Callejero, sin más pedigrí que sus buenas formas y su zalamería, el perro Paco, o Don Paco como le llamaron algunos periódicos, fue el can más famoso del Madrid de finales del siglo XIX. Su recuerdo perdura hasta nuestros días hasta el punto de que hace apenas unos días, aprovechando la festividad de San Antón, el Ayuntamiento ha inaugurado en la calle de las Huertas una estatua en su memoria, apoyando así la iniciativa de la Asociación Nuevo Rastro de Madrid y la Asociación de Comerciantes del Barrio de las Letras. La obra, de bronce fundido, ha sido realizada por el escultor Rodrigo Romero. Te invitamos a conocer su historia.
Corría el año 1879. Era 4 de octubre, día de la festividad de San Francisco de Asís. La noche, como no podía ser de otra manera, cobijaba las tertulias que encontraban en la oscuridad su mejor aliada. Por la calle de Alcalá, esquina con Virgen de los Peligros, vagaba un perro callejero. De pelaje azabache, con una mancha blanca en la tripa, de raza mestiza y tamaño medio, pasaba desapercibido entre los muchos canes que vivían en la calle. Hambriento, entró en uno de las cafés más conocidos de la época, el Café de Fornos donde el sol nunca se ponía.
Este era el punto de encuentro de todo Madrid. Bajo sus techos pintados con alegorías al chocolate, licores y helados y entre cuadros de artistas coetáneos como Emilio Sala, se daban cita las tertulias más prestigiosas de la capital. Artistas e intelectuales disertaban, entre copa y calada a la pipa, sobre literatura, cultura, política y otros temas de actualidad. Aquella noche, el can se acercó a una de las mesas del local en busca de comida. Con tan buena fortuna que era la de Gonzalo de Saavedra y Cueto. El marqués de Bogaraya y futuro alcalde de Madrid se apiadó del animal y le dio un pedazo de chuleta. Saciado el hambre, “el perro le siguió hasta el lugar donde se dirigía”, según relataba un diario de la época La libertad. Fue entonces cuando sus caminos se unieron y la vida de Paco, nombre que le otorgó el propio marqués con motivo del santoral del día en el que se conocieron, cambió para mejor.
Pasó de ser un perro callejero a convertirse en uno más de la alta sociedad del Madrid del siglo XIX, en una estrella. Caminaba por las calles de la ciudad como si fuese suya y tenía la entrada garantizada al café que quisiese. Nunca tuvo dueño, se dice que vivía en las cocheras de la calle de Fuencarral, pero se codeaba con los más ilustres señores de la ciudad como un entonces jovencísimo Valle-Inclán. La crónica social asegura, incluso, que fue presentado al rey Alfonso XII. Sobre el influencer canino corrieron ríos de tinta. La revista La ilustración española y americana le definió como «la figura más interesante de esta Corte, el héroe favorito de los madrileños”. Leopoldo Alas Clarín se inspiró en él para un personaje de Cuentos Morales y también hizo un ‘cameo’ en Pedro Sánchez, de José María de Pereda.
Un perro con inquietudes culturales
Era invitado a funciones de teatro y tertulias, le daban a degustar los mejores manjares, hizo sus pinitos en las carreras de caballos y se le podía ver en el tendido nueve de la plaza de toros de Madrid, que por aquel entonces estaba donde actualmente se ubica el Palacio de los Deportes. Esta última era su pasión. Sin miedo, se arrojaba al ruedo y, en más de una ocasión, salía lastimado de sus envites con las reses. Sus hazañas protagonizaban titulares en la prensa cada vez que esto pasaba: “El perro Paco no toreó: en uno de los intermedios se presentó en el redondel cojeando (sic), para disculpar su falta con el público”, decía el Boletín de loterías y de toros el 21 de noviembre de 1881. A la postre, ese afán por saltar a la arena, fue lo que le costó la vida.
El 21 de junio de 1882, en una becerrada organizada por el gremio de vinateros, Paco salto al ruedo durante la faena de José Rodríguez de Miguel, apodado como ‘Pepe el de Galápagos’. Se puso a ladrar e incordiar. En una de sus embestidas, el perro se enredó con las piernas del matador y le tiró al suelo. El torero, enfadado, le clavo la espada causándole una herida a la postre mortal. Tras varios días de agonía, el perro más famoso de Madrid murió.
Icono madrileño
Esta figura tan celebre de la sociedad madrileña del siglo XIX, no perdió ni un ápice de popularidad. Su cuerpo fue disecado por el taxidermista Ángel Severini y expuesto en varios lugares emblemáticos de Madrid como la taberna de la calle de Alcalá, propiedad de Joaquín Chillida, jefe de areneros de la plaza de toros de Goya y el primero en ayudar al can tras resultar herido. Sobre su última ‘faena’ y su posterior muerte se hicieron eco todos los diarios. Para el matador se llegó a pedir el garrote y un consejo de guerra. En una esquela, pagada por un ciudadano anónimo, se puede leer: “El eminente perro público ‘Paco’ ha fallecido. La high-life y muchos parientes del difunto suplican a Vd. se sirva encomendarle al dios de los perros”.
Le han dedicado obras de teatro, zarzuelas, polkas y hasta una marcha fúnebre. Poco después de su muerte se publicaron las Memorias autobiográficas del perro Don Paco que, por aquellos años, se atribuyeron al propio Alfonso XII. En él se basa uno de esos refranes que solo los madrileños con más solera recuerdan: “Sabes más que el perro Paco”.
Hoy en día, dos siglos después de su muerte, se desconoce el punto exacto donde reposan los restos del perro más ilustre de Madrid, aunque se sabe que están en el parque del Retiro. Lo que está claro es que Paco ya tiene su particular homenaje en las calles de la capital por la que tantas veces paseo. Su estatua, recientemente inaugurada, se encuentra en la calle de las Huertas, muy cerca del Paseo del Prado.