Si hace poco te proponíamos un paseo por el Retiro siguiendo la huella iberoamericana de monumentos y nombres ilustres, ahora, inmersos en la primavera, te tentamos con una ruta de carácter botánico, conociendo las especies que arraigaron en Madrid procedentes del continente americano, incluyendo la parte de Estados Unidos que perteneció a la Corona española.
Es la segunda de las ‘Rutas artísticas, botánicas e históricas de Iberoamérica en Madrid (Retiro)’, editada por la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI) y la Unión de Ciudades Capitales Iberoamericanas (UCCI).
Antes de sumergirnos en el corazón verde del Retiro una parada de calentamiento: el Herbario del Real Jardín Botánico de Madrid, que atesora desde 1831 la colección principal de una de las expediciones científicas más importantes de la época, la emprendida en 1777 al Virreinato del Perú, que duraría casi once años. Partió de Cádiz al mando del estudiante de farmacia Hipólito Ruiz López, acompañado por el médico francés Joseph Dombey, el farmacéutico José Antonio Pavón y Jiménez, y los ilustradores José Brunete e Isidro Gálvez. Su más de 2.200 dibujos y descripciones también los guarda el Botánico. La documentación administrativa y las colecciones no botánicas están en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, y el material etnológico, en el de América.
Ahuehuete y magnolio, primeras paradas
El Parterre, primera parada para contemplar el ahuehuete o ciprés mexicano, ya que es oriundo de ese país, donde existen árboles de hasta 6.000 años de antigüedad. Plantado en el siglo XVII, es el único ejemplar del Retiro, pero tiene ‘hermanos’ en los jardines del Palacio Real de Aranjuez. Desde 1992 está incluido en el Catálogo de Árboles Singulares de la Comunidad de Madrid.
Esta conífera de gran porte y frondosa copa, que alcanza una altura máxima de entre 40 y 50 metros, tiene hojas perennes en México, dado su clima, pero caducas en las zonas frías. Hojas, resina y corteza parecen tener propiedades contra las enfermedades renales y de la piel, ayudando a la cicatrización de heridas y quemaduras.
Imágenes cedidas por Antonello Dellanotte
En torno a este ahuehuete se han forjado numerosas leyendas, desde que es el árbol más antiguo de Madrid, hasta que es el descendiente del ahuehuete bajo el que Cortés pasó la ‘Noche Triste’ tras su derrota a las afueras de Tenochtitlan.
Muy cerca del Parterre, nos espera un magnolio (Magnolia grandiflora), que debe su nombre a su descubridor, el botánico francés Pierre Magnol, y cuyo origen es el sudeste de Estados Unidos. Sus flores blancas, las más grandes del parque -pueden alcanzar los 30 centímetros de diámetro-, y el intenso aroma que desprenden lo convierten en uno de los ejemplares más singulares.
Camino del Bosque del Recuerdo, un árbol del este norteamericano, el roble de los pantanos (Quercus palustris), pariente de nuestra encina. De raíces superficiales para conseguir oxígeno en las zonas pantanosas, es de hoja caduca y juega un papel vital para la alimentación de algunas especies de las zonas originarias, como el pavo salvaje o el pato de Florida.
También de origen norteamericano, la acacia de las tres espinas la encontramos en el paseo de Fernán Núñez, frente a la placa en recuerdo del fotógrafo Juantxu Rodríguez. Es un árbol pequeño, de entre 10 y 12 metros, pero con múltiples utilidades: su madera es usada en carpintería; el mucílago que guardan sus vainas se utiliza como espesante en la elaboración de helados y cremas; las semillas han servido como sucedáneo del café, y, en épocas de escasez, como alimento del ganado, aunque no es muy aconsejable dado su efecto laxante.
Una araucaria para el recuerdo
Si seguimos paseando por Fernán Núñez, al bordear la Rosaleda nos encontramos con el recuerdo de un árbol legendario, la araucaria (Araucaria araucana), originaria del sur de la cordillera andina, que murió en 2017. Doce años antes, en 2005, se había plantado otra muy cerca, pero fuera de las lindes del parque, en el Jardín Botánico.
No muy lejos, aparece la secuoya gigante (Sequoiadendron giganteum), o árbol de mamut, oriundo del norte californiano y descubierto en 1831. Longevo -puede llegar a vivir 2.000 años-, uno de sus ejemplares, la denominada General Sherman, en California, tiene el título de ser el árbol con mayor porte del mundo: 83,8 metros de alto, 11 de diámetro en la base y 31 de perímetro.
