Lleva dos años seguidos al frente de la dirección artística de Veranos de la Villa y, sin embargo, pocas ediciones de una misma cita pueden ser tan distintas. En 2020, la desescalada progresiva después de un duro confinamiento condicionó tanto los ‘Veranos’ que, aún viéndolos reducidos a un mes y a un solo espacio -el Conde Duque-, la proeza fue para los madrileños casi un milagro. Este año, la cita estival vuelve a ser ‘la de siempre’, dos meses de programación desplegada por 16 recintos de la ciudad. Aunque solo sea por logística, el cambio ha sido total. Lo que no ha cambiado nada es el cumplimiento riguroso de las medidas sanitarias para garantizar unos Veranos de la Villa seguros.
Ángel Murcia, bilbaíno con más de tres décadas ejerciendo también de madrileño, ha asumido el reto de estas dos últimas ediciones. El entusiasmo es el mismo, aunque la empresa hay sido muy distinta. “Este año ha sido mucho más complicada la logística, el pasado el componente emocional”, reconoce. Una logística que tiene mucho que ver, no sólo con el aumento de las actividades, sino con la mayor presencia de propuestas internacionales. “Los Veranos de la Villa siempre han sido una cita internacional y no pueden dejar de serlo. Ahora eso es más difícil porque se depende de la normativa y las condiciones sanitarias de cada país y de los posibles cambios”.
Al final se ha logrado y a ‘Veranos’ llegan desde los australianos de la compañía Circa hasta los sudafricanos de ‘Broken Chord’, pasando por el Slovenian National Theater Opera and Ballet Ljubljana (Eslovenia), la compañía suiza Finzi Pasca o la voz del portugués Salvador Sobral que abre el festival, sin olvidar las numerosas propuestas de Corea, país invitado este año.
Juego de equilibrios
Diseñar un programa con más de 50 actividades, repartidas en 16 escenarios a lo largo de casi dos meses, es un juego de equilibrios que trasciende a dar cabida a distintos géneros -música, teatro, circo, danza, cine…- o programar pensando en diferentes públicos.
Confeccionar el programa de ‘Veranos’ supone pensar en otras variables que confieren a la cita su carácter de ‘única’. Por ejemplo, conciliar esa presencia internacional con lo que se cuece en este país, promoviendo además la cantera madrileña, como es el caso de Sara Cano; abrir el escenario a grandes nombres -desde Nuria Espert, Pitingo o Pastora Soler- y al talento más joven -véase el concierto de Tarta Relena o las dos sesiones de ‘Sonidos en el patio’, o hacer de la inclusión una línea transversal que cruza la programación, como en Bianco Su Bianco, la compañía suiza Finzi Pasca, que narra las dificultades de la socialización y que hizo llorar a Murcia, o la Suite TOC nº 6, del grupo catalán Les Impuxibles, en la que se “habla del autismo en primera persona”.
Y, por supuesto, seguir valiéndose de cierta osadía y mucha imaginación para crear esa alianza entre la gastronomía y la música que es ‘Comerse el verano’ o la que une flamenco con la esencia peruana en el homenaje que Pitingo rinde a Chabuca Granda, conocida como la ‘Voz de Perú’.
Reivindicación del patrimonio madrileño
Otra de las líneas básicas de Ángel Murcia es esa reivindicación del patrimonio madrileño, que se observa en el programa. Primero, el patrimonio monumental. “Los Veranos se crearon en Conde Duque, y al retornar el año pasado por la pandemia, tuve la sensación de estar trabajando realmente por el patrimonio cultural de esta ciudad. Así que este año hemos sumado nuevos sitios como el Claustro del Pozo del Instituto San Isidro. ¡Cuatro Premios Nóbel han pasado por allí!, o el Palacio de Fernán Nuñez”, explica el director artístico.
Incorporar también instituciones con una fuerte presencia cultural en la ciudad, como la Juan March, es otro paso en ese empeño. “Queremos ir sumando instituciones con un peso tan fuerte que han ayudado a crear su imaginario de esta ciudad que, aunque es cierto que no tiene playa, es muy potente a nivel de creación”. Ayuda, dice, el tamaño de la ciudad, lo suficientemente grande para que la creación bulla y lo suficientemente pequeño para permitir una comunicación constante y fluida entre los agentes culturales. “Aquí es fácil desplazarse a cualquier lugar para ver un estreno, una nueva propuesta. Y al no tener esa dimensión tan gigantesca de las ciudades americanas, por ejemplo, hay mucho contacto entre las gentes del panorama cultural. Y nosotros desde Veranos queremos intensificarlo”.
En esa reivindicación, no podían faltar los personajes como el perro Paco, que lleva a escena Yllana, en la obra No todo son pulgas. Paco, era un ‘chucho’ callejero, negro, conocido por los tertulianos de los cafés y los asiduos a los teatros del siglo XIX. Nunca tuvo dueño, pero fue adoptado casi por todos los madrileños. “¡Tiene hasta su propia historia en la Wiki! -dice Murcia- y tenía que tener su historia en los ‘Veranos’. Pensé en Yllana, porque es un montaje que requiere un determinado trabajo actoral que se ajusta totalmente a ellos”.
Y, un hecho, la condición de capital de la ciudad, que aumenta ese potencial cultural al albergar a buena parte de instituciones culturales de otros países. Por eso Murcia ha tirado del hilo de los aniversarios, esas efemérides que provocan un aluvión de programación, y les ha hecho un guiño. Por ejemplo, el homenaje a Chabuca coincide con el bicentenario de la independencia peruana, o la elección de Corea como país invitado tiene también que ver con el décimo aniversario de la creación del Centro Cultural Coreano. Finalmente, la presencia de Eslovenia en la presidencia del Consejo de la Unión Europea, le ha abierto un hueco en la programación de los ‘Veranos’ madrileños con la actuación del Slovenian National Theater Opera and Ballet Ljubljana.
Estas son las líneas generales de una programación en la que, seguro, tendrás problemas para elegir.