No existe lugar más emblemático en la Dehesa de la Villa que el Cerro de los Locos. Este punto resume a la perfección el carácter del parque. Construido y cuidado por aquellas personas que lo han usado a diario desde los años 30, con anterioridad recibió el apelativo de Cerro de las Balas ya que en sus inmediaciones se encontraban las instalaciones de un campo de tiro, y muchos de los proyectiles fueron encontrados en sus terrenos.

A lo largo de su historia, el Cerro ha albergado una «fauna» de lo más peculiar. Multitud de disciplinas deportivas lo eligieron como escenario para sus entrenamientos como luchadores y boxeadores. Entre ellos el afamado boxeador Young Martín, el Zurdo de Cuatro Caminos , quien en 1955 se alzaría con el campeonato europeo. También se curtieron en el cerro mujeres que dejaron huella en el deporte como la saltadora de altura y de longitud Lucía de Gregorio en la década de los 70.

Junto a deportistas, poblaron el Cerro una larga lista de profesiones «disparatadas» como banderilleros, acróbatas o titiriteros. En un artículo de la revista Mundo Gráfico del 21 de marzo de 1923 se recogía la siguiente afirmación:

Al final de la Moncloa, y a su izquierda, hay un frondoso y no muy bien atendido pinar, cerca ya de la Puerta de Hierro, y a orilla de este pinar hay una altura que ha sido recientemente bautizada por el Cerro de los Locos. Le llaman así porque en esta época del año se ofrece a diario, todas las mañanas, el pintoresco espectáculo de ver a unos hombres atacados del vértigo de carreras, saltos, cabriolas y otras especies de ejercicios de gimnasia violenta. Estos hombres, al parecer presuntos imitadores de los gamos, las cebras y los gatos monteses, que dan la sensación de locos de atar en sus matinales ejercicios de acrobatismo y cross-country, no son locos ni imitadores de los gatos monteses, los gamos y las cebras: no son nada más—o nada menos—que toreros. Estos toreros, residentes en Madrid, sometidos muy acertadamente a las exigencias de la higiene, van a aquel paraje a entrenarse, como se dice en el argot deportivo; a ponerse, como se dice en el taurómaco.

Durante la Guerra Civil, el Cerro se mantuvo en terreno republicano pero su cercanía a la línea del frente y su posición prominente le convirtió en objetivo permanente de bombardeos durante los 3 años que duró la contienda. Más tarde, sus habitantes volvieron a poblarlo y a constituir la «resistencia cotidiana» frente al régimen que prohibía el derecho a reunión y consideraba inmoral la aglomeración de personas semidesnudas practicando deporte entre los restos de trincheras y búnkers.

Desde entonces el Cerro ha continuado siendo lugar de reunión. En la década de los 70 empezó a perder ese carácter marginal y ,aunque por aquel entonces dejaron de pastar las ovejas en sus laderas, se convirtió en un enclave perfecto para las meriendas, el fútbol y la pelota vasca, al mismo tiempo que mantuvo a sus fieles acróbatas. titiriteros y boxeadores. Además de aportar su carácter a la Dehesa, todas estas personas cuidaron del Cerro y de su vegetación durante décadas, tarea por la cual se merecen eterno agradecimiento.

En el CIEA Dehesa de la Villa hasta el 30 de septiembre rendiremos homenaje al Cerro de los Locos y a sus habitantes con la exposición «Gentes del Cerro» que reúne fotografías y objetos asociados a su historia. Forma parte de la recopilación que ha hecho durante años el acróbata, titiritero y ecologista Ángel Sarti que todavía sigue dando alegrías a la Dehesa.