Nos plantamos delante de una imponente encina y recorriendo la mirada por toda ella no dejamos de sorprendernos de su belleza, de su belleza paisajística. Pero entre las sensaciones que nos produce, y de un modo difícil de explicar existe algo más que nos cautiva. Algo que nos dice que aquella encina forma parte de algo más grande. Es una pieza más del ecosistema con el que como una maraña podríamos señalar infinidad de interacciones con lo visible e invisible.

Un árbol sirve para mucho. Un río también. El monte que contiene a los dos aún más. Pero ¿podemos definir exactamente qué hacen por nosotros? Esta pregunta, lejos de parecer utilitarista respecto a la naturaleza, es de mucha importancia y pertinencia.

Al hablar del valor que tienen los ecosistemas es interesante analizar sus partes y para qué sirven realmente. El poner precio a lo que supone cada uno de los servicios que ofrece es otro asunto, pero viviendo en un contexto económico en el que todo tiene un precio, aquello que no lo tiene puede peligrosamente parecer que no tiene valor y por ende ser eliminado sin importancia y represalia alguna.

Los servicios ecosistémicos, aquellos beneficios que aporta un ecosistema de un modo “gratuito”, pueden ser de varios tipos.

Cuando pensamos en aquella encina, y su valor como árbol quizá estemos hablando de un servicio cultural. Un valor espiritual, recreativo, turístico o educativo. Pero esta encina también aporta servicios de regulación; purificando el aire, siendo un sumidero de carbono absorbiendo CO2, filtrando el agua y evitando la erosión. Podríamos pensar en servicios de soporte a la biodiversidad que la rodea y de la que está llena. Es hábitat de muchas especies a su vez que mantiene el ciclo de los nutrientes y del agua entre otros. No podemos olvidar los servicios de provisión. Y los servicios que nos brinda directamente a los seres humanos. Como ejemplo su madera, sus bellotas para nuestro ganado o sin ir más lejos, su sombra.

Si de un encinar se tratase, más allá de una sola y bella encina, podemos imaginar una ingente cantidad de servicios ecosistémicos que ofrece el ecosistema, que como es lógico es más que un conjunto de encinas. Son sus interacciones las que proyectan el valor que tiene. Por ello la eliminación de cualquier elemento rompe por muchas partes la red que los conecta. Encontraríamos servicios tan básicos como la polinización, la protección contra zoonosis o el agua.

La visión de estos servicios ecosistémicos lejos de ser nueva sí está ahora bien presente en la vida política. Es todo un reto poder mantenerlos, conservarlos, por el descarado e imprescindible valor que tienen para la vida y supervivencia de los mismos ecosistemas y de nuestra especie.