El 24 de noviembre se celebra el Día Mundial de la Evolución y desde el CIEA hemos dedicado, el fin de semana, a celebrar este evento.

Dos jornadas especiales en las que, hemos «paseado con Darwin por la Dehesa», observando los resultados de millones de años de selección natural que, quedan reflejados en las especies de la actualidad y al alcance nuestros sentidos.

Seguro que conocéis las aves rapaces, tanto diurnas como nocturnas, y sabéis que, en la Dehesa habita un mochuelo que, con más timidez o menos, se deja ver en ocasiones y al cual vamos a poner de ejemplo.

¿Qué tiene que ver esto con la evolución? Bueno, como ave rapaz nocturna, una de las cosas que más beneficia a este animal es la oscuridad para poder cazar sin ser visto pero, ¿sólo esto? No, también debe ser un animal lo más silencioso posible para no ser escuchado por sus presas en el momento de acercarse y, aquí llega la evolución a diferenciar sus plumas, de las plumas de una rapaz diurna. Miles de años de evolución han hecho que las plumas de las rapaces nocturnas sean de una suavidad y ligereza extraordinaria, tanto como para poder batirlas en vuelo sin que hagan el más mínimo sonido. Os animamos a hacer el experimento con dos plumas, una de rapaz nocturna y otra de rapaz diurna. Batir fuerte cada una de ellas y comprobaréis de lo que os hablamos.

Pero la evolución no sólo se deja ver en las especies animales. Seguro que os habéis fijado en las flores que crecen en la ciudad. Ellas también han tenido que adaptarse a un medio cada vez más cambiante, cada vez más urbano y donde cada vez les resulta más complejo habitar.

Muchas especies vegetales han adaptado el peso de sus semillas a los entornos en los que habitan. De esta manera, especies que viven en medios urbanos han modificado el peso de sus semillas, haciéndolas más pesadas, para que, a la hora de dispersarlas, caigan en las cercanías y no puedan llegar a zonas asfaltadas, por ejemplo, donde no tendrían posibilidades de sobrevivir. En medios naturales, sin esta problemática urbana, las semillas pueden ser ligeras para dispersarse a lo largo de grandes distancias.

Y, dentro de todo lo que abarca la evolución de las diferentes especies, también hemos puesto la mirada en la nuestra, la evolución del ser humano. 

Para empezar, es conveniente ubicar al ser humano (Homo) dentro del árbol de la evolución de los primates. Os dejamos una imagen para que os encontréis.

Una vez ubicados, hemos viajado al Valle del Rift, en África, y nos hemos remontado a hace 8 millones de años, entre factores climáticos y geológicos cambiantes, donde hombre y chimpancé se separan para tomar caminos evolutivos diferentes, dotándonos de unas características muy especiales. Una de estas características, nos marcaría para siempre, el bipedismo.

Hemos conocido a Lucy, una Australopithecus afarensis, descubierta en Etiopia, un 24 de noviembre del año 1974, que ya caminaba erguida y, cuya fecha de descubrimiento, se ha convertido en todo un símbolo en el mundo de la evolución.

Y es que, andar erguidos tiene muchas ventajas y alguna que otra desventaja. Nuestra cadera y los cambios en la musculatura de las piernas nos mantienen de pie y, nos permiten gozar de las bondades de tener los brazos y manos libres para poder manipular los objetos.

A lo largo de millones de años, nuestras manos han evolucionado. Nuestros dedos pulgares son largos en comparación con los de un chimpancé y, sin embargo, el resto de los dedos son más cortos que los suyos. Éstas características, hacen que nuestras manos tengan capacidad de ejercer fuerza sobre objetos y superficies cuando es necesario, pero también precisión para realizar trabajos minuciosos.

No sólo cadera, manos y pies han evolucionado, también la capacidad craneal, nuestra columna vertebral, nuestras uñas, mandíbulas, etc., etc. Millones de años han pasado para hacer al ser humano tal y como lo conocemos en la actualidad.