Despejada y soleada mañana primaveral, un día perfecto para avistar aves. Hoy pasearemos por dos parques urbanos y, a la vez, ribereños puesto que ambos están dispuestos y organizados longitudinalmente conforme al río Manzanares. Como era de esperar, sus nombres hacen referencia al curso fluvial de la capital. Hablamos de Madrid Río y del Parque Lineal del Manzanares.

Numerosos vencejos comunes (Apus apus) surcan los cielos madrileños recién llegados de tierras africanas. Abundantes también son las palomas torcaces (Columba palumbus) y las palomas bravías (Columba livia) que veremos a lo largo de todo el recorrido. Distinguimos otro tipo de paloma en unas praderas cerca de nuestro punto de encuentro, el metro Doce de Octubre, se trata de palomas zuritas (Columba oenas). No presentan el cuello de camisa blanco de las torcaces, ni el iris de color rojo de las bravías.

 

[Imagen 1: Paloma zurita (Columba oenas). Fuente: CENEAM]

 

Los cantos de los mirlos comunes (Turdus merula), los serines verdecillos (Serinus serinus) y los gorriones comunes (Passer domesticus) conforman una alegre banda sonora que nos acompañará durante toda la mañana aunque, de vez en cuando, los ásperos reclamos de las cotorras argentinas (Myiopsitta monachus) marcarán el contrapunto de tal melodiosa polifonía.

Nada más entrar al Parque Lineal del Manzanares, un carbonero garrapinos (Periparus ater) se posa junto a nosotros sobre la rama de un plátano de sombra. Escuchamos también a un verderón (Chloris chloris) que no llegaremos a ver, ya que los árboles comienzan a estar bastante frondosos y saben esconderse muy bien entre las hojas de las mismas tonalidades que su plumaje.

Al llegar a la zona del olivar, un herrerillo común (Cyanistes caeruleus) pasa muy cerca de nosotros y se posa en la rama de un olivo. Alzamos la vista al cielo y una pareja de milanos reales (Milvus milvus) vuela sincrónica y elegantemente en un baile circular como si hubiesen avistado alguna presa. Se alejan y escapan de nuestro campo visual, apareciendo en lo alto de un enorme ciprés una urraca (Pica pica) tan hierática como oscura. La impertérrita córvida contrasta con sus inquietas congéneres que no paran de moverse por las praderas bajo los olivos increpando a otras aves mientras emiten una gran variedad de vocalizaciones para comunicarse entre ellas.

Nos acercamos al río y aparecen tres machos de ánade azulón (Anas platyrhynchos) llevados por la corriente. Apenas se dejan ver ahora las hembras de esta especie ya que es época de puesta y cría; sin embargo, varios metros debajo de nuestros pies, entre los matorrales ribereños, algo se mueve y emite fuertes graznidos. Se trata de una pareja de esta especie en pleno apareamiento. Dura un par de minutos y, posteriormente, cada uno por su camino.

Avanzamos por la pasarela de madera que une ambos parques y observamos, por primera vez,  unos dibujos en las planchas metálicas que separan el parque de la carretera. Nos sorprende muy gratamente ya que se trata de unas graciosas viñetas, a modo de comic, cuyos protagonistas son aves típicas de la zona.

 

[Imagen 2: Grafitis. Fuente: Madrid Ambiental]

 

Varias son las gallinetas (Gallinula chloropus) que hemos visto entre la vegetación de las isletas, al igual que las diversas lavanderas blancas (Motacilla alba) y cascadeñas (Motacilla cinerea) que correteaban por sus orillas.

El que no se ha dejado ver esta vez ha sido el pito ibérico (Picus sharpei). Lo hemos escuchado en varias ocasiones, pero ha sabido camuflarse tan hábilmente como el petirrojo europeo (Erithacus rubecula), cuyos reclamos metálicos han llegado a nuestros oídos mientras se ocultaba entre la maleza.

Hemos escuchado también los cantos de los jilgueros (Carduelis carduelis) y a éstos sí que los hemos podido observar al igual que, sorprendentemente, al escurridizo cetia ruiseñor (Cettia cetti). Ha estado durante varios minutos saltando entre las ramas caídas de las orillas justo enfrente de nosotros, lo que nos ha permitido contemplarle y escudriñarle con detalle para nuestro asombro.

 

[Imagen 3: Cetia ruiseñor (Cettia cetti). Fuente: CENEAM]

 

Una pareja de gansos del Nilo (Alopochen aegyptiaca) descansa en una isleta cuando algo, cerca de ellos, capta nuestra atención. Es un andarríos chico (Actitis hypoleucos) buscando alimento con su largo pico entre los limos ribereños. Desaparece en el agua cuando una bandada de aviones comunes (Delinchon urbicum) invade la escena con acrobáticos vuelos cruzándose con varios estorninos negros (Sturnus vulgaris), que esquivan ágilmente. De repente, alzamos la vista y divisamos una rapaz de gran porte en el cielo:  un águila calzada (Hyeraaetus pennatus) de morfo oscuro.

Para finalizar la jornada un papamoscas cerrojillo (Ficedula hypoleuca), de los primeros que hemos visto este año, vuela entre la vegetación isleña a la caza de invertebrados.

 

[Imagen 4: Papamoscas cerrojillo (Ficedula hypoleuca). Fuente: CENEAM]

 

“Cada planta, cada animal, incluso cada complejo minero, cada paisaje, tiene su razón de ser. No están a nuestro alcance por puro azar o capricho, sino que forma parte de nosotros mismos. El ser humano no es un ovni venido de una lejana galaxia; una persona es un poema tejido con la niebla del amanecer, con el color de las flores, con el canto de los pájaros, con el aullido del lobo o el rugido del león” 

 Félix Rodríguez de la Fuente