Los cormoranes despliegan sus alas encaramados a las farolas del Puente de Segovia para secarlas después de pescar. Metros más abajo, desde una isleta del Manzanares, una garza real, espigada e inmóvil, mira fijamente al agua intentando descubrir a los peces que pasan. A su lado, las pequeñas garcetas comunes pisotean el barro con sus pies amarillos para ver si sale algo rico del fondo.
La naturaleza ha irrumpido con ganas en el Manzanares desde que el Ayuntamiento de Madrid abrió las compuertas del río en 2015 y el agua comenzó a correr. Y ha traído nuevas vecinas con alas a los distritos por los que fluye el cauce fluvial, también el nuestro. Un paseo ornitológico organizado por la junta de Latina nos permitió conocer a algunas de ellas, entender cómo se comportan y hacerles algunas fotos.
Quién hubiera pensado que las aves también juegan. Las gaviotas reidoras dedican parte de su tiempo libre a dejarse arrastrar por el agua y chapotear con sus amigas. Mientras tanto, las lavanderas, mucho más serias, buscan algún insecto entre la vegetación.
Nadie había previsto que menos de tres años después de la renaturalización, el cauce estuviese habitado por 50 especies de aves, centenares de peces y 2.000 ejemplares de árboles autóctonos en los 7,5 kilómetros de este río que nace en la sierra de Guadarrama. Ni siquiera el principal impulsor de la iniciativa, el ecologista Santiago Martín Barajas, ni un gran observador del río como Javier Martín.
Los expertos nos descubrieron algunos secretos, como los lugares donde suelen posarse los ejemplares de martín pescador que se han instalado en el río, o las diferentes formas de uve con las que vuelan las bandadas de grullas y otras aves que emigran hacia al sur. Volverán pronto, porque nuestras vecinas con alas ya han aprendido que son bienvenidas en un Manzanares más vivo que nunca.