“A sus 88 años, mi padre sigue trabajando con el mismo entusiasmo y vigor de siempre”. Son palabras de Lina Botero, hija del pintor colombiano cuyo arte ha regresado a Madrid, ciudad que albergó sendas muestras de parte de su obra en 1987 (Museo Reina Sofía) y 1994 (exposición de esculturas monumentales al aire libre en el paseo de Recoletos). La última vez que estuvo en España fue en 2012 en Bilbao.
Esta vez, son las salas de CentroCentro (plaza de Cibeles, 1) las que exhiben los lienzos que conforman una retrospectiva de más de seis décadas en la vida de Fernando Botero, un ejemplo de vitalismo y pasión por la pintura que supo encontrar un estilo propio y que, a su edad, sigue experimentando y explorando nuevos derroteros artísticos.
Pintor o torero, la disyuntiva
Nacido en Medellín (Colombia) en 1932, llegó adolescente a mitad del siglo pasado, lleno de entusiasmo y vitalidad. Además de apasionado por la pintura, tenía otra vocación: ser torero. Fue este un deseo que, finalmente, no llegó a consumarse aunque tuvo su reflejo después en muchas de sus obras. Se impuso pues el sueño de venir a Europa para conocer a los grandes pintores. Su periplo por el viejo continente duraría tres años. No tardó en visitar España y en asentarse en la capital, donde comenzó a conocer algunos de los museos más importantes del momento.
La hija del artista reconoce que su padre “llegó a Madrid como un estudiante de arte pobre y, como trabajó en esos tiempos como copista en el Museo del Prado, ese fue su primer encuentro con los grandes museos de Europa”. Estudió además en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Su carrera fue desarrollándose desde entonces en busca de un estilo propio. Él, explicó su hija en la presentación de esta exposición, «nunca ha pintado una mujer gorda en su vida, su obra no es inventario sobre flacura o gordura o sobre exceso de kilos, sino producto de su pasión por el volumen, por la sensualidad y la belleza del arte a través de la expresión del volumen, que apareció casi de manera intuitiva en su obra cuando tenía 17 años».
Exposición en CentroCentro
Hasta el 7 de febrero, CentroCentro acoge Botero. 60 años de pintura, la mayor exposición monográfica del pintor organizada hasta el momento en Europa. El propio artista, señala la comisaria, Cristina Carrillo de Albornoz, “ha revisado todo el proceso de la exposición, desde la selección del color de cada sección hasta la iluminación de las obras”.
Botero. 60 años de pintura recorre, a través de 67 obras de gran formato, seis de las más de siete décadas de trayectoria del artista y engloba también su obra inédita más reciente de acuarelas sobre lienzo. A la sección homónina (Acuarelas sobre lienzo) se suman otras seis: Vida latinoamericana, Versiones, Naturaleza Muerta, Religión, La Corrida y Circo.
Una vida renovándose y sin dejar de pintar a diario
A sus 88 años, Botero no ha dejado ni un día de pintar. Así se recoge en la última sección de la exposición que reúne su reciente producción, compuesta por una serie bellísima de obras que inició en septiembre de 2019 y que contiene la fuerza de sus dibujos y la transparencia y delicadeza de sus acuarelas. Una vuelta a los orígenes como dibujante en la que experimenta con la acuarela, no sobre papel, sino sobre lienzo de gran formato.
El resultado de estos 70 años de creación es una nutrida producción compuesta por más de 3 000 óleos, alrededor de 200 esculturas y más de 12.000 dibujos a lápiz, carboncillo, pastel y sanguina. Botero es el pintor vivo que más ha expuesto en el mundo. Fue el primer artista en exhibir en los Campos Elíseos de París y el primer creador contemporáneo invitado a mostrar su obra en la plaza della Signoria de Florencia.
Descubriendo su propio estilo
Cristina Carrillo de Albornoz describe en el catálogo de la exposición el episodio que dio inicio al boterismo: en 1956, Botero se trasladó a México. Una noche, mientras trabajaba en su estudio, dibujó la forma de una mandolina. En el momento de trazar la cavidad del sonido, la hizo muy pequeña. El contraste entre el contorno generoso y el detalle minúsculo del centro hizo que el dibujo explotara en su deformación y monumentalidad. En ese momento entendió con claridad absoluta que había descubierto algo importante para su trabajo, una respuesta contundente a su búsqueda incansable. Ese sería el inicio de un camino que le llevaría a consolidar su propio estilo, su propio lenguaje, único y reconocible, fruto de la experimentación continua.
Ese estilo, ese lenguaje de volúmenes monumentales y vibrante color, le hace inmediatamente reconocible por el público y la crítica. En palabras de Botero, “sin un estilo propio un artista no existe. Todos los buenos pintores han conseguido crear un estilo propio coherente con sus ideas, inmediatamente reconocible… Van Gogh, Botticelli, Ingres, Piero della Francesca, Vermeer, Velázquez, Giacometti o Tàpies… Si de algo estoy feliz es, primero, de haber vivido siempre de la pintura, incluso muy pobremente en mis primeras épocas en Nueva York cuando vendía dibujos a diez dólares. Y, sobre todo, de haber encontrado un estilo propio. Una visión del mundo que no existía y que soy yo porque yo lo hago”.