Amanece nublado con alta probabilidad de lluvia, pero nuestras ganas de pajarear pueden con los grises nubarrones que nos amenazan desde el cielo. Tras una breve llovizna, el día se abre para disfrutar, una vez más, de nuestras compañeras aladas del Monte del Pardo.
Realizaremos un recorrido circular a lo largo de la senda fluvial con inicio y final en el Puente de los Capuchinos. Acuáticas y paseriformes nos esperan en la ribera del Manzanares, donde los humedales y el monte mediterráneo de los alrededores les sirven de sustento y cobijo. Tal vez, alguna rapaz diurna se deje avistar antes del mediodía para enriquecer nuestro paseo matutino.
Lo que parecía un impedimento para poder ver aves, pronto se torna en un regalo. Tras las débiles gotas caídas, la vida comienza a despertar y a revolotear ante nuestros ojos. Varios mitos comunes (Aegithalos caudatus) se posan sobre la copa de una acacia en el punto de encuentro. No paran de moverse de una rama a otra. A pesar de estar a contraluz, su pequeña silueta terminada en una alargada cola, demasiado larga en comparación con el cuerpecito, no da lugar a dudas. Les acompaña un reyezuelo listado (Regulus ignicapilla) mucho más pequeño aún que los mitos. Se trata del ave de menor tamaño de la Península Ibérica.
[Imagen 1: reyezuelo listado (Regulus ignicapilla). Fuente: CENEAM.]
También se dejan ver algunos carboneros comunes (Parus major) y carboneros garrapinos (Periparus ater) volando entre las acacias del paseo, saludándonos con sus alegres cantos.
Sobre la rama de una zarza, avistamos una curruca capirotada (Sylvia atricapilla). En cuestión de segundos desaparece de nuestra vista. El inconfundible y potente canto de un cetia ruiseñor (Cettia cetti) nos acompañará hasta el final de la ruta. Son habituales en esta zona; sin embargo, no se dejan ver tan fácilmente. No será hasta pasada la mitad de nuestro recorrido cuando consigamos verlo entre unos matorrales a pie de río. Tras percatarse de nuestra presencia se esconde y únicamente podemos escucharle.
Comienzan a aparecer las primeras acuáticas sobre el Manzanares. Una pareja de ánades azulones (Anas plathyrinchos) buscan alimento cerca de la orilla. Más adelante veremos varios ejemplares en grupo. Nos quedamos observándoles un rato mientras suben por las empinadas laderas del cauce buscando alimento o un dormidero donde sestear.
Alzamos la vista al cielo y la silueta de un pico picapinos (Dendrocopos major) capta nuestra atención. Permanece un rato encaramado al tronco de un chopo y, posteriormente, remonta el vuelo alejándose de nosotros. Al volver la vista hacia el cauce del río, contemplamos un trepador azul (Sitta europea) moviéndose hacia arriba y hacia abajo sobre el tronco de un chopo viejo. Parece que hay bastante vida entre las acacias que lo rodean. Distinguimos un mosquitero común (Phylloscopus collybita) y un herrerillo común (Cyanistes caeruleus).
Al igual que el cetia ruiseñor (Cettia cetti), otro habitual por estos lares que no para de reclamar y de cantar es el petirrojo europeo (Erithacus rubecula). Esta mañana se ha dejado ver en numerosas ocasiones, y sus sonidos también nos han acompañado durante todo el camino.
Dejando atrás el mirador del azud, una lavandera cascadeña (Motacilla cinérea) pasa rauda ante nuestros ojos dejando un rastro de tonalidades amarillentas. Otro que nos ha sorprendido en un par de ocasiones es el Martín pescador (Alcedo atthis). En una de ellas, ha sido una fugaz estela azul brillante. Más adelante lo hemos podido observar, durante unos pocos segundos, posado sobre la rama de un arbusto a la orilla del río.
[Imagen 2: lavandera cascadeña (Motacilla cinérea). Fuente: CENEAM.]
