Os dejamos la entrevista que le han hecho a Luciano Labajos, jardinero y educador ambiental del Ayuntamiento de Madrid, realizada por Yoya Herrero el 25 de enero de 2021, para CTXT.
“Donde están las personas más pobres y abandonadas, también los árboles están más precarios y abandonados”
Se dice que Filomena arrasó más de 150.000 árboles de la ciudad de Madrid y que muchos otros sufren daños importantes. La gran nevada caída, sobre todo, en el centro de la Península y, en particular, en la Comunidad de Madrid nos da la oportunidad de visibilizar la importancia de los árboles y la jardinería en las ciudades, mirando hacia atrás y proyectando hacia un futuro marcado por los riesgos ecológicos y sociales.
Hablamos con Luciano Labajos (Madrid, 1955), jardinero durante casi tres décadas en el Ayuntamiento de Madrid. Al mismo tiempo, Labajos se ha preocupado de compartir todo lo que sabe y ha compaginado su trabajo con la educación ambiental y la escritura de varios libros que hoy son referencia para cualquiera que entienda la jardinería como cuidado y protección de la naturaleza urbana.
¿Se hubiese podido evitar la masacre arbórea que ha provocado la borrasca Filomena?
Difícilmente. Nuestros árboles no están preparados para recibir esas nevadas. Desde luego se pueden cuidar más y hacer mejores mantenimientos, pero una nevada como esta, en nuestros territorios, es completamente anómala. Otra cosa es que de aquí en adelante lo que era anómalo pueda ser más frecuente. Hay que prepararse para lo anómalo.
¿Se ha vivido algo similar anteriormente?
Las grandes nevadas en la ciudad de Madrid son eventos especiales, pero no excepcionales, según recogen los datos estadísticos. Según el registro de la Agencia Española de Meteorología (AEMET), una de las últimas se produjo el 7 de marzo de 1971. Duró tres días. Yo la viví en mi adolescencia. Recuerdo las dificultades para ir a trabajar y que había decenas de esquiadores por los parques urbanos y el centro de la ciudad.
Doroteo León o Anastasio Recuenco eran jardineros municipales del Retiro y la Casa de Campo en esa época. Nos contaban a los jardineros jóvenes que la Dirección de Parques y Jardines, en esos momentos de grandes nevadas, los llamaba a casa para que acudieran a los parques a quitar la nieve con palos, pértigas largas e incluso trepando a los árboles. Era un trabajo ímprobo para evitar que las ramas se desgarrasen y se perdieran.
Parece que el 12 de mayo de 1886 también ocurrió un fenómeno meteorológico extremo. Ese día, un tornado arrasó Madrid. Según recogen las crónicas, además de causar decenas de víctimas, la tormenta destruyó el arbolado y los jardines de Vista Alegre. El Jardín Botánico, El Retiro o el Paseo del Prado y Recoletos perdieron parte de sus árboles importantes, sobre todo los de gran porte.
¿Hay que preocuparse por los accidentes que puedan causar los árboles dañados?
Los accidentes que provocan la caída de ramas o el vuelco o desplome de los árboles en las ciudades, sobre todo cuando causan daños cuantiosos o víctimas, suelen crear gran alarma social. A veces se criminaliza a los árboles y pasan a ser considerados como un problema. Es absurdo.
Hay que tener en cuenta que los árboles urbanos son seres vivos, que no están en sus entornos salvajes ni en sus paisajes primigenios, y que, por tanto, a veces son imprevisibles. Su cultivo en entornos hostiles, como son las calles y ciudades, hacen que los árboles envejezcan y den muestras de decadencia prematuramente, por lo que habrá que actuar en consecuencia, con criterios técnicos, cuando es necesario.
Es imposible controlar todos los factores de riesgo, pero sí se puede prevenir e intentar minimizarlos con algunas medidas, en el fondo, tremendamente racionales: plantando correctamente en hoyos generosos donde los árboles no desarrollen copas imponentes con raíces escuálidas; mejorando los mantenimientos y el número de personas especializadas que evalúen periódicamente las plantaciones; informando a la población del riesgo y acotando las zonas arboladas, jardines, paseos, durante los episodios de fuertes vientos, lluvias torrenciales o nevadas; evitando las podas drásticas que conllevan pudriciones y debilitamiento de las estructuras de los árboles; controlando los árboles senescentes, de modo que, cuando observemos síntomas de debilidad importante y decrepitud –seca de guías o ramas importantes, hongos de la madera–, se retiren y se proceda a su reposición…
¿Por qué es importante la jardinería urbana?
