Cada vez son más las zonas de encinar que desaparecen de nuestros campos consecuencia de la desenfrenada labor urbanística y el uso intensivo de la agricultura; lo que ha supuesto no sólo un cambio paisajístico, sino también la desaparición de materias primas ligadas a los mismos.

Los regímenes alimentarios abiertos al empleo de frutos silvestres han supuesto una parte importante de la dieta humana a lo largo de la historia. Así, las dietas basada en harinas de bellota, castaña y avellana podía llegar a ser esenciales a los largo de tres cuartas partes del año para algunas culturas (según recogen escritos de Estrabón, referidos a las pueblos prerromanos de la Hispania).

Pero la romanización trajo consigo la «cerealización» de la alimentación sustituyendo zonas boscosas y adehesadas por grandes monocultivos y la estigmatización de los productos anteriores como alimentos reservados a las clases más pobres.

Por suerte, la vuelta a métodos de consumo más sostenibles está poniendo de manifiesto la importancia de éstos.

En este sentido, destacar algunas características de la harina de bellota: es rica en hidratos de carbono y taninos (que consumidos en pequeñas dosis parecen tener propiedades antioxidantes y cardioprotectoras), además de ampliar la variedad de alimentos incluidos dentro de las dietas sin gluten.

Desde el CIEA Casa de Campo, te proponemos participar en el Taller de Pan de Bellota que tendrá lugar el próximo sábado 21 de diciembre (en colaboración con el Colectivo Lavéndula  y la Asociación del Común), en el que podrás ampliar la información sobre el tema y poner en práctica algunas técnicas para elaborar tus alimentos a partir de harina de bellota.

La mayor encina fue bellota chiquitina

(Don Quijote de la Mancha)