Más de mil postales, desde el blanco y negro y el sepia hasta el color, nos permiten hacer un recorrido por Madrid desde 1890 hasta 1959. Todas geolocalizadas y referenciadas para que puedas viajar por el Madrid decimonónico y el de la primera mitad del siglo pasado a ratos, sin moverte de casa, y descubrir la magia de la transformación de tu ciudad. La ‘culpa’ la tiene la Biblioteca Digital Memoria de Madrid que, desde su creación en 2008, prosigue en su empeño de difundir el patrimonio cultural madrileño. Te lo contamos aquí.
Dentro de ‘esconD: Gabinete de humanidades digitales’ puedes encontrar el mapa con las 1087 postales, seleccionadas por Memoria de Madrid, la mayoría procedentes de la gran colección del Museo de Historia de Madrid, y georreferencias a sus respectivas bases de datos. Siguen un orden cronológico, diferenciado por colores: las más antiguas, las de 1890 hasta 1909, van de rojo; las comprendidas entre 1910 y 1929, de verde y, finalmente, el azul se ha reservado para las más modernas, las datadas entre 1930 y 1959.
El romanticismo de la letra impresa
Estas tarjetas postales cobran más valor hoy, alejado el viejo romanticismo de la letra impresa, recordatorios de que ‘recordábamos’ al destinatario, ansiosos por descubrirle un trocito del lugar en el que nos encontrábamos. Alejadas también la ilusión y la sorpresa ante el cartero o el buzón cerrado. Son casi reliquias de un tiempo que nos dejó no hace tanto pero muy, muy rápido, sustituido por la inmediatez del omnipresente teléfono y de los nuevos canales digitales.
La colección es también una fuente de descubrimiento de cómo fue un Madrid en constante transformación, al que si queremos conocer tenemos que recurrir muchas veces a los archivos.
En el mapa, salpicado de sobres de colores, puedes pinchar en el que quieras y, a la izquierda, se desplegará la información de cada una de las tarjetas para que puedas fecharlas, conocer el soporte, el autor, el título, si tienen matasellos y si estuvieron destinadas a alguien o fueron un simple recuerdo de colección.
Sólo quedan en fotos y postales
Especialmente reseñables son esos lugares o edificios de los que ya nada queda, salvando ese recuerdo hecho imagen en fotos o postales. Es el caso de la torre de los señores de Bofarull, también conocida como Castillo de Bofarull o Palacio Bofarull, un palacete modernista situado a la altura del 150 del paseo de Extremadura; el Cuartel de la Montaña en Moncloa, o el Instituto Rubio, fundado por Federico Rubio y Gali en 1880 para la formación de médicos posgraduados, sobre cuyo terreno se alza ahora la Fundación Jiménez Díaz.
Tampoco faltan, instalaciones de ocio muy singulares como La Parisiana, creada en 1907 para recreo de la alta sociedad madrileña también en La Moncloa, muy cerca del actual faro de la Moncloa y enfrente del Parque del Oeste, donde se erigía un inmenso chalé con restaurante de lujo y sala de fiestas, rodeado de jardines. O la plaza de toros de la Fuente del Berro de Goya, en pie desde 1874 hasta 1934.
Y más curioso aún, el ‘toboggan’ de Cibeles, situado en el solar que hoy ocupa la sede del Ayuntamiento, y que en 1908 lo describía así un periódico: “Consiste en abandonarse una persona colocada en un plano inclinado a la fuerza de una pendiente, que baja caracoleando desde una regular altura… Por ella se han deslizado elegantes y bellas señoritas de lo más selecto de la buena sociedad madrileña, que se habían dado cita en la explanada en que se alza el artístico aparato”. Costaba cada viaje 15 céntimos, una peseta el bono de 10.
Y trasteando, trasteando, incluso puedes encontrarte fotos de vecinos, como la fechada entre 1914 y 1916, en la que Julián Gómez Chamorro y Carmen Gómez posan felices en el estudio fotográfico Yruela, en la plaza del Progreso (hoy Tirso de Molina), tras contraer matrimonio.
Imágenes insólitas
Otros enclaves permanecen en pie, pero ¡tan distintos! En el mapa podrás descubrir imágenes insólitas de señas de identidad urbanas como el Rastro -con sus damas con mantón y sombrillas o el desbarajuste de puestos, que apenas lo son-, el viaducto sin un coche, transitado solo por caballeros con capa y gorra o sombrero de copa y mujeres de largas faldas y pañuelo en la cabeza; el puente de Toledo, uno de los enclaves más retratados, surcado por tranvías, carros o mulos mientras se vislumbra al fondo la puerta de Toledo y entremedias un paseo en cuesta casi vacío; el puente de Segovia, bajo el que ondean como banderas blancas los cientos de sábanas que a diario limpiaban las lavanderas en las aguas del río, y otro puente, el de los Franceses, recorrido en 1901 por un viejo tren de mercancías, mientras algunos atrevidos se bañaban en el Manzanares.
Es un viaje de la memoria, inspirado no tanto por la nostalgia sino por la curiosidad de conocer el ayer de la ciudad en la que vivimos.