Ni un papel en un parterre. Ni una cáscara de pipa en un paseo. Ni una colilla. De nosotros depende, no sólo de los jardineros y los operarios municipales, que los jardines madrileños estén limpios y cuidados, que los árboles y las plantas no se estropeen a causa de los desperdicios que los cubren, que las zonas verdes, en general, tengan futuro. Sólo se espera un gesto sencillo de nuestra parte: acercarse a una papelera y depositar en su interior cualquier envoltorio, cualquier residuo que tengamos en las manos.
Los parques madrileños están llenos de estos receptáculos tan simples y, a la vez, tan valiosos que nos ayudan a conservar nuestras zonas verdes en buen estado. Pongamos el caso del Parque de El Retiro, una posesión reservada a la estancia exclusiva de la familia real hasta que en 1868 el gobierno nacional lo entregó al pueblo de Madrid. El Retiro es, pues, un regalo para los madrileños y para el turismo, un jardín en medio de la urbe, donde se puede pasear y correr, donde los niños juegan y los mayores hacen gimnasia, donde cualquiera se puede sentar en un banco a leer o reflexionar, poniendo un paréntesis al trasiego urbano. El Retiro es una isla verde, un pulmón en el centro de una ciudad trepidante.
No hay pretexto para ensuciarlo. En sus 118 hectáreas de superficie disponemos de 964 papeleras. No hay pretexto, en realidad, para ensuciar ningún parque porque en todos hay suficientes papeleras para que los ciudadanos asumamos nuestro compromiso por su supervivencia y su conservación.
Trasladémonos a la calle Bailén, a los jardines de Sabatini, otro regalo que los madrileños recibieron en el año 1932, cuando se derribaron las caballerizas del palacio de Oriente y el ayuntamiento encargó al arquitecto municipal la creación de un espacio abierto al vecindario en el solar desocupado. Los jardines, con una superficie de 2,5 hectáreas, cuentan con 44 papeleras para nuestros residuos. Unos metros más allá, en la plaza de Oriente, una explanada cerrada a la circulación y reservada exclusivamente al paso de viandantes desde los años noventa, disponemos de 39 papeleras.
Entremos ahora en los parques históricos, jardines que antes fueron propiedades privadas y que durante el siglo XX pasaron al Ayuntamiento, que los abrió a los madrileños en diferentes fechas. El parque Quinta Fuente del Berro, adquirido por la autoridad municipal en 1948, cuenta con 35 papeleras en sus 13 hectáreas de extensión. El parque del Capricho, comprado por el Ayuntamiento en 1974, cuenta con 83 en sus 14 hectáreas. Y el parque Quinta de los Molinos, cedido a la autoridad consistorial en 1980, tiene 75 en sus casi 29 hectáreas.
También puede considerarse histórico el parque de la Dehesa de la Villa, pues sus terrenos le fueron donados a la villa en el siglo XII. Sin embargo no se usó para el esparcimiento público de los lugareños hasta el XX. De entonces data la costumbre, muy arraigada entre los vecinos de los barrios de su entorno, de ir a pasar la tarde y a merendar a la Dehesa de la Villa. Para dejar el sitio limpio disponen de 255 papeleras.
Más modernos y más amplios son el parque Juan Carlos I y Madrid Río, dos zonas verdes que, pese a que uno se inauguró en 1992, año en que Madrid era Capital de la Cultura de Europa, y otro en 2011, tras el soterramiento de la M-30 a su paso junto al Manzanares, son escenarios muy frecuentados por los madrileños en su tiempo de ocio y práctica deportiva. El Juan Carlos I, con 160 hectáreas de superficie, dispone de 496 papeleras, mientras que en Madrid Río, con 121 hectáreas, hay 450.
Y tres apuntes para concluir este paseo verde por Madrid comprobando que, efectivamente, no tenemos excusas para ensuciar nuestros jardines, porque en todos hay papeleras dónde dejar cualquier desperdicio. En el parque Juan Pablo II contamos con 190, en el Invernadero de Arganzuela con 34 y en el parque Lineal del Manzanares con 156.
No olvidemos que la limpieza de Madrid es tarea de todos. Y que la tarea no es difícil de cumplir.