En 1630 Felipe IV manda construir al este de la ciudad de Madrid, junto al convento de San Jerónimo, uno de los palacios más grandes y suntuosos que la villa había conocido hasta la fecha. El Buen Retiro, como se popularizara tiempo después, fue diseñado en su mayor parte por el arquitecto de la corte Juan Gómez de Mora, acompañado de la mano maestra del italiano Juan Bautista de Crescenzi cuya influencia se reconoce en arquitecturas y tramoyas. El vector del proyecto sería el primer ministro del monarca, el Conde Duque de Olivares, quien decidió que el rey debía tener un palacio tan elegante como los que él había visto en Italia cuando era joven, lleno de inspiradores jardines y juegos de agua.
Este paraje sin igual será destino e inspiración de muchos viajeros estéticos que, desde el siglo XVIII, recorrerán Europa y sus cortes en busca de experiencias para el ánimo y el alma a modo de ejercicio para el intelecto. Si en el siglo XVIII el viajero participa de estos periplos como una experiencia de la cual extraer un beneficio para la sociedad por los conocimientos acumulados, el viajero romántico del XIX, en cambio, busca una satisfacción personal bañadas de una nueva sensibilidad.
La disposición del viajero al emprender el viaje había ido cambiando con el tiempo. En el siglo XIX se impone una nueva concepción de la naturaleza; los sentimientos ganan espacio, lo subjetivo, lo estético y lo sentimental cobran peso frente a las descripciones meticulosas del siglo XVIII. El viaje se transforma en una experiencia íntima en la que cada individuo reinventa esos lugares visitados y los reconstruye a través de sus impresiones. Muchos de estos viajeros nos dejarán a través de sus crónicas y cuadernos importante información sobre costumbres, anécdotas y vida en la corte madrileña del momento.
El Buen Retiro. Un lugar inspirador.
Desde sus orígenes en el siglo XVII hasta 1868, los Jardines del Buen Retiro habían sido destino privilegiado únicamente de los reyes y sus cortes pero entre los ilustres visitantes que contaban con beneplácito de ser invitados a descubrir estos parajes reservados encontramos viajeros nobles, personajes históricos y escritores que dejaron plasmadas sus sensaciones a través de escritos y cartas. La proliferación de los relatos de viaje publicados en el siglo XVIII y aún más en el XIX debe entenderse en relación al interés que despertaba la lectura de un género bastante divulgado. Muchos de estos textos nos muestran cómo el paisaje comienza a ser percibido con otros ojos, ya no es sólo un mero soporte de la actividad agraria o funcional, sino que pasa a considerarse también como algo con valor por sí mismo.
Pero los relatos y textos viajeros con el Retiro como protagonista se remontan hasta el siglo XVII. Aquí podemos observar las primeras impresiones del palacio y los jardines en un texto de Bertaut, diplomático, hispanista y escritor francés, sobrino del poeta Jean Bertaut que visitó los jardines en 1659 durante la misión del marqués de Gramont. En el texto se puede observar la minuciosa descripción de un Retiro originario con apenas 30 años de vida, dónde las avenidas de árboles, las ermitas y estructuras llaman la atención del viajero que pone en valor lo laborioso del proyecto:
“Durante esas cosas fui a ver el Buen Retiro. El marqués de Salinas, hijo del marqués de Velada, nos llevó allí al caballero de Charny y a mi.
