A la hora de recordarla, Madrid hace suya la máxima de Maya Angelou: “La gente no recuerda lo que les dijiste, recuerda cómo les hiciste sentir”. Madrid no deja el efecto perdurable en la pupila de un icono único, pero deja una sensación permanente, que se reconoce en un recuerdo que cristaliza como afecto. Para casi todas las personas que pasaron por ella, Madrid es una de las ciudades que se ama.
Una ciudad que enseguida haces tuya y te hace suya. Una ciudad que se abre para acogerte, para abrazarte.
Como ciudad abierta, Madrid ha abrazado todo lo que venía de fuera. Hay algo muy madrileño en no haber nacido en Madrid, una ciudad cuya prenda más tradicional es un mantón de Manila y su plato más típico –siendo una de las ciudades más alejadas del mar en España– los calamares.
Las fiestas de Madrid se reparten por todos los distritos a lo largo del año, pero hay una de la que participa toda la ciudad y todo el planeta. El Orgullo es el San Fermín o Las Fallas de Madrid. Que Madrid haya hecho de una fiesta de autoafirmación, reivindicación y defensa de los derechos su Fiesta Mayor es algo que solo puede pasar en una ciudad que, de forma inevitable, te abraza.
Madrid ya ha transitado por este terreno de forma cíclica en antiguos slogans publicitarios –“Cuando vienes a Madrid, ya eres de Madrid”– que no recogen otra cosa que algo que puede sentir inequívocamente cualquiera: Madrid en seguida te abre sus brazos.
Se trata de construir y nutrir una narrativa de ciudad; por eso, más que una firma, un logo o un sello, la identidad de Madrid debe contarse a partir de un sistema gráfico que permita elaborar ese relato sin intermediarios. Un sistema elástico, declinable; que no sea la firma a los pies de una campaña sino la campaña en sí. Una iconografía que apele a los deseos de quienes nos visitan pero también a la realidad y los deseos de las madrileñas y madrileños; esto es, de quien vive aquí.
Para ello se empieza a construir un sistema gráfico elocuente, que habla, de forma explícita y sin necesitar muletas ni traducción, de la ciudad que se abre para acoger y que, mediante la declinación de sus elementos en colores, palabras e iconos, elabora un discurso que se adapta a todos los lenguajes, soportes y ocasiones.
El relato de ciudad es una narrativa viva que necesita de una constante iteración, por lo que consideramos que debemos ir construyendo y asegurando las bases sobre las que se construirán los siguientes escalones. Debemos disponer de un sistema gráfico que no sea monolítico, sino regulable, adaptable e incluso sustituible según las necesidades del relato de ciudad, más allá de los elementos gráficos, que no suponen un fin sino un instrumento.