Somos animales de la naturaleza y, aunque sea inconscientemente, la echamos de menos todo el rato. Por ello creamos sucedáneos de naturaleza dentro de la ciudad que intentan llevarnos a cómo deseamos vivir. Organizamos trozos de ciudad para que parezcan naturaleza. En unos casos muy ordenada y en otros se deja más ‘salvaje’ para que se parezca más a la naturaleza de verdad.
Somos animales de la naturaleza. Por ello creamos sucedáneos de naturaleza dentro de la ciudad que intentan llevarnos a cómo deseamos vivir
Nuestros antepasados eran conscientes de la importancia de los árboles para el bienestar de las personas. De modo intuitivo percibían las sensaciones y los bienes que nos procuran los lugares arbolados. Mitigan el calor y la falta de humedad, aportan sombras; filtran el polvo y los contaminantes; prestan gracia y naturalidad a los inhóspitos entornos urbanos…
Según cualificados estudios recientes de psicología ambiental, la ausencia de contacto con los árboles o la naturaleza nos produce un trastorno llamado síndrome de déficit de naturaleza, que se hace sentir, sobre todo, en los niños y niñas. Necesitamos los árboles. Su ausencia nos produce tristeza y pasear entre ellos nos relaja y alegra. Nos dan vitalidad. Cuidar los árboles es cuidar también a la gente.
Y tú, ¿cómo llegas a ser jardinero?
Nací en Madrid pero me crié entre Adanero, mi pueblo por parte de padre, y la cara norte de la Sierra de Gredos, de donde era mi madre. Trabajé en un banco desde los catorce años a los veintitantos. Los primeros trabajos que tuve, desde los doce años en adelante, no eran decisiones propias. Entonces las tomaban por nosotros. La mayoría de edad legal no llegaba hasta los 21 años. A los 23 o 24 años pude reflexionar un poco e intentar cambiar el modo de vida, no sin disgustos familiares, dificultades y precariedad, pero también con algo de suerte.
La decisión de dedicarme a los temas ambientales la tomé en el Cantábrico, donde estuve embarcado. Cuando vi el mal estado del mar, de las costas y las enormes manchas de crudo por la limpieza de los petroleros o las mareas negras como la del Andros Patria en el invierno del 79. Hasta ese momento era montañero, simpatizante de la causa ambiental en la lucha por las montañas, formaba parte de la Comisión de Defensa de la Montaña. A partir del 79 tomé conciencia profunda y me vinculé también a la Asociación de Estudios y protección de la Naturaleza (AEPDEN). Después, en 1984, al poco de la llegada del PSOE al gobierno, el Ministerio de Cultura puso en marcha el programa Juventud y Naturaleza, y ahí surgió la posibilidad de trabajar en la educación ambiental y la aproveché. En 1990 me incorporé como jardinero en el Ayuntamiento de Madrid y allí trabajé veintisiete años, hasta la jubilación.
Te has involucrado también en temas de agricultura urbana. ¿Tiene que ver con la jardinería?
Árboles, huertas, cultivos prosaicos y jardinería conviven muy bien con las propuestas de la agricultura urbana. En otros lugares de Europa se hace así y tiene sentido histórico. En el pasado, especies como los rosales, los lirios o los lilos tenían utilidad. La jardinería tradicional sabía unir la belleza y la utilidad.
Se produjo una ruptura entre lo bello y lo práctico. Esa grieta se inicia en el Renacimiento, en el que se separa el jardín del huerto
Posteriormente, se produjo una ruptura entre lo bello y lo práctico. Esa grieta se inicia en el Renacimiento, en el que se separa el jardín del huerto. El jardín como espacio de ocio y recreo y el huerto como espacio de producción prosaica. La cesura tiene que ver con las divisiones de clase. El huerto es de pobres y el jardín de ricos. Los jardines de los siglos XVI y XVII profundizan aún más esa separación.
¿Y en la ciudad de Madrid?
En el caso de la ciudad de Madrid, que fue corte y capital europea durante varios siglos, se plantaron árboles, olmos en su mayoría, durante las reformas de Felipe II, en el siglo XVI, en los Paseos del Prado Viejo de Atocha y de los Prados de los Jerónimos y Recoletos, y estas plantaciones continuaron en la misma zona durante todo el siglo XVII.