Más avanzado el paseo, cuando vayamos en dirección al monumento a la República de Cuba, encontraremos otras tres secuoyas, esta vez rojas (Sequoia sempervirens). Originarias de California, deben su nombre a George Guess, conocido como ‘Sequoyah’, un indio a quien se le debe el silabario cheroqui a comienzos del siglo XIX. Si la secuoya gigante ha dado el árbol con mayor porte del mundo, la roja tiene en su haber el árbol más alto del mundo aun en pie, la llamada Hyperion, localizada en el Parque Nacional Redwood, (California), que se alza sobre sus 115,5 metros.
Caminamos ahora hacia… Luisiana. De allí procede el Naranjo de los Osage (Maclura pomifera), que nos espera cerca de la puerta del Niño Jesús. Solo hay dos en el parque. Su madera es la favorita para la construcción de arcos desde los indios Osages hasta los arqueros profesionales y su corteza, idónea para hacer tintes. Sus frutos, que pueden llegar a medir 15 centímetros de diámetro, desprenden un fuerte olor a naranja que sirve de repelente de insectos. Pero no te engañes, no los puedes comer. Son tóxicos para el consumo.
El apóstol del árbol
Hagamos una excepción para detenernos no ante un árbol sino ante el ‘apóstol del árbol’ como fue llamado el ingeniero de montes Ricardo Codorníu Stárico Nacido en Cartagena en 1846, a él se debe la titánica labor de repoblar forestalmente Sierra de Espuña y detener las dunas que anegaban Guardamar. Su estatua se encuentra en el paseo de Julio Romero de Torres.
Seguimos en Luisiana. En el estanque del Palacio de Cristal, está su árbol oficial, el Ciprés de los Pantanos (Taxodium distichum), uno de los pocos árboles de esta familia que puede crecer dentro del agua. Y en los Jardines de Cecilio Rodríguez, otro ciprés, en este caso el de Monterrey (Cupressus macrocarpa), un árbol que poblaría el sueño de Eduardo Manostijeras ya que su copa frondosa lo hace ideal para la topiaria, una práctica de jardinería consistente en dar formas artísticas a las plantas mediante las tijeras de poda.
Poco después con encontramos con un arce plateado, (Acer saccharinum), uno de los seis árboles del Retiro incluidos en el Catálogo de árboles singulares de Madrid. Originario del este de Estados Unidos y del sudeste canadiense, su altura alcanza los 40 metros. De su savia se extrae el jarabe de arce.
Liquidámbar, moneda azteca
Cerca de la puerta del Doce de Octubre, se alza un liquidámbar (Liquidambar styraciflua), originario de México, Guatemala y el sudeste de Estados Unidos fue introducido en Europa en 1861 por el religioso John Banister. Con una altura de hasta 40 metros, su floración es entre abril y mayo y su corteza destila una resina parecida al ámbar y conocida como ‘estoraque americano’ y ‘bálsamo de Copalme’, que era utilizada por los aztecas para aromatizar el tabaco, además de como moneda, y actualmente en Sudamérica se usa como incienso en casas y templos.
Nos encaminamos hacia las Ruinas de la Iglesia de San Isidoro de Ávila, junto a la Montaña Artificial. Allí conoceremos al Huingan (Schinus polygamus), originario de Chile y Argentina, de las tierras del pueblo mapuche que le denominó ‘huingaco’ o árbol de la tierra. Las primeras semillas llegaron a Madrid gracias a la expedición al Virreinato del Perú. Su escaso tamaño, entre uno y tres metros, y su hoja perenne lo convierten en una especie muy valorada para uso ornamental. De sus frutos se saca aguardiente y la bebida conocida como ‘chicha de huingaco’.
Enfilando hacia el Teatro de Títeres del Retiro, el siguiente ejemplar es la catalpa (Catalpa bignonioides), originaria del sudeste de Estados Unidos. Su nombre deriva del cheroqui, ‘cataba’, que quiere decir ‘cigarro’ por los alargados frutos marrones que, colgando, asemejan cigarros puros. De hecho, los cheroquis trituraban estos frutos para consumirlos como tabaco; además, lo mezclaban con la corteza y lograban una sustancia de efectos narcóticos y sedantes.
Enfilamos hacia la salida por la puerta de la Independencia. Antes nos detenemos ante la robinia (Robinia pseudoacacia) bautizada así en honor del botánico y farmacéutico francés Jean Robin, quien en el siglo XVII introdujo en Europa los primeros ejemplares desde el centro de Norteamérica. En el siglo XVIII, el boticario de Felipe V, Louis Riqueur, mandó traer semillas desde París para, tras pasar por el vivero de Migas Calientes, plantarlas en El Retiro. Fueron las primeras robinias de Madrid. Sus flores blancas comestibles, las famosas ‘pan y quesillo’ se utilizan en algunos pueblos madrileños para hacer sopas y tortillas.
Fin de la ruta.