Ariadna miró a Teseo. Enamorada, se rindió ante él desvelándole el mayor de los secretos que ocultaba su padre: el recorrido para entrar y salir del laberinto donde se encerraba el temido Minotauro para matarlo. Cuando lo hizo, solo tuvo que seguir el hilo que le había dado Ariadna para salir. Huyeron juntos pero Teseo la abandonó.

Según la mitología, Ariadna era hija del rey Minos de Creta y de su esposa Pasifae. El ateniense Teseo había llegado a Minos junto con siete muchachos y siete muchachas que debían ser sacrificados cada nueve años y ofrecidos al Minotauro que vigilaba el Laberinto. Teseo prometió que se casaría con ella si conseguía matar al Minotauro y regresar vivo.

Los dos amantes huyeron de Creta, pero Teseo, por alguna razón desconocida, abandonó a Ariadna en la isla de Naxos donde ella  lo esperó mucho tiempo. Después, se prometió en matrimonio con Dioniso y, en su honor, él lanzó su diadema al aire para que fuese admirada por la noche como la constelación de la Corona del Norte.

Dama del Manzanares

Con ese hilo enredado a modo de tocado o corona, como dándole vueltas a la idea o quizás como metáfora de los giros y vueltas de Teseo para salir del laberinto, se yergue con sombrero la Dama del Manzanares. Una escultura de 13 metros de altura y casi ocho toneladas de bronce y acero que el artista valenciano Manolo Valdés diseñó como La cabeza de Ariadna o Ariadna IV pero se conoce así por su ubicación junto al río del mismo nombre y en la cabecera del Parque Lineal.

Esta magnífica estructura corona desde 2003 una loma-plataforma en forma de pirámide de madera de 21 metros de altura con escaleras laterales que encaminan hacia ella, diseñada por el arquitecto Ricardo Bofill y conocida como La Atalaya.

Este rostro de bronce mira hacia el norte, al centro de Madrid, mientras deja el río a su espalda y ofrece unas magníficas vistas del sur de la ciudad y del parque del que forma parte sobre una montaña de escombros recubierta de manto verde, que sirve como mirador gracias a las vistas panorámicas.

 

El pelo-tocado de Ariadna esconde una escalera de acceso para los técnicos ante futuras reparaciones o daños, está rematada con un pararrayos y las luces que la iluminan por la noche cambian de color según la estación del año y la convierte en un llamativo faro mediante un juego de 24 proyectores controlados, de los que surgen destellos azules, amarillos, blancos y rojos.

Las ‘amigas’ de Ariadna

Su creador, el pintor y escultor Manolo Valdés, uno de los fundadores del Equipo Crónica, cuenta entre sus diversas creaciones con una serie de trabajos similares, por lo que Ariadna IV formaría parte de un conjunto escultórico formado por cabezas o rostros de mujeres al que se sumarían las tres ubicadas en la zona de facturación de la T4 del Aeropuerto Madrid-Barajas.

©El Mundo; 2007

Estos tres bustos individuales de 3 por 4 metros, realizados en bronce, están colocados a modo de conversación entre ellas, despidiendo a los viajeros en la terminal más icónica del aeropuerto madrileño. La Realista, La Coqueta y la Soñadora, así se denomina esta trilogía, se ubicaron en 2004 y sus originales tocados dicen mucho de cada una de ellas: las escuadras coronan la cabeza de la Realista mientras los sueños se enredan, cómo no, en la Soñadora, y los espejos se juntan y se solapan en torno a la cabeza de la Coqueta. Fundidos en ellas quedan los versos escritos expresamente para cada una por el escritor Mario Vargas Llosa. Como rezan unos de esos versos a los pies de La Soñadora. «Amigas: ustedes envidian los lujos que no tengo», mientras Ariadna espera, vigila y sonríe desde su atalaya porque los lujos son sus vistas y la envidiada es ella.