Algunas de las actuaciones jardineras a partir del siglo XVI se realizaron en lugares que previamente tenían vegetación nativa o que estaban cercanas a bosques naturales que sirven de marco paisajista al trazado. Algunos ejemplos son las olmedas culturales, en el entorno hortelano del arroyo Valnegral o Abroñigal en los Prados de Atocha y los Jerónimos, el Bosque de la Herrería en El Escorial con robles, fresnos y otras especies autóctonas, el Pardo con sus encinares, Aranjuez y sus bosques de ribera o Balsaín con robledales y pinares.
Posteriormente, cuentan los cronistas Antonio Ponz o Pascual Madoz, en el siglo XVII, Felipe V, y en el XVIII, Fernando VI, amplían estas plantaciones a los paseos cercanos al Manzanares como Virgen del Puerto o Paseo de la Florida, o las avenidas radiales de Santa María de la Cabeza o el paseo de las Delicias. En este momento, además de los olmos, se cultivaron plátanos de sombra en la Cuesta de San Vicente y el camino del Pardo. Era la moda borbónica.
También se amplió la Casa de Campo a su tamaño actual de 1.700 hectáreas y se realizaron plantaciones. La regeneración del arbolado de la Casa de Campo, un lugar baldío según los grabados de la época, que se planteaba ya desde sus orígenes en el siglo XVI, hace de este parque histórico un ejemplo de restauración paisajista.
En alguna otra conversación contigo, contabas que hubo también sus resistencias a los árboles urbanos…
La idea de llenar de árboles cultivados el espacio público, de arbolar nuestras ciudades, proviene del espíritu ilustrado de la Revolución Francesa, a finales del siglo XVIII. Una fiebre plantadora se expandió desde las consideradas grandes ciudades hasta las pequeñas capitales y villas o pueblos importantes, carreteras, caminos rurales…
Cuando la ciudad que conciben los revolucionarios, en las primeras décadas del siglo XIX, empieza a ser una realidad organizada, es cuando los árboles llegan de forma masiva a la planificación ciudadana.
Las plantaciones se convierten en símbolo de regeneracionismo y son los sectores sociales más progresistas política y culturalmente los que encabezan, no sin resistencias, estas iniciativas, que más tarde asume toda la sociedad. Al contrario, el anquilosamiento del Antiguo Régimen ve con desconfianza estas propuestas, llegando a proponer el arranque de árboles como gesto de protesta ante los avances de las políticas transformadoras.
Cuando la ciudad que conciben los revolucionarios, en las primeras décadas del siglo XIX, empieza a ser una realidad organizada, es cuando los árboles llegan de forma masiva
A lo largo del siglo XIX y primeras décadas del XX, cuando es necesario acometer las reformas de los ensanches, se trazan calles, rondas, bulevares y paseos con árboles de sombra. Las transformaciones políticas revolucionarias o reformistas hacen que se incorporen o cedan a la gestión pública municipal jardines reales o de la nobleza y en ellos también se trazan nuevas plantaciones. Por ejemplo, los jardines del Buen Retiro de Madrid pasan a la gestión municipal a partir de 1868.
Josefina Gómez Mendoza cuenta que en 1800 en Madrid se registran 9.936 árboles y el inventario de Celedonio Rodrigáñez, en 1888, habla ya de 95.144. La plantación y conservación del arbolado se va convirtiendo en una prioridad. Su gestión se asume como parte de los cuidados de los ciudadanos comunes, que proporcionan calidad de vida.
Hay entonces un trozo de la historia de las ciudades que la cuentan los jardines…
Los jardines históricos son una joya y se les debería tratar como tal. Existe la tendencia a considerarlos como meros parques públicos, como áreas de servicio multiusos. Se masifican, hablamos de cientos de miles de personas… Es el caso del Retiro. Nos olvidamos de que tenemos jardines de quinientos años y vivimos de espaldas a esa realidad. Las diferentes corporaciones no acaban de entenderlo y están al margen de esta cuestión.
¿Cómo es hoy la gestión de los jardines en Madrid?
La mayor parte de las instituciones públicas gestionan los jardines municipales como un servicio más, como el alcantarillado, la limpieza o el alumbrado público. Es una especie de jardinería industrial. No hay consciencia de que te ocupas de algo vivo y complejo. Ocuparse de los jardines es un trabajo normal y no muy bien pagado. En el día a día no se le da mayor importancia. Solo adquiere cierta visibilidad en los momentos electorales. Yo suelo hablar de la jardinería electoral.
