Imaginemos que estamos en Madrid, hacia finales del siglo XVI, en el día del Corpus Christi. La Villa, ya convertida en capital del reino, despierta temprano. Hoy es día de fiesta y las calles están limpias, regadas y adornadas con hierbas aromáticas. Los balcones y fachadas lucen decoraciones de colores, y el bullicio de la gente anticipa que algo importante está a punto de comenzar.

Procesión del Corpus de 1623. Anónimo.
Procesión del Corpus de 1623. Anónimo.

La procesión parte de la iglesia de Santa María, en la esquina de la calle Mayor con Bailén. Desde allí recorrerá algunos de los lugares más conocidos de la ciudad: la plaza Mayor, la iglesia de Santa Cruz, el convento de San Felipe y el antiguo Alcázar. La misa ya ha terminado y poco a poco se organiza el cortejo, que es mucho más que un desfile; es un relato vivo donde cada participante tiene su papel y su simbolismo.

Al frente están los más llamativos. Primero, el mojigón, un personaje enmascarado que lleva una vara con vejigas y asusta entre risas a los asistentes. Detrás aparece la tarasca, un enorme dragón que mueve la cabeza, abre la boca y provoca un pequeño caos. Es un espectáculo: los niños se esconden, los adultos ríen, y los más despistados acaban sin sombrero, robado por el monstruo.

Sobre el lomo de la tarasca hay autómatas que representan escenas cómicas. A su lado, la tarasquilla, una figura femenina vestida a la moda llama tanto la atención como el dragón. Detrás de ellos bailan, con paso torpe, los gigantones y gigantillas. El cortejo avanza, y con él desfilan las cofradías, hermandades y comunidades religiosas, seguidos por el clero, el Ayuntamiento y los representantes del Estado.

El momento más esperado llega cuando aparece la custodia bajo un palio sostenido por los regidores del Ayuntamiento. Es el centro de la celebración, un símbolo de fe. En su interior está la Eucaristía. A su paso, la gente se arrodilla en señal de respeto y las oraciones llenan el aire mientras el incienso envuelve la escena.

Ilustración de la tarasquilla (1657). Anónimo.
Ilustración de la tarasquilla (1657). Anónimo.

La custodia que guarda siglos

Aunque los días del siglo XVI parecen ya lejanos, hay un elemento que conecta aquella época con la nuestra: la custodia procesional. Durante más de cuatro siglos, esta impresionante obra de arte ha recorrido las calles de la ciudad en el Corpus Christi. Este conjunto renacentista de orfebrería es único en España y sigue siendo testigo del paso del tiempo.

La tradición de la procesión del Corpus Christi comenzó en la Baja Edad Media como una forma de exponer la Eucaristía a los fieles. Al principio, las custodias eran simples vasos de cristal, pero a medida que aumentaron la devoción y la importancia de la procesión, estas piezas se convirtieron en obras de gran belleza y complejidad. Fue en el siglo XVI, durante el Renacimiento, cuando las custodias alcanzaron su forma definitiva.

Lo que realmente hace única a esta custodia es su historia y su singularidad: no pertenece a una iglesia ni a una institución religiosa, sino que es propiedad del Ayuntamiento de Madrid. Curiosamente, fue financiada a través de impuestos o sisas, ya que en ese momento aún no existía la Archidiócesis de Madrid-Alcalá. Por tanto, la custodia no solo tiene un valor artístico, sino también histórico, ya que es parte del patrimonio de la ciudad.

A la izquierda, salida de la custodia de la Casa de la Villa (1930). A la derecha, procesión del Corpus a su paso por la Puerta del Sol (1929). En el centro, detalle del oso y el madroño en plata.

La custodia de Madrid fue realizada entre 1568 y 1574 por Francisco Álvarez, platero real que trabajó para las reinas Isabel de Valois y Ana de Austria, esposas de Felipe II. A lo largo de su carrera, Álvarez destacó por su habilidad para crear piezas de gran prestigio, y esta custodia no es una excepción.

El conjunto de la custodia se compone de dos elementos principales: las andas y la propia custodia. Las andas son la estructura que sostiene la custodia durante la procesión. Tienen una forma impresionante y compleja, con un primer cuerpo cuadrado que tiene salientes en las esquinas y ocho columnas pareadas. El segundo cuerpo es circular y sostiene una cúpula con casetones, en cuyo interior se encuentra la figura del Cordero de Dios.

La custodia, que se encuentra en el interior de las andas, también está dividida en dos cuerpos. El primero está sobre un basamento decorado con bajorrelieves que representan escenas clave de la Pasión de Cristo, mientras que el segundo remata la custodia con una cruz latina.

Otra particularidad de esta custodia es su mezcla de elementos religiosos y profanos en su diseño. Mientras que la mayoría de las custodias se centraban exclusivamente en lo divino, esta obra integra figuras clásicas, como sibilas, frutas, pájaros y amorcillos, con escenas de la Pasión de Cristo y símbolos cristianos.

A lo largo de su historia, la custodia de Madrid ha tenido que enfrentarse a varias dificultades. En 1854, la Casa de la Villa, donde se encontraba expuesta, sufrió un robo. Durante este asalto, se sustrajeron varias piezas esenciales de la custodia, como el viril de diamantes, una figura de uno de los Evangelistas, un florero y la esfera armilar que la remataba. Aunque se recuperó la figura del Evangelista, las otras piezas nunca fueron encontradas. A raíz de este robo, la pieza fue sometida a varias restauraciones a lo largo de los años. Orfebres como Francisco Moreno y Francisco Moratilla se encargaron de reponer los elementos faltantes y restaurar la obra.

La custodia se pone a punto: lista para desfilar

Una nueva vida para la custodia

Recientemente, se ha culminado una fase crucial en su conservación para que pueda regresar a la procesión del Corpus Christi este año tras una intervención profunda.

Los trabajos de restauración comenzaron en verano tras detectar que la custodia necesitaba consolidación de piezas inestables, además de limpieza y conservación. Las labores incluyeron la fijación de elementos sueltos, el reajuste de piezas, la eliminación de sulfuración y el barnizado de protección. Todo ello ha supuesto una inversión de 12.700 euros. Este esfuerzo no solo garantiza la preservación de la pieza, sino que asegura su lugar como símbolo de Madrid a lo largo de cuatro siglos.