Corpiño marcando talle, mangas tipo farol, fajín, chaqueta abotonada y pañuelo a juego. Los trajes goyescos son habituales en las calles de Madrid cuando llega el 2 de mayo. Por segundo año consecutivo, y a causa de la Covid-19, la celebración de estas fiestas ha sido trastocada y esta vestimenta, tan característica del siglo XVIII, permanecerá guardada en muchos armarios. Lo que sí habrá como recuerdo a esta fecha será la tradicional corrida goyesca organizada en la Plaza de Toros de las Ventas.
El Dos de Mayo, día de la Comunidad de Madrid, se conoce por el levantamiento popular contra los franceses. El fuego lo prendió la orden de Napoleón a sus tropas de trasladar al infante Francisco de Paula y a la infanta María Luisa de Borbón a Francia, únicos miembros de la familia real española que quedaban en nuestro país, tras la reclusión de Carlos IV y su hijo Fernando en Bayona. Y a primera hora de la mañana de ese 2 de mayo, los madrileños empezaron a congregarse frente al Palacio Real y a luchar contra los soldados franceses, manifestando así su rechazo a la voluntad napoleónica.
La mecha prendió rápido y los enfrentamientos se fueron sucediendo en lugares como la Puerta del Sol, la de Toledo, la plaza de Oriente y Malasaña, enclaves emblemáticos de Madrid y del distrito de Centro. Uno de los mejores reflejos de esas trágicas horas, son los cuadros de Goya relativos a los fusilamientos del 2 y 3 de mayo. Sin olvidar las pinturas de Manuel Castellano, Muerte de Daoiz y defensa del Parque de Monteleón y Muerte de Velarde el dos de mayo de 1808, que hasta hace no mucho se exhibían en el Salón de Sesiones de la Casa de la Villa (plaza de la Villa) y ahora están en el Museo de Historia.
Malasaña, la trinchera
La hoy apacible plaza del Dos de Mayo vivió los momentos, si cabe establecer alguna comparación, más angustiosos de la jornada. Un arco nos recuerda donde estaba la entrada al Cuartel de Monteleón, donde Luis Daoíz, al mando del cuartel, se atrincheró con el capitán Pedro Velarde, algo más de sesenta militares y muchos civiles para plantarle cara a las tropas francesas, como dice la leyenda, “con apenas un sable y un mosquete”, en clara alusión a la diferencia de fuerzas y equipamientos. Sus muertes escribieron una de las páginas más heroicas de la historia madrileña.
Por eso esta plaza, la más famosa del barrio de Universidad, es el epicentro de las celebraciones populares de otros años, organizadas por el vecindario, las asociaciones y los comerciantes del entorno. Este año, adaptadas a las circunstancias, tendrán lugar propuestas online y algunas actividades presenciales con inscripción previa y control de aforo.
Heroísmo con nombre de mujer
Pero los renglones de la historia del 2 de mayo los escribieron sobre todos héroes anónimos, muchos de ellos mujeres. Clara del Rey, Benita Pastrana y Manuela Malasaña son solo tres, eso sí las más famosas, de las 58 mujeres que perdieron la vida en esa jornada. Clara del Rey vivía muy cerca, en el número 29 de la calle de Velarde, y murió defendiendo el cuartel hombro con hombro con su marido y sus tres hijos. Manuela y Benita eran adolescentes, apenas 17 años llenos de coraje. Manuela, costurera e hija, curiosamente de un panadero francés que castellanizó su apellido, es de sobra conocida. Pastrana, lo es menos, pero luchó “defendiendo el cañón del teniente Ruiz hasta ser herida de muerte”. Así consta en la placa del Plan de Memoria de Madrid. Puedes seguir el rastro de las tres en el mapa ilustrado Malasaña y otras mujeres, editado por el Ayuntamiento de Madrid.
En las inmediaciones del parque del Oeste y al lado de la ermita de San Antonio de la Florida, ya en el distrito de Moncloa-Aravaca, hay otra página imborrable en esta lectura de la historia. En un enclave recoleto y algo escondido, localizamos el cementerio de La Florida. Allí, en una fosa común están enterrados los restos de cuarenta y tres víctimas de los famosos y tristes fusilamientos, unos héroes anónimos que tienen su recuerdo en la historia de nuestra ciudad. A los pies de la montaña del Príncipe Pío los soldados capitaneados por el general francés Joaquín Murat terminaron con la vida de estos madrileños.
Los cipreses rodean un muro de mampostería en aparejo toledano, que acompañan todo el año los restos de los fusilados. En una cripta bajo la capilla se encuentran dos cajones de plomo y cinc. Un lugar precioso para pasear y visitar por el exterior, ya que la pequeña necrópolis solo abre cada 2 de mayo para la ofrenda floral que hacen cada año el Ayuntamiento, la Comunidad de Madrid y los miembros de la Sociedad de Milicianos Veteranos.
Pocas efemérides tienen tanta huella en la historia de ciudad como el 2 de mayo: cuna de héroes, fuente de leyendas, inspiración de grandes figuras literarias y emblema para el Madrid de hoy que no olvida que, sin aquellos hombres y mujeres, no sería lo que es.