Hay una visión de la jardinería como puro negocio para las empresas. Y el resultado es similar a lo que pasa cuando las grandes empresas gestionan las residencias de mayores.
Si a la jardinería se le diese la importancia que tiene, y más en el contexto de cambio climático, habría que gestionarla como la educación o la sanidad. Dejarla supeditada a la creación de beneficios es un disparate.
¿Ese modo de gestión genera diferencias entre los barrios?
Claro. La jardinería no es ajena a lo social y tiene su componente de clase. Los parques urbanos en los barrios pobres están cada vez más abandonados. Donde están las personas más pobres y abandonadas, también los árboles están más precarios y abandonados.
Hay una visión de la jardinería como puro negocio. Y el resultado es similar a lo que pasa cuando las grandes empresas gestionan las residencias de mayores
Con las excusa de la delincuencia o el vandalismo no se atienden los parques. Es como lo del corte de luz en la Cañada Real. Se estigmatiza a la gente para justificar su abandono. Los mantenimientos de los jardines de las zonas VIP no tienen nada que ver con los de las zonas más pobres. Al final, el jardín está abandonado y sucio y dejas de ir.
¿Cómo se podrían hacer las cosas de otro modo?
Las plantaciones de árboles en las ciudades se suelen hacer al mismo tiempo que el crecimiento de la ciudad, aunque en ocasiones estos sean descontrolados y especulativos.
Los arquitectos y urbanistas trazan plantaciones en las calles y avenidas, pero en pocas ocasiones se cuenta con técnicos y profesionales de la jardinería. Es preciso, poner en marcha planes directores del arbolado, que se incluyan en los planes generales de urbanismo y planes específicos de arbolado viario de distrito o incluso de calle, para racionalizar las plantaciones y evitar en la medida de lo posible problemas futuros.
Un buen ejemplo es el Plan Director de arbolado de Barcelona (2017-2037), en el que han participado 715 profesionales, a lo largo de 54 reuniones y sesiones. O el Plan Director de arbolado viario de la ciudad de Madrid (2018) realizado durante la anterior legislatura. En esos planes de actuación se consideran los puntos de partida y se establecen las líneas estratégicas, los calendarios y los presupuestos e inversiones necesarios para poder acometerlas.
Hacen falta buenos profesionales con sentido. En grandes obras como Madrid Río no se ha contado con el criterios de los y las profesionales. Se les ha dado como una cosa hecha y no se ha podido aportar. Y el resultado es poco adecuado desde el punto de vista ecológico. Se mira solo lo estético. Se ponen praderas en un territorio como el nuestro y es un desastre. ¿Nos podemos permitir tener praderas de hierba en Madrid? No.
¿Hay cierta fijación con el césped?
A la gente le gusta ese tipo de jardinería. Desde el punto de vista ambiental, en nuestro territorio, es un desastre, pero es un tipo de jardinería que encanta, que es muy resultona. ¿Qué hacemos cuándo a la gente le gustan cosas que son dañinas para la naturaleza y para ellas mismas? ¿Qué hacer cuando lo que se percibe como bello es nocivo? Lo bello tiene que ser también útil y práctico y, sobre todo, no estar en contra de la posibilidad de conservación de la vida…
El gran dilema de nuestro tiempo…
Todo el mundo quiere praderas y césped. Se ha educado la percepción estética. Si no hay pradera, no hay jardín, y ese es en realidad un invento de los últimos cuarenta o cincuenta años. Es una cuestión de estatus, como el coche. El césped era lo propio de los jardines de ricos, una ostentación y un despilfarro, y cuando en los barrios pobres se analiza qué poner, se exige la misma jardinería que en los barrios ricos: césped y pradera.
Se ha educado la percepción estética. Si no hay pradera, no hay jardín, y ese es en realidad un invento de los últimos cuarenta o cincuenta años. Es una cuestión de estatus
El problema es que las especies mediterráneas, como los pinos piñoneros o carrascos, no soportan el encharcamiento que necesitan los cultivos intensivos de hierba y lo mismo ocurre con otras especies autóctonas de nuestro entorno como olivos, encinas, madroños, cipreses. En el hábitat natural de nuestros árboles nativos, el agua es un bien escaso. Cuando los regamos en exceso, debilitamos sus sistemas radiculares, enferman y aumenta el riesgo de vuelco.
Y además un agua que no es escasa si se plantan las especies adecuadas a las condiciones físicas, sí lo es si se mete pradera. Se dice que se resuelve con el uso de agua reciclada, pero introducir agua reciclada o regenerada en jardines consolidados es una apuesta temeraria mientras perdure el actual sistema de depuración. Solo si el jardín es de nuevo diseño y se estudian en profundidad las especies a utilizar puede funcionar o al menos se puede probar.
