Aprovechando la celebración hoy del Día Internacional de la Música, te proponemos un recorrido por Madrid siguiendo el rastro de los músicos que nacieron, vivieron o trabajaron aquí. Lo hacemos de la mano de Memoria de Madrid.
La ONU fijó el 22 de noviembre como Día Internacional de la Música, coincidiendo con la festividad cristiana de Santa Cecilia, patrona de los músicos. Pero la tradición se remonta a mucho antes, siglos incluso. Fue Edimburgo la primera ciudad en conmemorarla, nada menos que en 1695. Poco a poco se unieron países como Alemania, España, Francia y, en Latinoamérica, Brasil.
Serrano, 72, la casa donde Manuel de Falla vivió hasta 1907 y donde compuso La vida breve, obra que le valió el Premio de la Academia de Bellas Artes en 1905. El compositor gaditano dejó Madrid para instalarse en París y embrujar al mundo con sus obras: El amor brujo, Noches en los jardines de España o El sombrero de tres picos. Murió en Argentina, pero a él le dedicó Memoria de Madrid su primera placa, en 1990. La siguieron muchas más que te relacionamos aquí.
De Paco de Lucía a Concha Piquer
Desde la Cuesta de San Vicente hasta Antón Martín, el recorrido está lleno de paradas. Arrancamos en las proximidades de la Cuesta de San Vicente, donde en la calle de la Ilustración, 14, primer piso, vivió desde chiquillo, un genio de la guitarra y un revolucionario del flamenco, Paco de Lucía. A esa casa llegó la familia en la década de los 60 desde su Algeciras natal. Aquí se gestaría y ensayaría su Como el agua y de aquí saldría años después para casarse. Su recuerdo está en la memoria de todos y su nombre queda además en una estación de la red de Metro y en un centro cultural, en Latina
Si cruzamos por Sabatini, en el número 6 de la plaza de Oriente otra placa nos recuerda que estaba Casa Castaldi, la fonda donde se alojó Verdi cuando vino para dirigir en el Teatro Real su ópera La forza del destino, adaptación de la obra del Duque de Rivas Don Álvaro o la fuerza del sino. La fonda, por su cercanía al Real, era todo un clásico para los músicos y artistas italianos que recalaban en nuestra ciudad en el Siglo XIX.
Como es difícil seguir una línea recta, callejeemos. Por ejemplo, hacia la Torre de los Lujanes en la plaza de la Villa, 3, donde en 1846 nacería Federico Chueca, uno de los ‘retratistas’, no con pincel sino con música, de la vida del Madrid de Prim, de la Primera República y de la Restauración. Chueca dejó la medicina por la música y el 2 de julio de 1885 tendría lugar la primera representación de La Gran Vía, ‘revista cómico-lírica-fantástica- callejera’ que le daría fama universal.
En otra calle muy castiza y relativamente cercana, San Isidro Labrador, 13, nació una mujer que “con su voz y su arte ha paseado Madrid por el mundo”, Teresa Berganza. Así lo dice la placa instalada en la fachada del edificio. Tras su debut en 1955 en Madrid, saltó a los escenarios más grandes del mundo, desde la Ópera de París a la Escala de Milán, del Covent Garden al Metropolitan, de la Ópera de Viena a la de Hamburgo. Imposible resumirlos. Ella fue la primera mujer académica de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, todo un hito.
En Espoz y Mina, 17, residía una saga de músicos, los Halffter, de la que destacaron especialmente dos, Rodolfo y Ernesto. El primero perteneció a la Generación del 27 y fue autor, entre otras obras, del Homenaje a Antonio Machado o Tres epitafios. Tras la Guerra Civil se exilió a México. Allí murió, pero con el orgullo de contar con la Cruz de Alfonso X El Sabio o el Premio Nacional de Música de nuestro país. Su hermano Ernesto fue discípulo de Falla y de Ravel, y completaría La Atlántida, obra inacabada de Falla. Académico de Bellas Artes, recibió dos veces el Premio Nacional de Música.
El deambular nos lleva a Maestro Victoria, 3, donde habitó el músico que le da nombre: Fray Tomás Luis de Victoria. En este edificio levantado sobre la que fuera Casa de Capellanes, vivió y compuso desde 1596 hasta su muerte en 1611 este gran polifonista, capellán de la emperatriz del Sacro Imperio y reina consorte de Hungría y Bohemia, María de Austria, hermana de Felipe II.
Muy cerca de allí, a espaldas de la gran Vía, en Leganitos, 35 vivió, creó y falleció en 1757, el músico napolitano Doménico Scarlatti, que había llegado a Madrid en 1733 como profesor de la reina consorte Bárbara de Braganza. Al principio de su llegada, Scarlatti residió en Antón Martín y, posteriormente, en esta casa de Leganitos, contigua a la casa de los Niños Cantores de la Corona. Scarlatti fue enterrado muy cerquita, en la desaparecida Iglesia del Convento de San Norberto, en la plaza de los Mostenses.
