Bajo los pies, en el suelo, sin darnos cuenta se encuentra la mayor concentración de biomasa del planeta. De la biota, o la vida que allí se encuentra, tan solo conocemos poco más de un 1%. Esta se encuentra formada por mega, macro, meso y microorganismos, claves para el equilibrio de los ecosistemas tanto naturales como agrícolas. La interrupción de estas funciones o la desaparición de algunos de estos organismos da lugar a cambios en muchos casos irreversibles, condicionando la vida en el planeta, especialmente la de las sociedades humanas. 

En la ciudad de Madrid la biota es limitada y es bien diferente según el suelo que estudiemos: diferente el que hay bajo una encina en la Casa de Campo al que hay bajo la Castellana. Pero es cierto que con alguna excepción, la contaminación y la pobreza de los suelos en la mayoría del municipio hacen de los mismos lugares pobres en biodiversidad edáfica. 

Según la FAO se pueden encontrar más de 1000 especies de invertebrados en 1m² de suelo forestal. Citan a su vez como un suelo sano típico  aquel que contenga lo siguiente: animales vertebrados, lombrices de tierra, nemátodos, 20 a 30 especies de ácaros, 50 a 100 especies de insectos, cientos de especies de hongos y miles de especies de bacterias y actinomicetos.  

 

[Imagen 1: Hormiguero. Fuente: Pixabay

 

Cuando pensamos en un ecosistema nos llega a la mente un paisaje y cuando queremos desgranar la vida del mismo, pensamos en plantas y en animales. Pero la complejidad es mayor y hay muchas especies entre estos dos niveles tróficos.  

Por ejemplo, un suelo forestal que podríamos encontrar perfectamente cerca de Madrid sería el de un robledal. Pensemos en esos robles y todo su cortejo florístico asociado, junto a la materia orgánica del suelo (desechos, residuos y metabolitos de las plantas, animales y microorganismos) este sería el primer nivel trófico. 

El segundo nivel trófico lo formarían los nemátodos (comedores de raíces), hongos (micorrícicos y saprófitos) y bacterias. Lo que son los descomponedores, mutualistas, patógenos, parásitos y comedores de raíces. 

Artrópodos (desmenuzadores), protozoos (amebas, flagelados y ciliados), nemátodos (comedores de hongos y bacterias) forman parte del tercer nivel trófico. Los desmenuzadores, depredadores y herbívoros. 

En el cuarto nivel trófico están los predadores: tanto artrópodos como nemátodos.  

Y ya encontraríamos animales como los jabalíes, azores, mirlos o sapos; animales de mayor tamaño en el quinto nivel trófico, los depredadores de alto nivel. 

 

[Imagen 2: El suelo de un robledal. Fuente: Pixabay

 

Una buena parte de la fauna se encarga de los ciclos de los nutrientes. Esos eslabones olvidados de la cadena trófica no se pueden sustituir. Desde hace siglos hemos despreciado a estos animales que hemos catalogado de rastreros, sucios o peligrosos. Nos hemos querido alejar de ellos hasta el punto de desear su desaparición. Pero está claro que aunque no los conozcamos bien son piezas indispensables de cualquier ecosistema 

Darwin es conocido por su obra El origen de las especies, pero pocos saben que durante su vida, el libro que más ventas produjo fue el de La formación del mantillo y las lombrices de tierra. Desde la publicación de este exhaustivo estudio de este animal, el ser humano dejó de ver a las lombrices como un ser inferior para admirar sus capacidades y beneficios para la jardinería y horticultura. Algún siglo después hemos entendido la importancia de este animal y otros tantos para el suelo, no solo productivos, sino de cualquier ecosistema. 

Las lombrices, como parte de la macrofauna del suelo, son anélidos, gusanos segmentados que ingieren nutrientes que provienen de la descomposición de materia orgánica, como hojas, raíces o restos de frutos. Sus excrementos son una amalgama de tierra, restos descompuestos de ese alimento y elementos orgánicos muy estables, es decir que difícilmente se pueden descomponer más. 

 

[Imagen 3: Una lombriz de tierra en la superficie. Fuente: Pixabay

 

El llamado humus, no son más que restos descompuestos de materia orgánica procesados por bacterias, hongos y otros organismos como las lombrices, los ácaros, los colémbolos y un largo etcétera. 

Un suelo que contenga humus es signo de un suelo vivo y fértil. Significa que allí hay una reserva de materia orgánica. El humus afecta da consistencia del suelo, evitando que se cuartee, reteniendo agua y drenándola. Regula la nutrición de las plantas mejorando el intercambio de iones y la absorción de los elementos minerales. Por supuesto este humus es también un soporte de vida para la misma fauna y su alimento para muchos. 

Entre la macrofauna edáfica se encuentran los diplópodos, más conocidos como milpiés. Reconocidos por su gran número de patas, estos animales son habitantes de los suelos forestales. Hasta una profundidad de un metro, también dentro y debajo de troncos podridos,  entre la hojarasca, en las cortezas de árboles o bajo piedras. En zonas templadas, como en gran parte de Europa, son más abundantes en los bosques de hoja caduca húmedos donde pueden alcanzar densidades de más de 1000 individuos por metro cuadrado. 

Estos animales, siendo abundantes, son responsables del consumo del 31% de la biomasa que forma la hojarasca caída en un bosque en un año. Menos conocidas que las lombrices, poseen un nicho de vida parecido, pero al ser menos visibles y tener en su mayoría hábitos nocturnos, son menos reconocidas que estas. 

