas susceptibles de desprendimiento, afianzamiento estructural, desalación de estratos murales, consolidación mineral del soporte, reintegración con morteros de reposición y restitución cromática de las pinturas murales.

Imágenes del proceso de restauración

 

El asesoramiento compete a Teresa Valle Fernández, conservadora del Instituto del Patrimonio Cultural de España (IPCE), dependiente del Ministerio de Cultura. La empresa encargada de la ejecución es Talleres de Arte Granda, S.A. La dirección de los trabajos de restauración corre a cargo de Patrocinio Jimeno Victori, quien precisa que “se emplea una técnica muy rápida que requiere de un dibujo preparatorio que se traspasa desde el cartón donde se dibuja a la pared, mediante una incisión que queda redonda y entonces, se aplica el color en húmedo”.

Sobre los detalles, Francisca Soto, responsable de la restauración, explica que se ha realizado un análisis con diferentes luces para estudiar la técnica empleada en su día por Palomino. El propósito es discernir los materiales originales de los que se han añadido en intervenciones posteriores. Y concluye que es preciso retirar estas capas para extraer a la luz la base auténtica que constituye la pintura al fresco de Palomino.

Una vez finalizada la restauración de la obra, el consistorio prevé facilitar que los madrileños puedan contemplar este tesoro escondido en el corazón de Madrid.

Pintor, restaurador, tratadista y presbítero

Antonio Palomino de Castro y Velasco, nace en Bujalance (Córdoba) en 1655. Recibe una formación multidisciplinar a través de sus estudios en el sacerdocio, que alterna con el dibujo y la pintura, como discípulo de Juan de Valdés Leal, y más tarde de Juan de Alfaro y Gámez, quien le facilita acceso a la Corte.

Tras ordenarse clérigo, llega a Madrid en 1678 y establece contacto con la Casa Real, para quien realiza una serie de pinturas al fresco en el palacio del Buen Retiro. Durante el periodo madrileño, Palomino se consagra al estudio y al logro de un estilo propio, que culmina con obras de ambiciosa talla como las que hizo para el monarca y para la villa. Veinte años fructíferos en los que llega a su madurez creadora y cosecha gran fama entre sus colegas.

Relación con la realeza y el Concejo de Madrid

La colaboración entre el artista cordobés y el Concejo madrileño se evidencia en las pinturas para el Salón nuevo de Sesiones en la Casa de la Villa en 1692 y, más adelante, la decoración de tres pequeñas estancias bajo la torre del Reloj.

En su estudio sobre el fresquista Vida de Acisclo Antonio Palomino, destaca el historiador del arte Juan Antonio Gaya Nuño la importancia de la obra realizada en 1696 para la finalización de la histórica sede consistorial. Se trataba de decorar el antiguo oratorio situado en el ángulo del edificio correspondiente al torreón de la calle Mayor y la Plaza de la Villa.

Los Frescos del Oratorio de la Casa de la Villa

Así describe Gaya Nuño la decoración del Oratorio: “En la pieza de la cabecera de la bóveda aparece la Asunción de la Virgen y en las pechinas, las cuatro virtudes. El Padre Eterno y la Inmaculada; la visión del Apocalipsis por San Juan, el Abrazo de San Joaquín y Santa Ana, y, en medallones, San Isidro y Santa María de la Cabeza. En la pieza contigua, los Cuatro Padres Latinos, las Virtudes Teologales, escenas de la vida de San Isidro y de Santa María de la Cabeza, más los retratos en medallones, de Felipe III, Felipe IV, Carlos II y su segunda esposa”.

Imagen histórica del Oratorio
Imagen histórica del Oratorio

Este trabajo constituye uno de los más bellos conjuntos de la pintura barroca española y una obra maestra de Palomino. Sólo la imaginación nos puede dar idea de cómo lucirían estos frescos en el zócalo de azulejería talaverana, hoy tristemente desaparecido. Los frescos que ahora son objeto de intervención, ya han pasado por anteriores restauraciones, de Nicolás Zorrilla en 1732, y en 1872 de Antonio Lanzuela.

Exponente de la pintura barroca por la geografía española

Tras su etapa madrileña, Palomino visita Valencia en 1697 y allí pinta los frescos de la Basílica de la Virgen de los Desamparados y la Iglesia de los Santos Juanes. Asimismo, proyecta la decoración de la bóveda de la Iglesia de San Nicolás.

En 1705 se traslada a Salamanca para realizar las pinturas murales del coro del convento de San Esteban. En 1712, colabora con el arquitecto Francisco Hurtado en el Sagrario de la Cartuja de Granada, otra de sus grandes obras.

Regresa a Madrid, y en el año 1723 se encarga de la parte pictórica del Sagrario del Monasterio de El Paular, de la que hoy quedan pocos restos, obra que constituye el final de su carrera. Muere en Madrid en el año 1726.

Detalle de los frescos en una imagen histórica
Detalle de los frescos en una imagen histórica

A grandes rasgos, podríamos concluir que en sus trabajos se aprecia la evolución de la pintura barroca de finales del siglo XVII hacia el Rococó y, posteriormente, hacia el Neoclasicismo que se impondrá en el siglo XVIII. Palomino cuida siempre la adecuación de sus pinturas a la temática, al encargo y al lugar al que van destinadas, suprimiendo elementos anecdóticos o secundarios.

Su legado pictórico al fresco está impregnado de movimiento y color, con el sello característico del decorativismo y ampulosidad del Barroco. Discípulo de las enseñanzas de Claudio Coello que refleja en las obras realizadas para el Alcázar de Madrid. Y, por otra parte, admirador del estilo del napolitano Luca Giordano, a quien había llamado el monarca Carlos II para decorar las bóvedas del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.