Marzo reúne en su primera semana dos celebraciones importantes: el Día Internacional de la Mujer, (8) y el de la Escultura (6), una cita esta última celebrada solo en algunos países para conmemorar el nacimiento de Miguel Ángel. Dos efemérides que, aparentemente, tienen poco que ver.  Pero desde aquí hemos trazado un recorrido por algunas de las esculturas con nombre y rostro femenino de la ciudad. No las busques en los libros de Historia. No aparecerán. Son mujeres anónimas, cotidianas, mujeres que hacen Madrid cada día.

Dos Julias tiene Madrid

Son de las pocas que tienen nombre en este recorrido. Una está de paso. Vino en 2018 por un año pero parece gustarle tanto Madrid que repite y repite, aunque, de momento, su vuelo de salida tenga fecha: el 20 de diciembre de 2021. Es Julia, ese rostro de niña con el que Jaume Plensa quiso “introducir el alma” al entorno de Colón. Desde sus 12 metros de altura, sus ojos cerrados irradian ternura. Gracias a la prórroga del acuerdo entre el Ayuntamiento y la Fundación María Cristina Masaveu Peterson, sigue de momento acompañándonos.

'Tras Julia', en la calle del Pez
‘Tras Julia’, en la calle del Pez

Realizada en resina de poliéster y polvo de mármol blanco y firmada por el escultor catalán, poseedor entre otros reconocimientos del Premio Nacional de Artes Plásticas, se eleva en el antiguo pedestal de la plaza donde antiguamente estuvo la estatua del almirante.

La otra Julia se funde con vecinos y paseantes de Malasaña. Un personaje más de la calle del Pez, donde se instaló en 2003 gracias a otro acuerdo, en este caso entre la Empresa Municipal de la Vivienda y Suelo (EMVS) y la Fundación Universidad Complutense. Firmada por el artista madrileño Antonio Santín, es un bronce a tamaño natural. ‘Tras Julia’, como en realidad se llama, encierra una larga vida pese a su aspecto juvenil: representa a una joven rompedora que en el siglo XIX se vestía de chico para asistir a la cercana Universidad Central, vetada entonces a las mujeres.

Mujeres al natural

Mujeres genuinas, naturales, que nos sorprenden en la calle caminando, bailando o consultando al espejo su opinión sobre su oronda belleza. Algunas rehúsan el pedestal. Prefieren confundirse con el paisaje humano madrileño.

Mochila a la espalda y carpeta bajo el brazo es fácil cruzarse en la plaza de San Ildefonso con la ‘Joven caminando’, una obra  realizada en bronce, a tamaño natural, instalada directamente en el suelo para identificarse mejor con el peatón. Su presencia se la debemos al acuerdo de la EMVS y la Escuela de Arte La Palma para convocar un concurso de ideas en el que participaron alumnado y profesorado del centro. Ganó Rafael González García con esta joven caminante.

¿Bailamos para conjurar la monotonía? Eso parece proponer la ‘Joven bailando’ en la calle de la Palma, 49, frente a la escuela del mismo nombre. Firmada por Roberto Manzano, está realizada en bronce a tamaño natural y la EMVS está también detrás de su autoría, gracias al convenio suscrito en 1999 con la Escuela de Artes Aplicadas.

Desafiando cánones estéticos y también arcaicos pudores, la ‘Mujer con espejo’ luce su desnudez tumbada en la calle y armada con un espejo.  Fue un regalo del artista colombiano Fernando Botero, quien, con motivo de su exposición ‘Botero en Madrid’ (1994), prometió donar a la ciudad la escultura más votada por los ciudadanos. Y aquí esta, una tonelada broncínea que atrapa la mirada de paseantes y conductores que transitan por Colón.

Tumbada no, recostada entre telas, pero también desnuda. Es la ‘Mujer sedente’, que reposa en el Retiro con la cabeza apoyada en la mano izquierda, mientras su derecha sujeta un libro. Realizada en piedra caliza, pertenece al grupo escultórico de la fuente de Juan de Villanueva, que adornaba la glorieta de San Vicente y que hoy se ubica en el paseo de Camoens.