Es una casa que el conde-duque hizo sin planta, como ellos dicen, sin dibujo formado. Planta es también el plano, y que al principio fue llamado gallinero a causa de ciertas gallinas curiosas que le dieron y que puso en una casita y un jardín que estaba allí, al otro lado del Prado, donde se hace el paseo, en el cual hay muchas fuentes; pero como el Retiro está más alto que el paseo, ha sido gasto prodigioso para hacer ir hasta allí el agua, especialmente a un gran estanque y a un canal grande que hay en el parque, que va por todo alrededor del convento de los Jerónimos y que se extiende hasta Nuestra Señora de Atocha (…)
En ese parque, que tiene más de una legua de grande y posee grandes avenidas, pero de árboles muy gruesos, bien se ve que ha costado muchísimo el hacerlas tan derechas. Hay también muchas ermitas separadas, que serían edificios bastante lindos para particulares. Hay hasta un teatro y una sala de comedia, que está descubierta y que es de un trazado muy agradable. Hay también allí, además dos cuadros de edificios que avanzan en forma de galerías. Todo está lleno de cuadros. El conde-duque ha hecho poner allí la estatua de bronce de Felipe II a caballo, que es rara, porque el caballo solo se tiene sobre las dos patas de atrás. En fin, dicen que el Retiro ha costado un millón más que el Escorial.”
Palacio del Buen Retiro por Jussepe Leonardo, 1637A través de los textos de estos distinguidos viajeros y viajeras del pasado hemos podido también recopilar datos acerca de la vida privada en la corte. En el siguiente texto encontramos las reflexiones de la Marquesa de Villars, esposa del embajador francés en 1679, que visita al monarca Carlos II y la familia real en las dependencias del palacio del Buen Retiro.
A través de sus escritos recopilamos no solo detalles arquitectónicos o decorativos del entorno, sino también de la vida y las costumbres cortesanas del momento:
“Ayer fui al Retiro, lugar donde ahora se encuentra el rey y la reina. Entré por la habitación de la primera dama de honor que salió a recibirme con toda clase de atenciones. Me condujo a través de estrechos pasillos hasta una galería en la que yo creía que iba a encontrar tan solo a la reina. Pero ante mi sorpresa, hallé reunida a toda la familia real. El monarca estaba sentado en un gran sillón y la reina, en almohadones. (…)
La galería es muy amplia y sus paredes están tapizadas de colgaduras adamascadas de un rojo subido, recogidas por anchas y largas tiras doradas con flecos. El suelo está cubierto en toda su extensión por la alfombra más hermosa que he visto nunca; hay mesas, escritorios y braseros y sobre las mesas están dispuestos candelabros. De cuando en cuando entran dos damas de honor muy bien ataviadas para cambiar las velas de los candelabros de plata si fueran necesarios, haciendo la consabida reverencia. A bastante distancia de las reinas, varias muchachas estaban sentadas en el suelo y unas cuantas damas de edad avanzada, con sus ropajes de viudas, se hallaban apoyadas contra la pared.”
Encontramos también textos que recogen aspectos relacionados con la gestión de las actividades industriales desarrolladas en el Buen Retiro a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, como es el caso de estos escritos de Elizabeth Vassall Fox Holland, conocida como Lady Holland. Esta política y anfitriona inglesa fue esposa del político Henry Vassall-Fox, tercer barón de Holanda. Lady Holland realiza una serie de diarios de viajes por España. Tras visitar Almería en un viaje que duraría varias semanas, viaja a Madrid, donde nos deja esta serie de escritos fechados en 1804 que hacen referencia a las actividades de la fábrica de porcelana del Buen Retiro incorporando una crítica palpable en la gestión de muchas de estas actividades:
“Últimamente se han conseguido grandes mejoras en la fábrica de porcelanas del Buen Retiro al utilizar cierta arcilla que contiene una mezcla de carbonato de magnesio. El gobierno español tiene grandes pérdidas en su manufactura de Guadalajara. Eso confirma que son tan numerosos los directores e inspectores con grandes salarios colocados al frente de la fábrica real. Que ellos solos absorben todos los beneficios que rinde, a pesar de que la producción está protegida por toda clase de monopolios y privilegios exclusivos, tanto en lo que atañe a la compra de la materia prima como a la venta del producto manufacturado. A menudo las fábricas reales se establecen con objeto de crear un puesto para algún protegido o recomendado del ministro, y ocurre con frecuencia que a un miembro fracasado del Consejo se le recompensen sus malos servicios con el puesto de inspector de una fábrica cuyo nombre y existencia el interesado ignoraba hasta el día en que recibió su nombramiento.”
