No hay divo ni diva en el teatro, en el cine o en la ópera que se le haya resistido. Comprensible. Con 92 años, esta maga capilar continúa seduciendo al interlocutor con su vitalidad, encanto personal y pasión por su oficio. Antoñita tiene un rostro sin sombras. “A todos he querido y todos me han querido”, nos comenta desde la franqueza de sus ojos azules.
Y es que el respeto, la profesionalidad y un talento singular le han hecho merecedora del reconocimiento de figuras como Plácido Domingo, con el que trabajó en el Teatro Real durante la representación operística de Divinas palabras. O grandes de la escena teatral como Julia Gutiérrez Caba, José Luis González, Marta Riaza y tantas y tantos.
¿Cine o teatro?
«Amo el cine, la ópera… Pero mi gran pasión siempre ha sido el teatro. El trabajo en el teatro es más exigente. Tienes que hacer una prueba y otra hasta que das en el clavo. Cuando los actores salen al escenario siempre estás con el corazón en un puño, que no se note ningún postizo, que no se les caiga el bigote o una pestaña o la cabeza cuando en una escena al protagonista hay que cortarle la cabeza. La responsabilidad es muy grande».
¿Para qué actriz o actor hizo su primera peluca y para quién la última?
«La primera peluca fue para Alfredo Mayo. De las últimas que he hecho, una de ellas ha sido para Juan Diego, en su interpretación en el Teatro Español de Sueños y visiones de Ricardo III».
¿Se tarda más en hacer una peluca masculina o femenina?
«No, aproximadamente lo mismo. Unos quince días».
¿Con quiénes de los ganadores en los Goya 2017 ha trabajado?
«Con Ana Belén, a quien conozco desde que era pequeña porque vivíamos en la misma calle, he trabajado muchas veces. La primera vez cuando rodó Zampo y yo, fíjate si ha pasado tiempo. También con Penélope Cruz. Le hice una peluca morena cuando apenas tenía 20 añitos. A los que son muy jovencitos, si no han pasado por el teatro, ya no les conozco».
No son ajenos a su quehacer las figuras del cine extranjero, sobre todo, el americano. Ava Gadner, Rita Hayworth, Charlon Heston, Peter Ustinov, Omar Shariff, o las italianas Sofía Loren y Melina Mercouri, han brindado sus cabezas a Antoñita en los tiempos de oro de los rodajes internacionales en España. En los sesenta del siglo XX, a los productores norteamericanos les encandiló los exteriores de este país y se filmaron grandes superproducciones: Rey de Reyes, El Cid, Doctor Zhivago, Salomón y la reina de Saba, Patton, La caída del Imperio romano o 55 días en Pekín.
¿Hubo una época en la que los de Hollywood se la quisieron llevar a Estados Unidos?
«Todo empezó cuando trabajamos en la película Rey de reyes (Nicholas Ray). Mi marido, a quien todos conocían en la profesión como Julipi, le dijo al director que las pelucas de los actores y de los extras no podían ser todas del mismo color. Los americanos las habían traído todas negras. A partir de entonces, nos llamaban siempre. Fue el actor Alec Guiness quien nos ofreció un contrato para irnos a Hollywood, pero preferimos quedarnos aquí».
De hecho, Antoñita sigue asistiendo todas las tardes a su trabajo en el Teatro Español. Se pone su bata blanca y se aúpa desde la sabiduría de sus 92 años para enhebrar los sueños que salen a escena. Ha compartido el Teatro Español con directores y autores teatrales que no necesitan adjetivos para su presentación, desde Adolfo Marsillach, José Luis Gómez, Miguel Narros, hasta Pérez Puig o Mario Gas, por citar a algunos.
¿Cómo va el oficio?
«La artesanía con la que trabajábamos antes ya no es la misma. Ahora suelen decir que no hay dinero en el presupuesto, pero desde que yo empecé como meritoria a los 14 años siempre he oído, tanto en el cine como en el teatro, que no hay dinero».
Añade que no es un “trabajo fácil” y que sus pelucas y postizos son de pelo natural. Confiesa que siente un poco de melancolía, la de un oficio que con el paso del tiempo se está perdiendo.
¿Y cómo se trabajaba entonces?
«Primero tomábamos las medidas de la cabeza de la actriz o el actor, anotábamos la ‘geografía’ del pelo con todas las pequeñas peculiaridades de cada cabello. Reproducíamos en papel celofán las entradas de la frente, de las sienes, del cuello. Después las trasladábamos a un casquete y en él picábamos pelo a pelo toda la peluca, que lleva mucho tiempo. Mi especialidad eran las pelucas para las representaciones de los clásicos o de aventuras».
Con tanta testa ilustre, famosas y bellas, seguro que Antoñita guarda algún secreto. Le pedimos que cuente alguno. Sonríe prudentemente y dice que no. Ante la insistencia, se anima a contar que David Niven, a quien conoció cuando se rodó en España 55 días en Pekín (Nicholas Ray), venía a verla continuamente, hasta que el actor británico murió, para que Antoñita diera relumbre a su cabellera. Todo un Sir inglés en sus manos. De los nacionales no quiere revelarnos nada, aunque se le escapa que también Manolo Escobar reclamó siempre su atención capilar.
Premio Segundo de Chomón, que en 2010 le entregó la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas y el premio Ceres por su trabajo al frente de peluquería del montaje teatral Follies, entre otros, hablan de ella.
Antoñita sigue enredando en el taller que tiene instalado en su casa, entre cajas de pelucas que sube y baja de las estanterías con un vigor envidiable, bigotes, barbas y pestañas. Desde el estante tercero nos dicen también adiós Josep María Flotats, Luis Prendes, Berta Riaza, Lola Flores y Carmen Sevilla. Son las cabezas de madera con las medidas exactas de muchos de los actores de los siglos XX y XXI a los que la peinadora del Teatro Español ha acicalado y caracterizado.