El otoño, con sus colores ocres y marrones y su alfombra de hojas tapizando las calles, siempre ha tenido una connotación romántica, un cierto aire de melancolía que salpica la literatura, la música… Sin embargo, por muy evocadoras que sean las estampas otoñales, ese hermoso tapiz de hojas secas es un verdadero peligro, más en los días de viento y lluvia, que convierte las calles en pistas de patinaje, dificultando la movilidad para los viandantes.
Por eso, el Ayuntamiento de Madrid ha intensificado este año su campaña de recogida de la hoja con un refuerzo histórico de 1.900 efectivos, a los que hay que sumar 91 máquinas barredoras y 14 camiones con dispositivo de aspiración.
No solo son números, sino también mejora de la maquinaria como, por ejemplo, las sopladoras, eléctricas en su mayoría para reducir el ruido y provocar menos polvo en suspensión.
Este dispositivo, desplegado por el Área de Medio Ambiente y Movilidad, varía según la caída diaria. En las jornadas de mayor volumen se prevén 156 servicios diarios de barrido mixto y 23 de aspiración repartidos en tres turnos. En esas ocasiones, podremos ver por las calles de Madrid a las 91 barredoras y 14 camiones con mecanismo de aspiración de hojas.
Los servicios habituales de limpieza se suman también a esta campaña y, de nuevo, con incremento de frecuencias: 656 barridos a diario y 416 en fin de semana frente a los 574 y 360, respectivamente, del pasado año.
Si en alguno de tus paseos, observas acumulación de hojas en la vía, no dudes en notificar al Ayuntamiento el aviso de recogida a través de cualquiera de estos canales: 010; la aplicación ‘Avisos Madrid’, redes sociales de avisos del Ayuntamiento de Madrid y https://avisos.madrid.es
Un árbol y diez kilos de hojas
Para hacernos una idea de la importancia de la campaña, hay que hacer el cálculo de lo que supone esa alfombra otoñal. Hay días en los que se llegan a recoger 33.000 kilos de hojas. Teniendo en cuenta que Madrid tiene cerca de 300.000 árboles repartidos en sus calles y que cada ejemplar pueda arrojar diez kilos, en los tres meses que dura la campaña, que se inició el pasado 26 de octubre, se pueden recopilar hasta tres millones de kilos.
Es la ‘cruz’ de ser una de las ciudades más arboladas del mundo, con más ejemplares de 210 especies distintas: desde la acacia del Japón, el árbol chino del barniz o el de la seda hasta el arce de Freeman y, por supuesto, el rey del arbolado madrileño, el que más abunda y mejor se adapta a las condiciones climáticas urbanas, el plátano de sombra. Con más de 52.000 ejemplares plantados, el plátano de sombra está presente en muchas de las principales calles, enriqueciendo la estética de la ciudad y dando buena sombra mientras se mantiene frondoso, porque es uno de los primeros en perder la hoja. Por suerte, su composición permite su reutilización natural.
¿A dónde van las hojas?
Qué pasa luego, a dónde van esos millones de hojas marchitas. La respuesta es simple: se transforman en compostaje para abonar nuestras zonas verdes. Este proceso tiene lugar en la Planta de Compostaje de Migas Calientes, donde se tratan todos los restos vegetales para su posterior utilización como regeneradores y mejoradores de los suelos de parques y jardines.
Migas Calientes tiene su propia historia. Recibe su nombre de la finca sobre la que se asienta, situada entre la M-30 y el Manzanares, entre el Puente de los Franceses y Puerta de Hierro.
Son terrenos que siempre estuvieron vinculados a la corona y a la nobleza madrileña. De hecho, en 1724, gracias a la donación de La Casa y Soto llamada de Migas Calientes por parte del boticario mayor Luis Rique al rey Felipe V, este espacio pasa a formar parte de las propiedades reales.
Años más tarde, en 1755, con Fernando VI, surgió la necesidad de contar con un jardín botánico, que se instauró enfrente de la llamada huerta de Migas Calientes, sembrada de frutales y plantas medicinales. El jardín, que se abastecía del arroyo de Cantarranas, ya contaba con 650 especies en 1772.
El artífice de esta proliferación de plantaciones fue su primer director, Joseph Quer y Martínez, quien traía plantas de sus viajes por todo el país, además de cultivar especies de todo el mundo en varios jardines repartidos por la ciudad que ya no existen.
Es ahí donde se encuentran los Viveros Municipales de Migas Calientes, un centro de producción en el que se cultivan árboles en tierra. La primera mención como semillero de este espacio data del siglo XVIII.
La hoja está recogida, es tiempo de compostar
La planta de compostaje fue inaugurada en 1997. En sus 14.000 metros cuadrados, se distribuye una gran plataforma de hormigón para evitar filtraciones al subsuelo que pudieran contaminar el cercano Manzanares.
Hagamos un recorrido para conocer el proceso de trasformación de los residuos. ¿Empezamos?
Nada más llegar y, tras pasar por la báscula, los restos orgánicos se filtran, se cortan las ramas excesivamente grandes, se retiran los no adecuados… Luego, en la desfibradora, son triturados para dejar la leña desgarrada y troceada en sentido de las fibras de la madera. El material resultante se amontona entre dos y cuatro días para que los microorganismos se aclimaten al nuevo medio y se multipliquen.
Una vez desfibrado, se coloca en grandes rectángulos de 25×35 metros en los que estará alrededor de cuatro semanas con una adecuada proporción de sustancias nutritivas -carbono y nitrógeno- para que los microorganismos existentes colaboren en la bioxidación del material y le aporten la humedad y la temperatura apropiada (puede alcanzar los 70 grados).
Al final de la fase anterior, las temperaturas bajan y los residuos inician una fermentación lenta de hasta seis meses en la que la temperatura y el oxígeno se controlan mediante sondas manuales y se airea la masa para aportar oxígeno, acelerar la fermentación y obtener un biocompost homogéneo.
De ahí a la zona de cribado, donde se utilizan normalmente calibres de 10, 15 o 20 milímetros en función del destino final del compost. Al final se aprovecha íntegramente toda la materia prima que entra en la planta.
Ahora ya sabes a dónde van las hojas secas de los árboles madrileños: sirven para hacer compost y regresan, de nuevo, a nuestros parques en forma de abono natural. Quizá no sea un final tan romántico como el que podría evocarnos el otoño, pero es un destino mucho más sostenible.