El suelo tiene varias capas bien diferenciadas, aunque difieren entre sí; en grosor y composición, según en qué lugar nos encontremos. En edafología las llaman horizontes. Y hay un consenso claro sobre su nombre y como es cada uno. Vamos a verlos y detallaremos cómo son estos en nuestro municipio. 

El primero es aquel que vemos y sobre el que nuestros pies están en contacto. Este es el horizonte O, u orgánico, donde encontramos materiales en descomposición (principalmente vegetales). Un horizonte superficial. 

En Madrid este horizonte sólo existe en prácticamente los parques y jardines y en algunos alcorques lo encontramos, pero muy delgado.  

En el caso de los alcorques os invitamos a observar cuales se llenan de agua cuando llueve y cuáles no. Cuáles filtran y cuáles no. Cuales tiñen el agua de color rojo y cuáles no. En este caso el color rojo se lo dan las colillas. Los filtros tardan años en descomponerse y mientras, liberan contaminantes que han absorbido del humo: nicotina, arsénico o plomo, que la lluvia ayuda a liberar al agua contaminándola. 

 

[Imagen 1: Hojarasca en un alcorque. Fuente: Madrid Ambiental] 

 

El siguiente horizonte es el horizonte A: la capa superior del suelo. Aquí deberíamos encontrar vida y es donde las raíces penetran primero, especialmente las de los cultivos herbáceos. Un horizonte de suma importancia para la agricultura. Tiene un tono oscuro dado por los ácidos húmicos principalmente de la materia orgánica en descomposición, un detalle que nos indica la vida descomponedora de este horizonte.   

En Madrid este horizonte no es tan oscuro como debiera y es más delgado. 

El horizonte B es un horizonte de acumulación o depósito de sedimentos y materiales del horizonte A. Este es más claro que el A ya que, debido a la lixiviación o lavado vertical. Aquí se pueden depositar carbonatos y óxidos de hierro entre otros elementos. 

En Madrid es el horizonte donde van a parar muchos contaminantes. 

 

[Imagen 2: Corte del suelo de una zona ajardinada donde se aprecian el horizonte O, A y B. Fuente: Madrid Ambiental] 

 

Ya nos queda un solo horizonte antes de topar con la roca madre, nos queda el horizonte C. Este está poco alterado. Está formado por el disgregado de la propia roca madre. Cantos, guijarros, arenas y arcillas marcan la divisoria con el lecho rocoso u horizonte R que está por debajo. 

En Madrid son arenas principalmente las que encontramos aquí. Arenas mezcladas con numerosas construcciones modernas o tan antiguas como los Viajes de Agua del Siglo XVI que surcan la ciudad, o tan nuevas como los cableados de la fibra óptica. Todos estos elementos e instalaciones se encuentran “ocultos” bajo el suelo. Alcantarillado, alumbrado, o suministro de agua viajan por el suelo de Madrid sujetos a una matriz de arenas. Las raíces buscan su lugar con dificultad, han llegado incluso a ser una molestia, un elemento secundario.  

La ciudad va cambiando su punto de vista respecto al ordenamiento territorial, y hemos de recordar que todo desarrollo urbano ha de construirse desde el mismo suelo. Hasta hace unos años se pensaba en la ciudad que se quería sobre el plano y sobre el terreno, sin pensar en echar la vista bajo el terreno. De ahí que actualmente se haya urbanizado sobre suelos fértiles o se hayan construido autopistas en zonas inundables. De estos mismos fallos de estudio del ordenamiento territorial y falta de vista hacia el suelo y la edafología que tengamos una ciudad tan impermeable y desordenada en sus horizontes subterráneos. 

La complejidad de los suelos es grande, así como de su estudio. En el planeta tenemos una diversidad enorme de suelos, que se han tratado de clasificar por su textura, estructura o composición; suelos negros como los podzoles típicos de los bosques de coníferas boreales, suelos blancos como los gypsisoles con gran acumulación de yeso, e incluso los tecnosoles que tenemos en la ciudad de Madrid, hechos por actividad humana, que de otro modo no aparecerían sobre la superficie de la tierra. De cada horizonte visto se pueden hacer divisiones más precisas (A00, A1, B1, B2, Bc, Bw…etc.) lo cual crea una complejidad increíble. ¡A que la edafología es bonita! 

 

[Imagen 3: Obras bajo el pavimento mostrando cómo es el suelo bajo la acera y los múltiples elementos que se encuentran bajo la misma. Fuente: Madrid Ambiental] 

 

Los suelos de Madrid los podríamos clasificar por su cobertura en tres sencillas clases. Sin cobertura alguna, siendo esta de asfalto o pavimento, sin cobertura, pero de arena, grava o mulch, y con cobertura vegetal. 

El que un suelo no tenga cobertura, quiere decir que está expuesto a la erosión, tanto hídrica como eólica. Este proceso de degradación va retirando la capa superficial del suelo, eliminando su fertilidad. Sin cobertura, la lluvia impacta compactando el suelo sin posibilidad de filtrarse. Esta agua resbalará y por escorrentía se alejará a zonas más bajas. Por tanto, la capacidad de filtración de un suelo sin cobertura es mínima. Podéis observar cuando llueve, cómo de diferente es la filtración del asfalto, el pavimento de las aceras, la arena de un camino en el parque o de la hierba de un jardín. 

Un suelo con cobertura vegetal ya sea de plantas o restos de materia vegetal mejora la filtración, aumenta la materia orgánica presente en el suelo y permite la vida, aumentando la biodiversidad edáfica y los ciclos que allí tienen lugar. Es refugio, parapeto, hogar y alimento. 

 

[Imagen 4: Pavimento mojado de una acera. Fuente: Madrid Ambiental] 

 

Una circunstancia que afrontamos en la ciudad de Madrid es la compactación del suelo. Esto va a condicionar la composición y estructura de los horizontes del suelo.  

Un gran porcentaje del suelo de Madrid está sumamente compactado. Asfalto, pavimento o alcorques, todos compactados. Incluso si nos acercamos a un parque veremos suelos transitados o no, con un alto nivel de compactación. Podemos hacer la prueba y agacharnos para intentar penetrar con algún elemento punzante el suelo. Veremos que en muchos casos no podemos llegar a profundizar más allá de 2 o 4 centímetros incluso en zonas verdes.  

La compactación es un índice a tener muy en cuenta, ya que el desarrollo de las raíces y la aparición de enfermedades radiculares están directamente relacionados con este factor. Un suelo compactado no respira, no es permeable. El suelo necesita de un 25% de aire y un 25% de agua para mantenerse como estructura viva. Al compactarlo, se eliminan esas “burbujas” de aire y de agua, pasando de algo esponjoso a un bloque. En esos bloques de suelo no hay lugar para la vida, la macro o microfauna, para aquellos que se encargan de descomponer el suelo. Por ello el suelo pierde vida y se detiene su ciclo de fertilidad, llevando a que aquellas plantas que vivan ahí dejen de alcanzar el agua, el aire y los nutrientes que la fauna y funga les proporcionan. 

Este factor de la compactación se une al de la cobertura, para ser dos indicadores buenos de la calidad de un suelo 

En Madrid, la calidad del suelo es en una gran parte del municipio pobre y muy mejorable. 

 

[Imagen 5: Corte del suelo en una carretera urbana de Madrid. Fuente: Madrid Ambiental] 

 

“Sabemos más sobre el movimiento de los cuerpos celestes que sobre el suelo que pisamos”

Leonardo Da Vinci