Producto fresco, de calidad en los puestos de toda la vida; gastronomía que supera la simple idea de cañear o tapear; el taconeo de una de las míticas escuelas de flamenco de Madrid. ¿Todo eso en un mercado? Sí, y más, en el de Antón Martín que mañana celebra sus ochenta años con una fiesta abierta a todos, a sus fieles compradores y a quienes aún no lo han descubierto. Flores naranjas, en clara alusión al color de la fachada; tapas especiales y un recorrido fotográfico por el ayer y hoy te esperan.
Ubicado en la calle de Santa Isabel, junto al Cine Doré, el edificio data de 1941, pero hace más de tres siglos que este céntrico rincón lleva mostrando su vocación de mercado. Ya a mediados del siglo XVIII, la plaza de Antón Martín era conocida como la plazuela del Mercado porque, de allí hasta Santa Isabel, se apiñaban los puestos ambulantes de alimentación y el voceo de los vendedores formaba parte de los sonidos del barrio.
En 1941, cuando se levanta el nuevo mercado respondiendo a la necesidad de introducir medidas sanitarias e higiénicas en el abastecimiento de la ciudad, el vocerío cesó en la calle y se trasladó al interior, donde los puestos techados y con sus cierres, mantenían las bancadas anejas para exhibir sus productos y tentar a los posibles compradores.
Desde entonces este mercado, como el resto de la red municipal, ha cambiado mucho y ha demostrado una capacidad de resiliencia, desafiando los negros augurios que hace tiempo se cernían sobre los mercados de barrio. Nuevos métodos de pago, reparto a domicilio, comida para llevar, apertura a nuestros formatos impensables hace dos o tres décadas, y una dinamización continúa para seguir siendo elemento habitual e imprescindible en la vida del barrio.
Hoy tiene algo más de 70 puestos, incluidos los espacios gastronómicos, en muchos de los cuales, aproximadamente el 50%, continúan las ‘sagas’ familiares, comercios que han pasado de abuelos a padres e hijos que siguen levantando el cierre cada día. Otros acogen nuevas caras, nuevos productos. Y, para ampliar la oferta, desde una inmobiliaria o una tintorería hasta una clínica veterinaria y un afilador.
Cultura y arte, mejor que cadenas de alimentación
Mercedes Moyano lleva más de 30 años al frente de la gerencia de Antón Martín y es un testigo de excepción de ese cambio. Aún recuerda que, al levantar la mirada cuando aterrizó, en plena decadencia del mercado, pensó: “Dios mío, cuánto trabajo hay que hacer aquí”.
Tocaba remangarse y lo primero fue racionalizar el espacio. En la tercera y última planta muchos de los puestos, todos exclusivamente de fruta y verdura, estaban vacíos. “Decidimos reubicarlos en las dos plantas inferiores, donde existían puestos de todo tipo. Y en esa tercera planta, vimos un espacio diáfano al que teníamos que dar uso”. ¿Una cadena de alimentación o mediana superficie siguiendo una tendencia que empezaba a abrirse paso? No, eso podía alimentar la competencia. Mejor “arte y cultura española combinados con un mercado a la antigua”, recuerda Mercedes. Y allí se instaló Amor de Dios, la academia de flamenco, creada en 1953 como estudio y ensayo de la compañía de Antonio ‘el Bailarín’ y en cuyas aulas se han formado nombres como Gades, Joaquín Cortés, Sara Baras, Merche Esmeralda o Cristina Hoyos.
La tormenta de ideas trajo luego la primera barra de degustación en un mercado. “Pensamos en una de frutas cortadas y zumos, era lo más fácil”. Superadas las trabas que ponía Sanidad, al final fue una vendedora nueva la que se atrevió a instalarla con productos de charcutería y quesos. Hoy sigue ofreciendo sus delicatessen.
Pedagogía de la compra
Más tarde llegaron los espacios gastronómicos, donde no falta uno con una estrella Michelín. “Queríamos que fuera algo más que tomarte una tapa o una caña. Apostábamos por la calidad del mercado de siempre unido a la alta gastronomía, todo claro a unos precios mucho mejores, a precios de mercado”, explica Moyano, convencida de que “funcionamos por imitación. Si pones algo bonito, bueno, de calidad, rápidamente otros te siguen”.
Una de las consecuencias de ese espacio gastronómico ha sido la edad de la clientela y el cambio de las horas punta. “Ahora son los sábados cuando más gente hay, y gente más joven. Antes la edad media de los clientes era de 75-80 años, pero el mercado gastronómico ha rebajado mucho la edad”, constata Mercedes. Y eso ha desvelado otra necesidad: hacer pedagogía de la compra. “Muchas veces cuando preguntas a un joven por qué no compra en el mercado, la respuesta es ‘no sé’. Desconocen, por ejemplo, lo que es la tapilla, la contra, la cadera… Están acostumbrados a ir a un lineal, coger un envasado y ya”.
De nuevo a remangarse. Y así surgieron los talleres. Desde cómo plantar aromáticas, cómo hacer un guiso o descubrir las diferentes variedades de los productos hasta nutrición y alimentación saludable. Y, sobre todo, infantiles para aprender a comprar desde pequeños. “Les damos dinero falso y no sabes lo que les cuesta soltarlo, siempre te piden rebaja”, explica entre risas la gerente, quien avanza que el reto es continuo.
Este año por ejemplo han introducido las taquillas frigoríficas para recoger la compra en perfecto estado de conservación, están diseñando su propia web y siguen ajustándose a las nuevas demandas y a esos cambios del perfil del comprador.
Una piña durante la pandemia
Salvo un puesto, el resto de los situados están ocupados. La pandemia no ha podido con ellos, reiterando una vez más su capacidad de resistencia y el papel que juegan los mercados en la vida de la ciudad. “Cuando todo fallaba, los mercados de abastos han estado ahí luchando y garantizando el suministro de la población. Hemos tirado como jabatos”, afirma Moyano, al tiempo que pregunta: “¿Sabes por qué hemos sobrevivido? Porque hemos sido una piña”.
Esa unión los llevó a abrir un banco de alimentos, que tenía cola; o a gestionar desde la gerencia el reparto de las cestas de la compra con todos los pedidos de una persona en un solo envío. “Llegamos a repartir no solo en el barrio sino en toda la ciudad. Siempre digo que somos como una locomotora, unas veces tiran unos, otra otros, pero siempre hay alguien tirando”, recalca Mercedes.
Mañana en la fiesta de cumpleaños, la vicealcaldesa, Begoña Villacís, y el delegado de Economía, Miguel Angel Redondo, podrán comprobarlo de nuevo junto con todos los que se animen a sumarse a la celebración.