La mayoría son detritívoros y se alimentan de restos vegetales en descomposición, heces o materia orgánica mezclada con el suelo. Fragmentan y descomponen la hojarasca y ayudan por tanto a formar el suelo. Los más grandes, al igual que las lombrices realizan galerías, mejorando la porosidad y capacidad de retención de agua. 

A menudo desempeñan un papel importante en la fragmentación y descomposición de la hojarasca y en la formación de suelo, ya que la mayoría de especies de diplópodos viven en el suelo y son excavadores, por lo que su influencia en este es de tipo físico y químico, al alterar sus naturaleza incrementando su porosidad, la capacidad de retención de agua. 

Algunos son herbívoros y se alimentan de plantas vivas, otros comen algas de las cortezas y otros se alimentan de hongos.​ Algunas especies son excepcionalmente carnívoras, alimentándose de insectos, lombrices o caracoles. 

 

[Imagen 4: Milpiés recorriendo la superficie del suelo. Fuente: Pixabay

 

Cuando se menciona a los ácaros, directamente tenemos un pensamiento de rechazo y ganas de limpiar. Pero ácaros hay muchos, no solo aquellos que viven con nosotros en la alfombra y el sofá (en su mayoría Dermatophagoides), o como las hematófagas garrapatas (Ixodoidea) parasitando animales. Hay ácaros cuyo nicho es el mismo suelo. No son parásitos, sino de “vida libre”.

Los ácaros son de la clase Arachnida, más conocida como la de los arácnidos. Son muy pequeños, desde 0,1 mm hasta 10 mm en el caso del ácaro de terciopelo. Forman parte de la mesofauna del suelo y su densidad puede alcanzar miles de individuos por metro cuadrado y de 50 a 100 especies. 

Los ácaros de vida libre del suelo son en su mayoría descomponedores; se alimentan de materia orgánica en descomposición. Curiosamente es la misma función que los de la alfombra, que se alimentan de escamas caídas de nuestra piel, descomponiendo esta materia orgánica. Realmente les tenemos mal vistos porque los diminutos excrementos que dejan nos induce sensibilización alérgica. Pensemos con este ejemplo de la alfombra en el suelo y el trabajo tan grande que llevan a cabo. 

 

[Imagen 4: Ácaro de terciopelo (Trombidium holosericeum) entre el suelo. Fuente: Pixabay

 

Otro ejemplo mesofauna edáfica que traemos es el de los colémbolos. Si no conocéis a este animal ya es hora de saber de ellos, ya que según algunos estudios los clasifican como los más abundantes de la Tierra. Para hacernos una idea de las densidades que alcanzan, se pueden registrar más de 100.000 individuos por metro cuadrado de suelo. Eso, si, estos artrópodos hexápodos (no insectos), son de muy pequeño tamaño; la mayoría oscila entre 1 mm y 3mm de largo. Es más fácil verlos saltar al remover la tierra, al poseer un órgano saltador (fúrcula) que les permite catapultarse en cualquier dirección si se sienten amenazados.  

Viven desde la superficie del suelo hasta el metro y medio de profundidad. En la hojarasca de los bosques, en los musgos, en los hongos, en la corteza de los árboles, en maderas muertas, en las charcas, ríos, lagos o litoral marino.  

Son alimento para muchos animales como hormigas, escarabajos, ácaros depredadores, arañas y algunos vertebrados como aves, ranas y peces. 

En la mayoría de las especies su dieta se basa en materia orgánica vegetal en descomposición, hongos, algas, polen y esporas. Lo que se conoce como animales detritívoros. Aunque unas pocas especies también depredan nemátodos (gusanos redondos muy pequeños), rotíferos, tardígrados o ácaros. Ayudan en la formación del suelo. Sus excrementos influyen en la formación del humus. Y también dispersan esporas de hongos y bacterias. 

Entre los organismos que habitan el suelo, los ácaros y los colémbolos llegan a representar hasta el 95 % de los microartrópodos.  

 

[Imagen 4: Colémbolo. Fuente: Pixabay

 

Varios de los animales vistos son importantes ecológicamente y se consideran indicadores del suelo, debido a que sus excrementos ayudan a la descomposición primaria y proporcionan una parte importante de nitrógeno. Otros los son también por ser depredadores de artrópodos pequeños, jugando un papel relevante en el mantenimiento del equilibrio del ecosistema del suelo. Claramente influyen en los procesos de transporte de nutrientes, además de modificar la materia vegetal mediante la digestión. También estimulan la acción de las bacterias responsables de la descomposición de la materia vegetal (que veremos en otra entrada próxima). 

Respecto a esta fauna, la conservación de la riqueza de especies y la preservación de las importantes funciones que desarrollan para el ecosistema exige de un manejo respetuoso del suelo. Evitar la contaminación, la erosión y la eliminación de la cubierta vegetal son esenciales. En la ciudad podemos también cuidar los suelos, al menos aquellos que no estén pavimentados o asfaltados. Aquellos suelos de alcorques, jardines y parques. Mantener allí las interacciones de la macro, micro y mesofauna supondrá cuidar el recurso suelo que es el más importante que sustenta la vida en el planeta. 

Te animamos a rebuscar delicadamente entre la tierra de alguna de las macetas de casa alguno de los animales sobre los que hemos hablado. ¿Encontrarás colémbolos alimentándose de hongos de la tierra de tus plantas? 

 

“Considero a la Naturaleza como un amplio laboratorio químico en el que tienen lugar toda clase de síntesis y descomposiciones.” 

Antoine-Laurent de Lavoisier