En esta serie de entradas de blog sobre el suelo llamada El paisaje del suelo, no podía faltar un capítulo dedicado íntegramente al agua. La importancia del suelo para el agua y del agua para el suelo.
Los suelos son clave para el suministro de agua limpia. Los suelos capturan, almacenan y filtran el agua, haciéndola segura para beber. Los ecosistemas en las zonas altas no solo previenen la erosión del suelo, sino que también garantizan agua potable. Los suelos también almacenan agua, haciéndola disponible para cultivos. El agua dota de vida al suelo.
[Imagen 1: Cueva con una laguna subterránea. Fuente: Pixabay]
El suelo es sostén para plantas y el agua es sustento. Pero solo gracias a la buena porosidad de un suelo, puede llenarse de agua. El suelo filtra el agua, por lo que evita la escorrentía superficial, erosión y acumula sustancias que quedan en horizontes superiores del suelo. Es capaz de regular la sequía, así como las inundaciones. Prestar atención al suelo no es baladí, por tanto, hemos de mirar más debajo de nuestros pies.
El continuo que forma el agua la hace transporte. Cuando se hace discontinua forma islas de vida. Madrid por debajo es un constante discontinuo de aguas. Tenemos en la ciudad un estupendo sistema de riego por aguas regeneradas en parques, jardines y plantaciones de viario. Pero estas aguas vienen de la sierra, no vienen de la lluvia apenas y no vienen de zonas más profundas.
Madrid es una ciudad asentada sobre un gran acuífero. No imaginemos un gran lago subterráneo, sino más bien arena mojada o empapada, agua en una matriz de arenas con arcillas por debajo. Teniendo en cuenta como es nuestro territorio, el agua recogida en la Sierra atraviesa el municipio de Madrid por debajo haciendo de embudo. Madrid se asienta sobre una cuenca sedimentaria.
Estas características de Mayrit ya las sabían en el siglo IX y hasta mediados del siglo XVIII fueron las aguas que los vecinos de la Villa aprovecharon. Luego nos olvidamos de cuidar nuestras aguas subterráneas y las enterramos, las contaminamos y las desconocemos. A pesar de ello, quedan muchos recuerdos de este pasado cercano, como los viajes de agua o via aquae, galerías subterráneas que conducían el agua bajo la urbe desde zonas de captación, hasta las fuentes, donde se deseara recibir las aguas limpias.
[Imagen 2: Sendero con charcos de agua. El agua se filtra en la hierba y en los cultivos, pero no en los suelos compactados por el trasiego de vehículos. Fuente: Pixabay]
Llueve en Madrid. Se moja el asfalto. El agua se une formando regueros. La gravedad hace su efecto y la dirige.
Llueve en Madrid. Se moja la tierra. El agua empapa y se extiende. La gravedad hace su efecto y percola hacia abajo y se cuela poco a poco hacia las capas más profundas.
Estos dos ejemplos se dan con la misma lluvia cuando llueve en una ciudad. Gran parte del agua resbala y termina en los sistemas urbanos del subsuelo. Las alcantarillas recogen el agua y la dirigen. Otra parte, pequeña, consigue bajar del cielo al suelo y entrar. Penetra y se distribuye sin llegar a agregarse sobre la superficie. La vegetación se hidrata, los poros del suelo se llenan. Por supuesto depende de la cantidad y fuerza con que esta agua caiga. Sean las gotas gordas o finas, la duración de la lluvia, y también el estado previo de hidratación del suelo son los primeros factores a tener en cuenta para saber si esa agua formará charcos o se filtrará. Un suelo vivo, un suelo saludable tendrá capacidad de retención de agua. Suelos compactados, impermeables no la tendrán. Y es que hemos construido las ciudades pensando en otros factores: rodamiento de los neumáticos de los coches, suelos planos sin apenas aberturas para facilitar el paseo. Hemos construído autopistas junto al río, hemos colmatado arroyos y construído sobre llanuras de inundación. Graves fallos de un ordenamiento territorial que primó la rapidez y coste del desarrollo antes que la clasificación por usos del suelo y el cuidado del mismo.
¿Pueden convivir los suelos con buena capacidad de retención de agua con la actividad urbana de nuestra época? ¿Podemos desmontar la ciudad construida?
[Imagen 3: Alcantarilla entre la acera y la calzada . Fuente: Pixabay]
El suelo tiene poros de aire y poros llenos con agua. El ideal es que exista un 25% de aire y un 25% de agua en la estructura de un suelo agrícola, fértil y vivo. Así debería ser en un suelo donde queramos árboles, arbustos o herbáceas. Sea un jardín, un parque o una calle arbolada.
En añadido a los problemas de los suelos urbanos, en la actualidad existen graves problemas con la contaminación de sus aguas. Si el aire de nuestra ciudad no es el adecuado y respiramos un aire cuya calidad deja que desear, estos contaminantes hemos de recordar que terminarán de uno u otro modo en el agua. A diario vemos también cómo muchos vecinos se han acostumbrado a no sentir rechazo a tirar residuos al suelo.
Igual es el problema en terrenos rurales con su uso y abuso de fertilizantes de la agricultura intensiva, donde desconfiando de los métodos tradicionales, del reciclado de nutrientes (como el compostaje), los acuíferos se cargan de los nutrientes vertidos en la superficie. Igual oturre con las instalaciones ganaderas intensivas (como las macrogranjas), donde los purines acumulados llegan se filtran del mismo modo. Estas aguas subterráneas cambian su composición y trastocan muchos ecosistemas con los que se topan, así como impidiendo su consumo.
[Imagen 4: Colillas en una alcantarilla. Fuente: Pixabay]
“En el mundo no hay nada más sumiso y débil que el agua. Sin embargo, para atacar lo que es duro y fuerte nada puede superarla”
Lao Tsé