Del coro de una iglesia a los escenarios internacionales. De aquella niña que cantaba música popular, a la artista madura, referente del electropop y lo suficientemente valiente como para atreverse a incorporar otros géneros. Entremedias, tres décadas que le han dado para mucho a Javiera Mena (Santiago de Chile, 1983), pregonera del carnaval madrileño, al que hoy da el pistoletazo de salida desde la plaza de Matadero Madrid. Javiera Mena abre así cinco días llenos de diversión, que son un guiño a Iberoamérica, un puente más que el Ayuntamiento ha tendido entre dos mundos hermanos y por el que Mena no ha dejado de transitar en la última década, hasta que, hace menos de un año, se instaló definitivamente en nuestra ciudad.
Tras el pregón y para deleite de sus seguidores, su música. “Voy a hacer un repaso muy festivo a mi repertorio, con alguna sorpresita, pero, sobre todo, con mucha energía y mucha fiesta, que es lo que realmente me gusta inyectar a la gente. Y, además, con sol”, dice Javiera.
Sobrevolando el escenario, una intención: “Quiero representar a todas las mujeres iberoamericanas que estamos en Madrid, y en especial, a las chilenas porque somos un país pequeñito y no tenemos una comunidad tan fuerte como otros”. “Cuando me lo dijeron –prosigue la pregonera del Carnaval de Madrid 2020– no me lo podía creer y, cuando se lo cuento a la gente, nadie deja de sorprenderse. Yo me lo tomo como un honor y una bonita responsabilidad de ponerle un poco de poesía y transmitir mi experiencia de mujer latina que dice que en Madrid te vas a sentir siempre muy bien acogida”. De hecho cuando se le piden tres notas definitorias de la ciudad, Mena no lo duda: empática e inclusiva. “Y con un cielo muy hermoso”, añade.
La poesía y la música son un binomio ligado a su vida. En su ordenador, una pegatina: Por favor, lea poesía. “Reivindico siempre la poesía. Quizá porque Chile es un país de poetas quiero seguir con ese mensaje. La poesía para mí está también en la música”.
El Madrid particular de Javiera
La primera vez que pisó Madrid fue en 2010, invitada a la gira por España y Portugal del grupo noruego Kings of Convenience. Era también su primera cita con Europa. Pero Madrid, de alguna forma, prendió en ella. “Desde hace seis o siete años empecé a venir todos los veranos, a hacer conciertos y a tener una conexión fuerte y especial, a sentir que ya vivía en Madrid sin hacerlo”. Y lo hizo de verdad. Fue hace apenas ocho meses cuando decidió traerse a su gata e instalarse en La Latina. “Me encanta el barrio y me encanta el nombre. Me siento ¡tan identificada con él!”
La decisión, dice, fue larvándose poco a poco. “Fue por saber que Chile es un territorio complicado para los artistas. En un principio pensé en México, pero Madrid me gusta mucho más allá de lo profesional. Tiene un panorama musical vibrante, del que poder seguir aprendiendo pero lo que me fascina es el orden, saber que cuáles son las paradas del bus, a qué hora va a pasar y saber que va a pasar, la limpieza, la seguridad. Saber que puedo, por ejemplo, caminar sola por la noche”. Esa fue la impresión que se le clavó en la retina hace diez años y que aún hoy perdura. “A quien me dice que en Madrid también pasan cosas, les respondo siempre que no saben lo que es la seguridad en América Latina”
Y dentro de Madrid, un lugar que no deja de fascinarle: la Gran Vía, con las estatuas coronando sus tejados, las terrazas con vistas increíbles de ese cielo que tanto admira y, sobre todo, el luminoso de Schweppes, que lleva iluminando la fachada del edificio Carrión, en la plaza de Callao, desde 1972. Pero hay algo más que le encanta: la gastronomía. “No puedo elegir un café ni un restaurante. En Madrid puedes comer rico en cualquier bar”.
Según pasa el tiempo, hay una cosa que se abre hueco en la nostalgia de su Santiago natal y que trasladaría a Madrid sin dudarlo: la cordillera andina. “Rodearía esta ciudad con montes de 6.000 metros. Esa visión de la cordillera nevada, ahora que va pasando el tiempo, es lo que empiezo a extrañar”. /