Pero no todos los viajeros vertieron sus juicios de manera favorable. En 1808 tras la invasión napoleónica, el Retiro quedó considerablemente devastado tras el paso de las tropas y las secuelas del conflicto armado. Su recuperación fue paulatina hasta volver a recuperar parte del boato que ostentaba en el pasado. En estos escritos de Henry Inglis, escritor, periodista, viajero e hispanófilo escocés que visita la corte de Fernando VII en 1831, pone de manifiesto que, pese a preferir el recinto del Retiro al del paseo del Prado, éste no aporta mucha elegancia ni distinción, pero no dejan de ser curiosas las reflexiones del viajero al contemplar la planicie castellana y el cielo de Madrid en contraste con su tierra de origen:
“Durante mi estancia en Madrid prefería dar mi paseo vespertino por el Retiro antes que por el Prado, que es un jardín vasto y mal trazado sembrado de arbustos, de un perímetro de cinco o seis kilómetros y situado en una colina detrás del Prado; se entra por el patio del viejo palacio que fue destruido durante la guerra. El Retiro no posee ningún atractivo especial a parte del aire fresco y la ausencia de polvo. En este jardín hay unos cuantos lugares elevados desde los que se domina el extenso panorama que sin embargo no tiene nada de interés excepto la ciudad, y el cielo tampoco puede atraer la atención de quienes están acostumbrados a la densa atmósfera y al firmamento nuboso propios de las regiones nórdicas. Durante los meses que pasé en Madrid apenas percibí una sola nube, y a menudo iba a caminar por el Retiro con el único fin de admirar el maravilloso cielo y las magníficas puestas de sol: esos cielos son fantásticos incluso cuando cubren un desierto. Desde el Retiro la vista no abarca más que un desierto, que limita a un lado con la Sierra de Guadarrama y al otro con los montes de Toledo. Y Madrid que se yergue solitaria en medio de aquella planicie desprovista de árboles y de vida, parecía, cuando el sol poniente hacía brillar sus cúpulas y campanarios, haber sido puesta allí por arte de magia.”
El Parque del Retiro con paseantes, de José del Castillo, 1779Para finalizar nos gustaría hacer un guiño a uno de los grandes cronistas de la vida madrileña. Vecino y amante del Retiro, viajero incansable que refleja en sus textos la vida de una España finisecular. En sus libros se recrea en esta Belle Époque madrileña a través de animosas descripciones de sus gentes, sus parajes y toda una galería de costumbres . Don Pio Baroja, nos regala obras como su novela de Las noches del Buen Retiro donde ofrece una romántica visión del Madrid de finales del siglo XIX. Aquí rescatamos algunos fragmentos referentes a esa bulliciosa vida en el Retiro donde las clases sociales que habían estado fuertemente estamentadas confluyen en unos jardines que se constituyen como termómetro social y reflejo de una época :
“Para mucha gente de la burguesía madrileña pobre los Jardines del Buen Retiro ofrecían el atractivo de poder conocer allí a personas de la aristocracia a quienes en invierno no podían ver ni tratar por su existencia más rumbosa.
Durante el verano se corrían las escalas de la sociedad, de la buena y de la mediana, y la burguesía grande y pequeña se acercaba a la aristocracia antigua y moderna, a la de los títulos pomposos y a la plutocrática de valores más sustantivos.
Representantes de una y de otra fraternizaban en la pista de los Jardines a los acordes de La Gran Via, de La Verbena de la Paloma o de la sinfonía de Poeta y Aldeano (…)
Cuando las señoras volvían en sus coches las tardes de otoño o invierno por la Carrera de San Jerónimo, después del paseo por la Castellana o el Retiro, se decían los jóvenes unos a otros:
– Allí está la Fulana…Por allí viene la Zutana…
En los Jardines del Buen Retiro las ocasiones de ver a estas damas linajudas eran más frecuentes y las distancias se acortaban.”