De la abuela rockera a la colegiala

En este recorrido, la tercera con nombre propio es la ‘Abuela rockera’, Ángeles Rodríguez Hidalgo, una argentina, nacida con el siglo XX, que se aficionó al rock siendo ya septuagenaria por amor a su nieto. Él la llevó a su primer concierto y pronto se convirtió en una asidua de la noche madrileña, hasta el punto de que, a instancia de varios grupos de rock nacionales, la artista Carmen Jorba realizó este busto de bronce que, desde 1994, sonríe a los vallecanos desde la calle de Peña Gorbea. A su atuendo no le falta detalle: chupa de cuero, gorra, pañuelo y muñequera de pinchos.  Para financiarlo, Esturión, Ñu, Asfalto y Sobredosis compartieron escenario en la sala Canciller.

De la mayor a la más joven, ‘La colegiala’, esa niña  que, carpetas en mano, se confunde desde 1987 con la gente en el intercambiador de Aluche. Obra de Julio López Hernández, tiene una hermana gemela llamada Esperanza que ‘vive’ en Oviedo, frente al Teatro Campoamor.

Oficios de ayer y de hoy

La violetera o las lecheras formaban parte de la galería habitual de personajes de la primera mitad del siglo pasado. Hoy desaparecieron de sus calles, pero no su recuerdo.

La ‘Violetera’,  madrileña castiza con vestido de chulapa, pañuelo y dos claveles a la cabeza, parece ofrecer su ramito de violetas a los caballeros que transitaban por la Gran Vía, el lugar donde inicialmente fue instalada y de donde partiría en 2003 a uno de los entornos más castizos, la plaza de Gabriel Miró, en el corazón de las Vistillas.  El Ayuntamiento la encargó en 1990 al escultor Santiago de Santiago quien quiso rendir homenaje al compositor José Padilla, autor de la obra del mismo nombre.

Sabedoras de que su ofició se extinguió, las lecheras no se quedan en la calle.  Han preferido subirse a la fachada del edificio de Francos Rodríguez, 42, una antigua vaquería entre las muchas que en el primer cuarto del siglo XX poblaban el barrio de Berruguete. No se conoce la autoría de sus cuerpos de cerámica, aunque se sospecha que nacieron en la Escuela de Cerámica de la Moncloa, entonces dirigida por Francisco Alcántara y su hijo Jacinto.

Hay un oficio sin tiempo, el de mensajera y Madrid tiene la suya en el casco antiguo de Aravaca, en la calle del Olivo, 27.  Esta niña de bronce, obra de Pedro Quesada, recuerda que allí estaba la oficina de Correos de este barrio de la periferia madrileña. La obra fue una de las ganadoras del concurso convocado por el Ayuntamiento de Madrid y la Facultad de Bellas Artes para dar a conocer el trabajo de jóvenes escultores.

Y en Villaverde, en el paseo de Alberto Palacios, una curiosidad: una mujer y su extraña ‘mascota’. No es un perro, ni un gato, es una gigantesca tortuga firmada por José de las Casas Gómez, que se instalaron allí en 2003 con motivo de la remodelación del paseo.

Y por supuesto hay más de una alusión a la maternidad en este recorrido. En Usera, en el acceso principal a la Escuela Municipal de Música Maestro Barbieri, nos recibe la ‘Maternidad’, obra de Juan Haro, una madre  fundida en un abrazo con su hijo, realizados ambos en piedra. En Moratalaz, en la plaza del Corregidor Alonso de Aguilar, la Madre y dos niños, firmada por Marino Amaya fue uno de los primeros elementos ornamentales del barrio, desde hace tiempo ya distrito. Y en San Blas-Canillejas, en la plaza de Alsacia está ubicada la fuente en homenaje a la mujer, un conjunto formado por cinco grupos escultóricos en los que la figura femenina aparece representada en edades diversas, la infancia, la juventud, la madurez y la vejez. Firmada por Luis Sanguino, se inauguró en 1999.

No han entrado en los libros de Historia pero están detrás de las pequeñas grandes historias que cada día se escriben en Madrid. Son mujeres eternas.