El otoño nos despierta en muchos una sensación mágica de conexión con la naturaleza. Los frutos caídos (al suelo) nos llevan a sentir una mayor emoción por el campo, por ese recuerdo escondido de recogida, por esa memoria de la infancia en la que nos perdíamos en la búsqueda.  

Esta estación es en la que recordamos que existen los hongos. Y nos apasionamos al verlos, pero desde un desconocimiento muy grande. ¿Qué son?, ¿qué función tienen?, ¿cuántos hay?. 

Miramos al suelo y vemos brotar setas, pero no sabemos lo que verdaderamente hay debajo. ¿Qué está pasando ahí dentro? En esta entrada hablamos de los microorganismos del suelo. 

 

[Imagen 1: Setas de Laccaria amethystina en el suelo de un bosque de coníferas. Fuente: Pixabay

 

Desde hace un par de meses la ONU a través de la Convención sobre la Diversidad Biológica y en conjunto con la ONG Fundación Fungi, nos ha recomendado de nuevo (ya lo hizo en 2018) el empezar a utilizar la palabra ‘funga’. Nosotros ya lo hemos empezado a hacer, como habréis visto. Es una manera de reconocer lo que antes llamábamos flora micológica.  

Pues bien, la funga es esa red de finísimos cordones (hifas) de varias especies que circulan por el suelo ocultas a nuestra vista, dando lugar a las setas en los momentos óptimos para su reproducción. Estos momentos no solo son el otoño o la primavera, sino que, durante todo el año, dependiendo de la especie, podemos ver setas (cuerpos fructíferos). 

Además de la funga, la todavía llamada flora microbiana, convive también en la matriz del suelo. Bacterias de todo tipo sustentan la vida de los ecosistemas de la Tierra, muy a pesar de que para nosotros pasen desapercibidas. Actinobacterias y cianobacterias (fotosintéticas) hacen del suelo un ecosistema saludable. 

 

[Imagen 2: Esporangios del hongo Pilobus. Fuente: Pixabay

 

En los suelos de la ciudad de Madrid podemos ver hongos a diario. Muchos de ellos los vemos en los árboles de viario, ya sea en la base del árbol o bien arriba en el tronco o ramas. Estos son hongos parásitos o saprófitos que sobreviven a expensas de esa especie vegetal, o bien sobreviven alimentándose de sus restos muertos. De cualquier manera, el objetivo es terminar llevando al árbol al suelo, transformarlo en suelo. También los hay simbióticos (micorrícicos), que unidos a una planta pueden intercambiar nutrientes, azúcares y agua, beneficiándose ambos organismos de la relación. 

Es cierto que la funga que vemos no es muy abundante en especies, siendo un ecosistema urbano. Aunque teniendo en cuenta que pensamos que no existen, cuando nos topamos con ellos es todo un encuentro.  

Echando un vistazo a los alcorques de la ciudad un par de días después de que haya llovido nos llevará al premio: hongos como los del género Coprinellus, de fructificación rápida de sus setas y descomponedores no de madera, son visibles. Si echamos la vista a las praderas de césped de las zonas ajardinadas o en parques, podremos ver agaricales, champiñones, brotando mientras el micelio se alimenta de los restos orgánicos entre las raíces de la hierba. 

[Imagen 3: Setas de un hongo del género Coprinellus. Fuente: Pixabay

 

El famoso olor de la lluvia, ¡cómo describirlo en palabras! Pues, aunque antes decíamos que las bacterias pasan desapercibidas, no es del todo cierto. El olor de la lluvia, que también percibimos en Madrid, es debido en parte a una actinobacteria, algunas cianobacterias y también algunos hongos. Se trata de la molécula geosmina que en cuanto se humedece el suelo, estos organismos la secretan.  

También la lluvia, antes de que caiga se siente en la ciudad, este olor es debido al ozono recién formado por las tormentas, que cae, llegando a nuestras narices. Un olor distinto, pero que nos evoca las sensaciones otoñales y que hace de catalizador para los ciclos de descomposición y creación del suelo. 

Las bacterias fotosintéticas como las cianobacterias son organismos capaces de fijar CO2 de la atmósfera o de esas minúsculas cavidades del suelo formadas por aire, a partir de la energía solar. 

Las bacterias quimioautótrofas obtienen la energía de otros compuestos como el hierro o el azufre.  

 

[Imagen 4: Biopelículas de bacterias pigmentadas en una fuente termal del Parque Nacional de Yellowston. Fuente: Pixabay

 

Como veis todo se aprovecha, y siempre hay algún organismo que se ocupa de aprovechar el desperdicio que supone para otro. 

Tanto las bacterias como los hongos transforman el suelo, y en ese proceso liberan nutrientes de la materia orgánica que pueden aprovechar otros organismos como las plantas. A su vez las plantas mediante sus restos y sustancias secretadas por las raíces alimentan a estos organismos. En definitiva, mejoran la estructura del suelo, controlan poblaciones y reciclan nutrientes. Son imprescindibles. 

 

“Todo depende de todo lo demás”  

Dicho de la nación indígena norteamericana Haida