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Durante los próximos meses el Ayuntamiento de Madrid va a proponerte que seas tú el que decidas cómo debe ser la ciudad en la que vives. Y un grupo de gente se va a empeñar en que no puedas decidir nada. No te enfades con ellos, viene ocurriendo así en cada país cada vez que se introducen mecanismos de democracia directa.

Los  primeros en oponerse probablemente sean los políticos tradicionales. En 1993 una encuesta holandesa mostraba que menos de un cuarto de los concejales estaban a favor de los referéndums vinculantes. En 1998 la mayoría del parlamento danés se pronunció en contra de los mismos. Desde los años 50 los grandes partidos políticos alemanes se estuvieron turnando en contra y a favor de la democracia directa justo con la misma frecuencia con la que ganaban y perdían el control del gobierno.

Y  el argumento será, disfrazado de una manera u otra, siempre el mismo: el miedo. En concreto, el miedo a ti, que eres parte de eso que todavía da más miedo que llamarán «la gente». Dirán que la gente no debe tomar las decisiones sino los expertos, porque no están preparados ni educados  para ello. Lo mismo que proclamaba, por ejemplo, en los años 20 el político socialista belga Hubin en contra del derecho de voto femenino; a pesar de lo fácil que era mirar atrás en la historia y ver cómo cada vez que un colectivo supuestamente no preparado para tomar decisiones lo hacía, esta era precisamente una de las claves para reducir profundamente su desigualdad. Dirán que la gente es irresponsable y no puede tomar decisiones conflictivas como aumentar los impuestos o ayudar a reducir la deuda. A pesar de ver, por ejemplo, como sistemáticamente en los estados de Estados Unidos con referéndums vinculantes la deuda se reduce un 7% respecto a los que no los tienen; al mismo tiempo que veinte años de estudios en países de la OCDE muestran también sistemáticamente la correlación entre gobiernos que duran poco o que piensan que van a perder las siguientes elecciones y el aumento de la  deuda.

Dirán que si la gente decide peligrarán los derechos humanos y los de las minorías. Sin mirar cualquier caso como por ejemplo el de Zurich, donde a nivel regional se aprueba el 80% de los referéndums que mejoran la situación de las minorías; y se olvidarán de esos políticos que, a golpe de decisión individual, ponen cuchillas en las fronteras o le quitan la sanidad a los inmigrantes. Y aunque los datos reflejen los mismos resultados una y otra vez, de década en década, de país en país, mantendrán sus posiciones basándose en una especie de sentido común de cómo es la gente, unas grandes verdades sobre el ser humano, el bien y  el mal, que no deben ser cuestionadas porque obviamente ya sabemos la respuesta sin necesidad de mirar lo que realmente ocurre. Sin importar lo que se ve en los 200 referéndums que se votan en Suiza al año, o los 100 que se llevan a cabo en Alemania, o los 2000 referéndums iniciados por la ciudadanía en EEUU hasta el cambio de siglo. Porque el miedo no necesita datos.

El  Ayuntamiento de Madrid, sin embargo, sí cree que debes votar. Por eso desde ahora, por ejemplo, va a romper la larga tradición de grandes obras decididas en pequeños despachos, y te va a preguntar a ti si quieres que se reforme una de las plazas más importantes de la ciudad, Plaza España, y si es así cómo querrías que fuera la plaza. Y va a hacer exactamente lo que diga la mayoría. Y a continuación va a coger una parte de los presupuestos y te va a preguntar cómo deben gastarse, como ha hecho París, Nueva York o Reikiavik. Y luego te va preguntar sobre ordenanzas, como ha hecho con la Ordenanza de Transparencia antes siquiera de ponerse a discutirla con los demás partidos. Y así un tema tras otro.

Entonces probablemente los que tienen miedo a que decidas se pongan técnicos. Sabotearán el mecanismo como por ejemplo en Hamburgo, cuando en los años 60 introdujo los referéndums ciudadanos requiriendo un absurdo 10% de apoyos para llevar los temas a consultas. Utilizarán los tribunales, como cuando el (políticamente elegido) Tribunal Constitucional alemán dictaminó en el año 2000 que la democracia podía ser dañada si se permitían los referéndums ciudadanos. Y aprovecharán cualquier mecanismo de bloqueo como el uso de quorum en las votaciones. Te citarán algún caso anecdótico de una votación donde participó una minoría y salió un resultado raro, y se olvidarán del uso sistemático y eficaz del quorum como mecanismo de boicot. Como por ejemplo en el referéndum del 86 en Alemania donde la CDU que estaba en contra consiguió frenar el referéndum por falta de quorum invitando a «actuar con calma» y a «fiarse» de ellos en esa decisión, el CVP en Bélgica en el 98 que lo hizo invitando a la gente a «quedarse en casa», o hasta los obispos en Italia en el 2005 en contra de la ley de reproducción asistida que, directa y llanamente, explicaron que el boicot aprovechando el quorum era la mejor manera de que ganara el no. Por supuesto, todos se olvidarán de mencionar el hecho de que no exista quorum en las elecciones y no  parezca preocuparle a nadie. En fin, vas a tener que acumular buenas dosis de paciencia.

Estamos en una nueva etapa política en la que algunas de las decisiones más importantes ya no se van a tomar en despachos, sino en las casas y plazas de las ciudades. Los nuevos mecanismos de democracia directa y participación ciudadana, por fin real y vinculante a nivel institucional, se desarrollan simultáneamente no sólo en Madrid sino en muchas otras grandes ciudades, y en cooperación con ellas, como Barcelona, A Coruña, Santiago, Zaragoza, Oviedo… Modelos que hemos visto triunfar a su vez en Finlandia, en Francia, en Islandia; países con los que nos encontramos una y otra vez en los foros internacionales sobre democracia y que miran con auténtica emoción lo que está pasando en España. Ojalá el miedo no gane, y puedas emocionarte tanto como nosotros con lo que empieza.