Hablar de literatura en Madrid, nos lleva directos a un barrio, el de las Letras, donde se concentra el mayor rastro literario de la ciudad. Hoy, para celebrar el Día de Libro, vamos de paseo por esta parte del corazón madrileño con la guía de escritores y libros. Te invitamos a acompañarnos.

Sus nombres, Barrio de las Letras o Barrio de las Musas, ya nos dicen casi todo. Y es que estas calles estrechas, fueron el epicentro de la vida literaria madrileña y española desde finales del siglo XVI hasta el XIX. Caminar por uno de sus ejes, la calle de las Huertas es pasear sobre algunos de los pasajes más hermosos de la literatura española, firmados por nombres, muchos de ellos vecinos de la zona.

Corrales de comedias, de teatros a resguardo de caballerías

En Las Musas o en Las letras se concentraban los corrales de comedias, nacidos en 1565 al permitir Felipe II a las cofradías de la Pasión y de la Soledad gestionar sus propios corrales de comedias para financiar hospitales y obras de caridad. Por orden de Felipe III, en 1615 el Ayuntamiento asumiría su gestión y les asignaría una subvención fija. A diferencia de los teatros, carecían de techo y, si no había función, su ‘público’ eran las caballerías de los viajeros que se guarecían en ellos. De ahí su nombre.

Durante el Siglo de Oro, llegó a haber siete en Madrid, de los que no queda ninguno en pie. Entre ellos, el Corral del Príncipe sobre el que se levanta el Teatro Español, el escenario en activo más antiguo de Europa por ser precisamente su heredero. En las inmediaciones, otros tan conocidos como el Corral de la Cruz, el de la Pacheca o el Mentidero de Representantes, este último en la calle de León, escenario de chácharas, cotilleos y negocios de actores, directores y dramaturgos. En el número 27 de esa misma calle, nació el Nobel de Literatura Jacinto Benavente.

En el patio de los corrales, apodado de ‘mosqueteros’, se ubicaba el público más temido, hombres del pueblo llano, armados de huevos y frutas podridas por si no les gustaba la función. Las mujeres se subían a la ‘cazuela’, nuestro  ‘gallinero’, y en los corredores superiores, la nobleza separada de la multitud.

En ese meollo escénico, estaba la Fonda de San Sebastián, en la calle del mismo nombre, donde se reunían Moratín, Cadalso, o Iriarte. Siguiendo con el teatro, un poco adelante encontramos el Teatro de la Comedia, sede de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, cuya programación anual la protagonizan, claro está, los clásicos. Y en la plaza de Santa Ana 12, San Juan de la Cruz fundó en 1586 el monasterio del mismo nombre, derribado en 1810.

Paradas casi obligatorias

Calle de Lope de Vega, Convento de las Trinitarias Descalzas. Aquí, quiso Cervantes que reposaran sus restos en agradecimiento a los monjes que reunieron en 1580 el rescate para liberarlo de su cautiverio en Argel. Pero, además, en su claustro vivieron Micaela de Luján, musa y amante de Lope de Vega, y uno de sus vástagos en común, Marcela de San Félix, monja trinitaria, cuyos poemas religiosos y obras de teatro la convirtieron en una de las mejores escritoras del siglo XVII.

El 87 de Atocha y el 7 de San Eugenio. Imprescindibles si hablamos de El Quijote. En Atocha tenía su imprenta Juan de la Cuesta y de ella saldría en 1605 la primera edición del que se dice es el libro más leído de la historia, tras la Biblia. Hoy es sede de la Sociedad Cervantina.  En 1609 la imprenta se trasladó a la calle de San Eugenio, donde en 1615 se hizo la ‘edición príncipe de la segunda parte’ como cuenta la placa de la fachada.

En Cervantes, 11, encontramos la Casa Museo de Lope de Vega, el ‘Fénix de los ingenios’ por su inagotable producción literaria. Entrar es recrearse en los ambientes domésticos del Siglo de Oro y su precioso huerto es un remanso de paz en el corazón del barrio.  Muy cerca, en Atocha, 39, en la Iglesia de San Sebastián reposan otros nombres famosos de las letras –el propio Lope de Vega-,  la arquitectura -Juan de Villanueva y Ventura Rodríguez-, y del teatro, como la actriz María Ignacia Ibáñez, cuyos restos intentó en un arrebato amoroso desenterrar José Cadalso y acabó detenido por la policía.

Sin salir del barrio nos adentramos en el Ateneo, la ‘Holanda de España’, como se le apodó en el siglo XIX por ser refugio del liberalismo. Su lista de próceres -desde presidentes del Gobierno y ministros, hasta premios Nobel, filósofos, artistas…- es imposible de resumir.  En 1905, Pardo Bazán se convertiría en la primera mujer socia. Hoy sigue siendo un referente en la vida cultural madrileña.

La literatura sigue asaltándonos en el deambular. Imposible resumirlo. Solo dos ejemplos más. En Huertas, 41, vivió Elena Fortún, la autora de Celia, y en Lope de Vega, 31, Luisa Carnés, escritora y periodista de la Generación del 27. Sendas placas nos lo recuerdan en las fachadas.

A orillas del barrio

Orillando el barrio, en la esquina de Alcalá con Barquillo, el Instituto Cervantes, el ‘templo’ del español, se aloja en el Edificio de las Cariátides, obra de Antonio Palacios.  Y si caminamos hacia Sol, restos de lugares donde se fraguó buena parte de nuestra literatura. Como el Café de la Fontana de Oro, (Victoria 1), donde Galdós terminó la novela homónima. O el Callejón del Gato, calle de Alvarez Gato, donde antes estuvieron los famosos espejos cóncavos, que recreó Valle Inclán, en Luces de Bohemia.

En Cedaceros 3, falleció el creador del sainete madrileño, Ramón de la Cruz. Ya en la Puerta del Sol, 11, estaba la Pensión Americana, hoy Hostal Americano, en la que vivió y escribió Jorge Luis Borges.  Y, un clásico universal, Hans Christian Andersen, se alojó en la Fonda de la Vizcaína, Mayor, 1, según relató en su diario sobre su ansiado viaje a nuestro país.

Y ahora para combatir el cansancio del paseo, un buen libro en el sofá.