Nos vamos acercando a la Gran Vía, pero antes una parada en Montera, 14, la casa donde vivió Mikhail Ivanovich Glinka, el considerado como ‘padre de la música rusa’. Después de estudiar en Centroeuropa, llegó a Madrid en 1845 y aquí estuvo a punto de quedarse. Al final no lo hizo, pero nos dejó su ‘Noche de verano en Madrid. Obertura española, nº 2’ y otras obras que revelan su amor por nuestra ciudad y nuestro país.
En plena Gran Vía, Concha Piquer
Casi 60 años -de 1933 a 1990- residió en Gran Vía 78, segundo piso, Concha Piquer, uno de los nombres míticos de la canción española. Allí vivió con su gran amor el torero Antonio Márquez, apodado Belmonte Rubio, con su hija y su hermana. Por aquí desfilaron nombres como Orson Welles, Blasco Ibáñez, Benlliure, Benavente, Rafael de León o el Maestro Quiroga. Y aquí murió el 12 de diciembre de 1990. Su multitudinario entierro paralizó la Gran Vía.
Muy cerca, en la calle de la Madera 26, vivió, entre 1797 y 1803, otro gran músico italiano, Luigi Boccherini, quien además tiene un busto en la Cuesta de la Vega. En esa casa compuso su zarzuela Clementina. Boccherini llegó a Madrid en 1768, con 25 años y moriría en esta ciudad a la que le dedicó piezas, medidas y vibrantes, de gran belleza dieciochesca.
Desde Madera, bajando hacia Cibeles, llegamos a San Onofre, en cuyo número 4 estuvo, desde 1873 a 1882, la casa familiar de Isaac Albéniz, frente del horno de mismo nombre, cuyo aroma recuerda el compositor en alguna de sus cartas.
Un poco más abajo, en Clavel, 3, en al siglo XIX estaba la fonda Genieys, donde se alojó durante la década de 1830 Gioachino Rossini. Allí compondría buena parte de su Stabat Mater. El llamado ‘Cisne de Pésaro’ llegó a Madrid en 1831 y se alojó en esta fonda, una de las mejores de la Corte, frecuentada por Larra o Espronceda y donde García Gutiérrez leyó por primera vez el drama romántico El Trovador. Durante su estancia en Madrid, Rossini dirigiría en 1831 en el Teatro de la Cruz su obra El Barbero de Sevilla ante 1.500 espectadores.
Alejándonos un poco del centro
Cruzando las lindes del casco histórico, pero sin ir muy lejos encontramos otras huellas. Por ejemplo, la de Puccini que residió en el 7 de Ferraz cuando dirigió Edgar en el Teatro Real en 1892. El padre de Tosca, Madame Butterfly o La Boheme se alojó en una fonda situada en ese edificio y aprendió a apreciar el género chico gracias a amigos como Ruperto Chapí.
Junto al paseo de Recoletos, en Bárbara de Braganza, 4, nació Carolina Nemýsskaya, conocida como Lina Prokofiev, tras su matrimonio con el compositor Serguei Prokofiev, quien estrenaría en el Teatro Monumental su ‘Segundo Concierto para Violín’. Cantante como sus padres -él catalán, ella rusa-, la vida de Lina es novelesca: pasó de los mejores teatros de ópera al gulag ruso, en el que permanecería desde 1948 hasta 1956. Tras abandonar la URSS, se instaló en Londres donde murió en 1989.
Y ahora dos maestros de la guitarra. En Goya, 105 “la guitarra noble, culta y sensible de Regino Sáinz de la Maza sonó durante medio siglo (1896-1981)”. Así reza la placa municipal que señala el hogar y estudio del genial guitarrista. Docente -para él, por ejemplo, se crearía la Cátedra de Guitarra en el Conservatorio de Madrid-, crítico musical y académico Bellas Artes de San Fernando, murió en 1981.
Otro grande, Andrés Segovia, vivió en Concha Espina, 53, desde su regreso a España en la década de los 50 hasta su muerte en 1987. Investigador y virtuoso de la guitarra, tras sus primeras giras mundiales en la década de los 20, compositores de la talla de Moreno Torroba o Mario Castelnuovo-Tedesco, empezarían a crear piezas para él.
Y otro de los grandes españoles, Joaquín Rodrigo, conocido popularmente como el maestro Rodrigo, vivió y trabajó desde 1975 hasta su muerte en San Germán, 11. La peculiaridad de la placa de Memoria de Madrid es el presente verbal: “Aquí vive y trabaja”. Y es que fue colocada en vida del compositor, pero sigue estando vigente: Rodrigo vive en la memoria de la ciudad. De hecho, el distrito de Tetuán, al que pertenece la calle de San Germán, dio su nombre al auditorio del Centro Cultural Eduardo Úrculo, y recientemente ha recogido en una exposición algunos de los carteles de sus conciertos, publicaciones y objetos que el maestro valenciano utilizaba para componer.