Febrero despierta las luces frías que germinan la primavera. El letargo ya no se alarga más. Vendrán las charcas y desaparecerá la escarcha de las mañanas. Vendrán migrantes y buscarán cobijo. Todo poco a poco. Y el agua tomará un fluir más constante. El comienzo de febrero nos recuerda como el sistema acuático rebosante de vida, por un lado, está en constante amenaza por otro. Son los denominados humedales.

Los humedales son ecosistemas permanentes, o así es como deberíamos encontrarlos. Desde hace ya décadas la percepción es encontrarlos desprovistos de vida por temporadas. Ecosistemas delicados, débiles y con un futuro condenado a los usos de la tierra que lo circundan. Pero un humedal es un ecosistema resiliente, cargado de vida. Es un rebosar de biodiversidad. De los que allí permanecen y de los muchos más que hacen parada estacional. Un humedal no es una foto fija, pero a la vez ha de ser estable para conservar la vida que lo construye.

Actualmente la mitad de los humedales del planeta han sido destruidos, muy a pesar de los beneficios o servicios ecosistémicos que aportan como alimento y agua para beber entre otros.

Las causas de su destrucción son un conglomerado de factores como la contaminación de sus aguas, el cambio climático, las sequías, inundaciones, la perdida de especies imprescindibles para su mantenimiento, los cambios del uso del suelo, la agricultura y ganadería intensiva o los cambios en las dinámicas fluviales.

Para protegerlos justamente el 2 de febrero de 1971 se firmó el Convenio Ramsar sobre los Humedales. El primero que hacía referencia a la conservación de estos sistemas acuáticos y el uso racional de sus recursos. Hoy hay más de 2.400 Sitios Ramsar incluidos en el listado de Humedales de Importancia Internacional. Entre ellos se encuentran los humedales del macizo de Peñalara en Madrid, donde se localizan 242 charcas y lagunas naturales de alta montaña de origen glaciar. Estas desempeñan unas funciones hidrológicas fundamentales en el funcionamiento de la cabecera de cuenca del Río Lozoya, de importancia estratégica para el abastecimiento a la ciudad de Madrid. Sin esta protección, no solo los vecinos de Madrid nos veríamos desprovistos de los servicios ecosistémicos que nos ofrece el macizo y sus aguas, sino que la fauna que las habita estaría en aún más grave amenaza.

Como vecinos de Madrid podemos hacer mucho por la conservación de los humedales, tanto próximos como lejanos. Reducir a lo esencial nuestro consumo de agua, cuidar los ecosistemas acuáticos, como nuestro río Manzanares o las charcas estacionales que se forman. Especialmente importante es la contaminación que se genera en la ciudad, que lejos de estar localizada en el territorio, viaja hacia otros ecosistemas. Una acción tan pequeña como separar los residuos o viajar en transporte público puede ayudar a la conservación. Madrid no es una isla aislada alejada de la naturaleza. Al fin y al cabo, vivimos todos en un mismo planeta, el llamado planeta azul en el que el agua genera vida y su ciclo nos hace iguales y conecta todo. Por desgracia no toda la fauna ni los pueblos tenemos el mismo acceso al agua ni esta se encuentra en las mismas condiciones. Por ello hoy merece la pena mirar a estos humedales, ecosistemas vivos que reflejan la vida.

 

«Olvidamos que el ciclo del agua y el ciclo de la vida son uno mismo»

Jacques Y. Cousteau.

 

 

Recuerda ponerte la #mascarillahomologada y mantener la distancia entre personas como medidas para minimizar los contagios por COVID-19