Cada 16 de octubre desde 1979 se celebra el Día Mundial de la Alimentación. ​La fecha fue elegida para conmemorar la fundación de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), cuya misión es, precisamente, la de concienciar a los pueblos del mundo sobre el problema alimentario mundial y fortalecer la solidaridad en la lucha contra el hambre, la desnutrición y la pobreza.

Este año, FAO nos recuerda la importancia de trabajar por el desarrollo rural y la seguridad alimentaria a escala planetaria para evitar que, cada año, miles de personas tengan que abandonar sus hogares en el campo para escapar del hambre y de la pobreza.

Los datos que avalan la gravedad de la situación son incontestables: debido al aumento de los conflictos y la inestabi­lidad política, se han visto obligadas a huir de sus hogares más personas que en cualquier momento des­de la II Guerra Mundial. A los conflictos políticos hay que sumar otros factores que contribuyen al desafío migratorio: el hambre, la pobreza y un aumento de fenómenos metereológicos extremos relacionados con el cambio climático.

En este contexto, invertir en seguridad alimentaria y en desarrollo rural puede contribuir a que la migración sea una elección y no una necesidad.

Los datos avalarían esa apuesta: tres cuartas partes de las personas en situación de pobreza extrema basan sus medios de subsistencia en la agricultura u otras actividades rurales. Crear condiciones que permitan a las poblaciones rurales, especialmente a los jóvenes, permanecer en sus hogares cuando sientan que es seguro hacerlo y tener medios de vida más resilientes, es un componente crucial de cualquier plan para emprender el desafío migratorio.

El desarrollo rural puede abordar factores que obligan a la gente a trasladarse creando oportunidades de negocio y puestos de trabajo para los jóvenes que no sólo están basados en los cultivos, conducir a una mayor seguridad alimentaria, medios de vida más resilientes, un mejor acceso a la protección social, una reducción de los conflictos sobre los recursos naturales y soluciones a la degradación del medio ambien­te y al cambio climático.

Con sus programas, la FAO apoya a agricultoras y agricultores que regresan para reconstruir sus medios de subsistencia. Cada vez más voces plantean si, además de esos programas centrados en el medio rural, iniciativas como el Pacto de Milán de Políticas Alimentarias Urbanas podrían servir para, desde la ciudad, establecer alianzas con ese medio rural. Alianzas que entienden la alimentación desde un marco de derechos, que alcance también a productores y productoras, con condiciones dignas y satisfactorias de vida y de trabajo.

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