¿Qué es la jardinería ecológica?
Fue la jardinería tradicional hasta la Revolución Industrial. Era ecológica porque no había más remedio. A la jardinería tradicional se le añadió después la tecnología, por ejemplo, la del riego, el abono o determinadas herramientas. A la suma de esos elementos le llamamos jardinería ecológica.
Cuando hablamos sobre jardinería sostenible en nuestra ciudad, deberíamos plantearnos esta cuestión y reducir drásticamente el número de hectáreas de praderas, más aún en jardines históricos, donde se han convertido en un factor de riesgo para la supervivencia de nuestra cultura jardinera. Por cierto, más sostenible que la actual en este sentido.
El movimiento ecologista le ha prestado mucha atención al espacio silvestre, a la fauna y no ha atendido tanto a la naturaleza dentro de la ciudad. También aquí hay biodiversidad. Igual hay que pensar en la introducción de fauna: mariquitas, mariposas, porque las echamos de menos y porque los jardines pueden convertirse en reservorios de naturaleza silvestre en la ciudad, proteger las vidas, también humanas, y ayudar a romper esas falsas barreras entre lo rural y lo urbano. Para ello, las y los jardineros tienen que formarse.
¿Cómo te suena esto de llamar a los jardines infraestructuras verdes?
No es un concepto muy afortunado. La misma palabra ya encierra una visión. Pero mira… esto no lo gestionan poetas, sino ingenieros que imponen un lenguaje que condiciona lo demás.
¿Hay que hacer algo en los jardines ante el cambio climático?
El cambio climático provocado por este modelo de civilización ya está aquí y es preciso preparar nuestras arboledas para el futuro. Algo sabemos. Durante la Pequeña Edad del Hielo (siglos XIV al XIX) fue preciso adaptar la jardinería y los cultivos al frío, a mayores precipitaciones y a veranos cortos, ya que se venía de un clima templado. Los jardineros tradicionales fueron los primeros que se dieron cuenta de que no todos los árboles se adaptaban igual a las temperaturas extremas, los complicados suelos urbanos o la escasez de cuidados. Muchos fracasos en las plantaciones se deben a no tener en cuenta esta obviedad.
Deberemos utilizar siempre especies adaptadas, es decir, aquellas que la experiencia y la documentación existente muestran que vegetan en buenas condiciones. Siempre que sea posible utilizaremos las especies nativas, que demuestran desde hace tiempo su capacidad de adaptación. Tenemos un buen inventario de especies culturales que desde hace siglos han funcionado bien.
Al tiempo, es necesario seguir experimentando con nuevas especies exóticas que en algunos casos se comportarán satisfactoriamente, y en otras ocasiones decepcionarán en cultivo y habrá que dejar de utilizarlas. Se desconfiará de las modas y las especies panacea, ya que estas tendencias se suelen regir por cuestiones estéticas o por imitación.
Se debe estar atento a la tendencia de algunos de estos árboles jardineros alóctonos a naturalizarse y hacerse invasores y en ese caso se limitarán las plantaciones a lugares en los que estas especies no pueden ‘escaparse’ de los cultivos. Tendremos en cuenta al elegir, la estructura, envergadura y porte de las especies y que estas variables cambian dependiendo del clima, suelos, altitud, etc.
Y sobre todo, trabajar en alternativas jardineras, tales como la xerojardinería (jardinería que contempla la adaptación a las condiciones naturales del lugar), necesarias en nuestros ambientes mediterráneos. Son tiempos de sequía y cambio climático, necesitamos más que nunca los árboles. No se trata de renunciar a los árboles sino adaptarnos.
Y para terminar, ¿qué opinión te merece el movimiento de huertos urbanos?
Los huertos urbanos han llegado a nuestras ciudades para quedarse. Mucha de la gente que los está impulsando son personas jóvenes que no han tenido contacto con el medio rural previamente. Cuando te relacionas con las personas que integran los colectivos que mantienen los huertos urbanos, ves que quieren saber, son muy sensibles. Es un movimiento que aglutina a gente con muchos intereses.
La jardinería y la agricultura urbana nos educan para aprender a querer al mundo natural y nos entrenan para defenderlo. Ayuda a ver que el supuesto abismo que separa a las ciudades de la naturaleza no es tan grande.