En esta primera entrada que presentamos hoy, iniciamos una serie de entradas bajo el título de El paisaje del suelo, donde conoceremos mejor el suelo en todas sus facetas. Qué es el suelo, de qué se compone, qué dinámicas tiene, quién vive allí, cuántos suelos diferentes existen, cómo es su distribución vertical o para qué se usa.  Y es que hay una razón para subir una entrada por día con esta temática : hoy, 5 de diciembre ¡es el Día Mundial del Suelo! 

 


[Imagen 1: Vista del la hojarasca del suelo de un bosque. Fuente: Pixabay] 

 

El suelo es un paisaje, un lugar oculto tras la mirada cenital del ser humano. Nuestra especie se ha alejado culturalmente de su conocimiento en nuestras latitudes. Creemos no necesitar saber de ello más que por donde se marcan las suelas de nuestras zapatillas. En Madrid vivimos la relación con el suelo desde una posición alejada de su perfección y necesidad. Lo vemos en los parques, lo vemos en los alcorques, lo vemos en el jardín y en el huerto urbano. Tenemos casi que salir a buscar el suelo, y cuando lo encontramos no tenemos idea de que allí está nuestro territorio gritando ser suelo vivo. 

Pensamos en los árboles, en las zonas verdes. Miramos hacia delante y hacia arriba. Conocemos especies botánicas de nuestro entorno y sus habitantes alados, pero desconocemos qué es lo que determina que estén allí en última instancia. Es el suelo, su composición y estructura lo que determinará la vida que encontremos en nuestros paseos por la superficie. Por ello es muy interesante conocer algo más de este sistema vivo.  

[Imagen 2: Vista de un suelo con alto contenido en materia orgánica. Fuente: Pixabay] 

 

Al suelo cae la vida y en el suelo se desarrolla. El suelo recicla, el suelo descompone y crea. La fertilidad de un suelo y su fauna se basan en aquellos que pasaron por allí y los que por allí transitan. Hongos, colémbolos, moluscos, ácaros y nemátodos viven en ese paisaje y lo mantienen. Nitrógeno, fósforo, potasio, cobre y hierro se encuentran en la matriz. Aire y agua buscan hacerse hueco. Robles, ailantos, hiedras, senecios y esparragueras los transitan con sus raíces agarrándose a él y hurgando con sus pelos absorbentes. Mirlos, urracas, jabalíes, abejorros y lagartijas penetran en busca de alimento o refugio. 

Un suelo no es la litosfera, no es el pavimento, no es lo que pisamos a cada momento. El suelo está vivo y si no vive, no es suelo, es la estéril capa que lo condena al encierro. 

 

[Imagen 3: Setas del género Coprinus emergiendo del suelo. Fuente: Pixabay] 

 

La ciencia que estudia los suelos es la edafología. Es transversal a carreras como biología, química, ciencias ambientales o ingeniería agrónoma entre otras. Las ciencias del suelo son importantes para un ecólogo que busca clasificar un ecosistema en base a la vegetación o funga (flora micológica) que en él crece. Son importantes para un ingeniero agrónomo para clasificar el suelo por su fertilidad o adaptabilidad de uno u otro cultivo. 

Y la realidad es que los vecinos de Madrid conocemos más nuestras baldosas y adoquines que que el propio suelo de la ciudad, que aunque parece mentira está debajo. 

 

[Imagen 4: Fotografía de un campo roturado junto a un bosque. Fuente: Pixabay] 

 

Os invitamos a que observéis las capas de suelo cuando se esté llevando a cabo una obra en la calle. En muchos casos podemos ver cuántos centímetros de asfalto y pavimento tenemos en ese lugar sobre la capa ocre de suelo.  

El suelo no es uniforme. Se distribuye en capas a medida que se profundiza. A estas capas se les da nombre.  

Por ejemplo la capa u horizonte más superficial es la O, formada por restos de materia orgánica, donde está la hojarasca, los musgos, las ramas caídas. Un suelo sin transformar, aún. La parte más dinámica. 

Hacia abajo, la siguiente sería el horizonte A con mayor contenido orgánico que las capas por debajo. Esta se muestra de color más oscuro que las demás, si no ha sido explotada o cultivada en exceso. Por esta circula la red de hifas que forman los hongos, o las lombrices y colémbolos que van y vienen de O al A. Bajo el pavimento de Madrid esta no existe, debido a la impermeabilización al aire y agua del mismo.  

Así nos quedarían varios horizontes hasta llegar a la roca madre. En las próximas entradas ampliaremos esta información y nos centraremos también en la ciudad de Madrid.  

 

[Imagen 5: Vista del pavimento empedrado de la ciudad con huecos donde se acumula la hojarasca y musgo entre las grietas de la piedra. Fuente: Pixabay] 

 

Si fuéramos capaces de entrar en el suelo, descubriríamos un mundo insospechado. Si imaginamos el suelo como una esponja y nosotros tan pequeños como un ácaro, circulando por ese entramado gigante llegaríamos a ver el verdadero paisaje del suelo. 

 

“Los suelos se desarrollan; no son una mera acumulación de restos resultantes de la descomposición de rocas y materiales orgánicos…”

 (C. E.) Millar, (L. M.) Turk, y (H. D.) Foth.