Continuamos nuestro camino, hay algo moviéndose inquietamente alrededor del tronco de un álamo. Se trata de un agateador común (Certhia brachydactyla). Tras una breve aparición, se marcha volando. Mientras tratamos de seguirle con la vista, una pareja de cormoranes grandes (Phalacrocorax carbo) cruzan el cielo sobre nuestras cabezas. A lo lejos escuchamos a las cotorras de Kramer (Psittacula krameri). Se encuentran posadas sobre las ramas de un enorme chopo en la otra orilla del río. Bajamos la vista nuevamente al cauce, y una galiineta común (Gallinula chloropus), acompañada por su cría, se encuentra entre las isletas de vegetación buscando alimento. Aparece también una pareja de ánades frisos (Mareca strepera) nadando cerca de estas isletas. Mientras contemplamos la escena de las acuáticas, tres garcetas comunes (Egretta garzetta) y una garza real (Ardea cinérea) pasan sobrevolándonos hasta posarse en la cima de dos gigantes chopos. La elegante silueta de la real junto a la de las garcetas a tan elevada distancia del suelo, nos regala una majestuosa estampa de la que nos cuesta despegarnos. Sin embargo, el tiempo apremia y es hora de retomar la marcha.
[Imagen 3: garza real (Ardea cinérea). Fuente: CENEAM.]
Nos encontramos con una lavandera blanca (Motacilla alba) en la orilla del río. Sus gráciles andares y el continuo movimiento de la cola despierta unas cuantas sonrisas. Llegando a la Pasarela de Mingorrubio, escuchamos los diversos cantos de varios estorninos negros (Sturnus unicolor) que se esconden entre los pinos de la explanada. Entre los distintos gorgoritos, hay uno que se diferencia del resto. Efectivamente, se trata de un pinzón vulgar (Fringilla coelebs) macho que, por unos breves instantes, se posa sobre un fresno muy cerca de nosotros.
Mientras cruzamos por la pasarela a la otra orilla, una bandada de buitres leonados (Gyps fulvus) aparecen planeando a lo lejos formando una enorme espiral de baile alrededor de la térmica. Al llegar a la otra margen del río, los mirlos comunes (Turdus merula) van y vienen de árbol en árbol cuando, de repente, llaman nuestra atención unas aves que se mantienen estáticas en el aire durante unos breves milisegundos, como si estuvieran cazando insectos. Tras inspeccionarlas con los prismáticos, consensuamos que se trata de varios papamoscas cerrojillos (Ficedula hypoleuca) con su plumaje otoñal, similar al de las hembras. Les acompaña un amplio grupo de gorriones comunes (Passer domesticus) y gorriones molineros (Passer montanus) que parecen estar buscando también comida, pero éstos van de los árboles al suelo y viceversa.
Al llegar al final de la ruta, las cotorras argentinas (Myiopsitta monachus) hacen acto de presencia en las proximidades del centro urbano. Otras habituales, tanto en el Pardo como en la mayoría de los parques que frecuentamos en nuestros itinerarios ornitológicos, son las palomas torcaces (Columba palumbus) y las urracas comunes (Pica pica). Éstas últimas muestran unas deslumbrantes irisaciones otoñales ya que acaban de mudar el plumaje y están en su estación más lustrosa.
Para observar aves solo necesitas unos prismáticos. Sin embargo, lo más importante no es la herramienta material, es la actitud. Paciencia, silencio, escuchar, prestar atención a los diferentes sonidos que nos envuelven y, sobre todo, calma.
Las aves, por lo general, son muy esquivas. Debemos mantener la calma y movernos sigilosamente cuando estemos cerca de ellas para no asustarlas. Primero, escuchar para detectar la dirección del sonido y, posteriormente, estar atentos a cualquier movimiento que tenga lugar en dicha dirección. Finalmente, una vez detectada su presencia, enfocaremos con nuestros prismáticos. Si las condiciones son favorables, podremos alegrarnos la vista e identificarlas.
“Los pájaros aprenden a volar sin saber nunca a dónde los llevará el vuelo”
Mark Nepo